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El testigo

Hace más de una década, cuando dirigía la revista Cromos, recibí una llamada angustiada de un joven fotógrafo independiente desde el Chocó.

1 de noviembre de 2018 Por: Santiago Cruz Hoyos / Editor de Unidad de Crónicas de El País

Hace más de una década, cuando dirigía la revista Cromos, recibí una llamada angustiada de un joven fotógrafo independiente desde el Chocó. Era Jesús Abad Colorado, quien con voz atormentada intentaba explicarme el horror que tenía ante sus ojos: la iglesia del pueblo, Bojayá, reventada por las bombas y entre las bancas de madera cuerpos desmembrados de niños, mujeres y hombres tendidos en el suelo.

Aún no se conocía la cifra: 119 personas muertas en un dramático episodio de los muchos que marcaron el degradado conflicto colombiano. Jesús Abad era el único testigo, distinto de los sufrientes ribereños del río Atrato, ese 2 de mayo del 2002.

Las imágenes en blanco y negro que logramos incorporar a la edición de la revista, revelaban la sensibilidad de Abad. Sin amarillismo ni exageraciones ni sensiblerías, sin necesidad de recurrir a la emocionalidad fácil, con la potencia sobria de su lente, con su ojo conseguía unas sutilezas únicas que lograban trascender la anécdota, por trágica que fuera, y dignificar el dolor de aquellas mujeres que como esfinges griegas miraban de frente la muerte.

Fueron estas las primeras imágenes que se conocieron de la masacre de Bojayá que forzaron la reacción del gobierno de Andrés Pastrana, que viajó afanosamente a descubrir un pueblo que pocos conocían y que resultó errática y dañina: trasladarlo de la ribera del río Atrato a una inhóspita loma de la que la gente aún no logra apropiarse.

Después me topé de nuevo con Abad Colorado en lo profundo del sur de Bolívar en un extraño escenario: la desmovilización del comandante paramilitar Julián Bolívar acompañado de una tropa armada hasta los dientes. Llegué con el padre Francisco De Roux, quien entonces dirigía el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y a quien el jefe paramilitar le iba a entregar una gran cruz en oro como promesa de voluntad de paz.

Abad Colorado había recorrido las ariscas montañas de su tierra antioqueña, andadas a pie y en chivas, en mulas, para poder estar allí con su lente esta vez focalizado en los victimarios: furiosos jóvenes guerreros ahora en reposo, brazos tatuados amarrados a los fusiles; cananas cubriendo el torso mezcladas con escapularios, con imágenes de vírgenes y niños dioses. Y Jesús Abad registrando todo aquello, el detalle, el gesto; en su intento obsesivo de desnudar el alma escondida en la fiereza de unos seres humanos capaces de lo peor.

Las suyas no son fotos de reportero ni de un cronista gráfico, es la mirada única de alguien que logra conmover. Mira bien, siente, enmarca y capta un momento único, para la memoria.

Son 5.000 imágenes. Treinta años de una tragedia inadvertida que ya ni siquiera forma parte de la agenda de urgencias nacionales. De allí resulta la enorme exposición de 500 de estas fotos que conforman ‘El testigo’, en el imponente claustro de San Agustín, vecino del Palacio de Nariño y del Congreso, del poder, donde se han tomado las decisiones que finalmente definen el destino del país.

De allí el afán de Jesús Abad para que los cinco expresidentes vivos de Colombia recorran y se reconozcan en el rastro que dejan en la conciencia sus fotografías, como lo hacen diariamente, con la solemnidad de un funeral, los cientos de personas que visitan ‘El testigo’, diariamente. Deudos de una absurda guerra que aún está lejos de terminar.

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