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Descalabros

El mundo sigue perplejo ante la fulminante destitución de Mariano Rajoy. El ahora expresidente del gobierno español no pudo superar una moción de censura que promovió el Partido Socialista, con más sentido de la oportunidad que de la responsabilidad histórica.

3 de junio de 2018 Por: Olga Lucía Criollo, reportera de El País

El mundo sigue perplejo ante la fulminante destitución de Mariano Rajoy. El ahora expresidente del gobierno español no pudo superar una moción de censura que promovió el Partido Socialista, con más sentido de la oportunidad que de la responsabilidad histórica. No cabe duda de que Rajoy logró grandes progresos económicos, tendientes a sacar a España de la profunda crisis de hace un decenio. El líder popular español no sobrevivió a la condena por corrupción que la justicia de ese país impuso al partido de gobierno.

El descalabro de Rajoy se explica porque el gobernante destituido no pudo seguir desempañando el papel de la doncella virtuosa en medio de un vecindario de rufianes. Los tentáculos de la corrupción se apoderaron del Partido Popular. El tesorero de esa colectividad se enriqueció cobrando coimas y negociando con favores. Nadie duda de la honestidad personal de Mariano Rajoy. Pero uno no gobierna solo y la agrupación política que lo apoyaba sucumbió ante el peso de las malas mañas y los abusos contra el erario público.

Hablando de descalabros, es forzoso referirse a los pésimos resultados obtenidos por los seguidores del presidente Juan Manuel Santos en las pasadas elecciones de primera vuelta presidencial. Vargas Lleras y De la Calle no llegaron al diez por ciento de los votos. Eso refleja la paupérrima imagen del presidente Santos entre los colombianos.
Nuestro gobernante ha viajado dos veces a Europa en las últimas tres semanas, recogiendo honores y haciendo compromisos con la Oecd (?) y la Otan (?). Por simple decoro, un presidente saliente y con tan baja popularidad no debería tratar de amarrar al mandatario que llegue con este tipo de acuerdos.

Aunque las encuestas arrojan resultados muy favorables al candidato Iván Duque, no podría existir en Colombia un descalabro mayor que el triunfo de Gustavo Petro. No solamente por su pasado de pésimo administrador público, sino por los desvaríos y contradicciones en que Petro incurre con frecuencia. Por más esfuerzos de maquillaje, a Petro le es imposible ocultar su admiración por el chavismo venezolano.

No podemos olvidar los colombianos que el 7 de agosto de 2019 se conmemorarán los 200 años del triunfo patriota en la batalla de Boyacá. Quienes entendemos a Colombia como una nación con tradiciones y raíces claramente establecidas, no comprenderíamos que las ceremonias del bicentenario de nuestra independencia fueran presididas por un antiguo insurgente, cuyo grupo propició la toma del Palacio de Justicia. No nos merecemos ese descalabro histórico.

Y un enorme descalabro, que quiera Dios no se convierta en una gran tragedia, es lo sucedido en el cañón del rio Cauca, donde se está construyendo la represa de Hidroituango. Cada día afloran nuevas críticas a las decisiones tomadas por los constructores de la represa. Y son demoledoras las preguntas públicas que han hecho las agremiaciones de ingenieros sobre el por qué y el cómo de tantas medidas técnicas.

El enfrentamiento público entre el Gobernador de Antioquia y el Alcalde de Medellín ha puesto el dedo en la llaga de la gran contradicción consistente en que un municipio a través de su empresa de servicios públicos extralimite su jurisdicción constitucional e invada órbitas propias de otras autoridades. Así el personaje disguste a tantas personas, el gobernador de Antioquia tiene la razón en este episodio.

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