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Uribe: ocho años de política

La simpatía por Uribe no se centró en su vocación democrática, sino en la búsqueda de resultados.

7 de agosto de 2010 Por: Fernando Giraldo*

La simpatía por Uribe no se centró en su vocación democrática, sino en la búsqueda de resultados.

Durante estos años, en el debate público, el éxito de Uribe se trató de explicar por la inesperada llegada al gobierno de alguien que se ciñó a la informalidad, resultados y carisma más que a un contenido programático, por la concentración del poder y por su exposición mediática. Un elemento a favor que tuvo Uribe es haber estado dos periodos continuos, lo cual también significaba una desventaja, pues el balance siendo denso debe ser más incuestionable. ¿Qué hizo Uribe por la construcción del sistema democrático en términos de institucionalidad, capacidad y responsabilidad, para orientar la solución de los apremiantes asuntos de la sociedad? La simpatía por Uribe no se centró tanto en su vocación democrática y compromiso por construir consenso, sino en la búsqueda de resultados independiente del proceso y de las reglas de juego. Uribe triunfó en la opinión pública no porque ésta se identificara con él sino porque él se identifica muy bien con el pueblo colombiano.El balance de estos dos periodos se sintetiza en la abstracción por las instituciones, la macartización de los partidos y la defensa a ultranza de dirigentes y candidatos contra toda crítica sobre ellos. Lo anterior consolida un actuar sin reparos a los compromisos y a la tradición con tal de obtener productos rápidos y voluminosos. El quehacer político se midió por la oportunidad y los réditos materiales para individuos, no por el reconocimiento y aprecio de acciones incluyentes. Como no se construyeron actores políticos colectivos, en forma de partidos fuertes y programáticos, Uribe corre el riesgo, en el corto y mediano plazo, de perder toda su fuerza ideológica y doctrinaria.El mejor balance se ve en la legitimidad de la figura de Uribe, no trasladable a un partido o a una institución que dé garantías de continuidad, y solvencia política de largo plazo, que supere los tiempos o la esperanza de vida de las personas. Si el prestigio de Uribe radicaba en sus resultados y en una estrategia política basada en la conquista de la seguridad, la paz y el desarrollo, la primera ha mejorado, más no así la paz, pues estamos superando esta fase de la violencia política con un postconflicto sin paz ni armonía. Se logró un buen desarrollo económico, que si bien no es gracias a Uribe, aprovechó las circunstancias para impulsarlo, aunque no se dirigió a la superación de la pobreza y la miseria, ni a reducir desigualdades sociales.Si el fin último era un Estado fuerte y eficiente, el balance es positivo en el orden militar y seguridad física. Sin embargo, el Estado no sólo sigue siendo ineficiente, sino gerenciado por la corrupción y el clientelismo inescrupuloso, pero legitimado en las urnas legislativas.Uribe actuó, a pesar de su voluntarismo, en medio de la corrupción, y no pudo reducir la inmoralidad pública; al punto que el comportamiento electoral se convirtió en el mejor mecanismo para legitimar el fraude. Evidencia de ello son el anterior Congreso y el recientemente elegido. *Docente universitario.

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