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Renunciamos y viajamos: una aventura de 50.000 kilómetros

Andrés y Lina son dos vallecaucanos que dejaron sus trabajos, sus familias y su ciudad para recorrer el continente. Su objetivo, viajar hasta Alaska viviendo al interior de un carro.

6 de diciembre de 2014 Por: Andres Álvarez / Especial para El País

Andrés y Lina son dos vallecaucanos que dejaron sus trabajos, sus familias y su ciudad para recorrer el continente. Su objetivo, viajar hasta Alaska viviendo al interior de un carro.

Puede que su memoria no le alcance para recordar con detalles qué pasó tres semanas atrás en un día normal de oficina, pero seguro nunca lo dejará olvidar ese atardecer romántico en la playa, el amanecer nublado en la casita de la montaña, la primera vez que voló en avión o el día que conoció la nieve. Eso pasa porque muchos de los mejores recuerdos en la vida de una persona se construyen viajando.Yo, por ejemplo, no podría olvidar el día en que se me congeló la nariz cruzando un desierto en Bolivia a 20 grados bajo cero. Ni los seis segundos de vacío infinito que me tomó caer desde el segundo bungee jumping más alto del mundo, en Cuzco. Tampoco van a caducar en mi memoria las veces que, siendo un niño, recorrí el Ecuador en una camioneta de estacas con mis papás y mi hermano. Estaba acondicionada con un colchón para dormir y una carpa para cubrirnos del sol y la lluvia. No he olvidado los sabores, los atuendos de los indígenas, las ferias de los pueblos ni el futbolín gigante en Ibarra, donde los cuatro pasábamos horas jugando.Y como al final de la vida no queda más que los recuerdos, hoy tengo afán de vivir. Quiero pasar el resto de mis días viajando.Pero cuando uno quiere que el acto de viajar se perpetúe para siempre, y convertirlo en su ‘modus vivendi’, lo primero que hay que hacer es cambiar el chip de turista y ponerse en modo viajero. Luego es muy fácil darse cuenta de que las palabras viajero y empleado son dos antónimos que no caben en el mismo renglón; para vivir viajando hay que renunciar al trabajo. Y así lo hicimos mi esposa y yo.Renunciamos y viajamosDejamos nuestros empleos que eran buenos y estables, y nos permitían vivir cómodamente según lo socialmente parametrizado: pagábamos el alquiler de una casa grande y cómoda, nos dábamos gustos y paseábamos dos semanas al año en vacaciones. Pero siempre hacía falta más.Renunciamos también a nuestras familias y amigos, a nuestros perros y a las costumbres que siempre nos definieron como personas. Compramos una camioneta y la convertimos en una pequeña casa rodante, en la que podemos dormir y cocinar cada vez que lo necesitemos. Y ahora nuestro norte es el punto más al norte del continente: en ese carro, al que bautizamos ‘La Jebi’ por nuestra afición al Heavy Metal, queremos unir a Colombia con Alaska. 50.000 kilómetros de vida y libertad absoluta.Ya llevamos más de cien días viajando y relatando nuestro periplo a través de la página web www.renunciamosyviajamos.com, una plataforma que nació con el objetivo inicial de mantener un vínculo con nuestras familias y amigos, pero que con el paso de los kilómetros se está convirtiendo en un sitio de consulta de viajeros de todo el mundo, además de una máquina de hacer amigos y oportunidades para un viaje auto sostenible.¿Qué?, ¿Cómo?, ¿De dónde?No ha pasado un solo día en que la curiosidad de la gente no termine en un bombardeo de preguntas. “Si renunciaron y no trabajan ¿de qué viven? ¿Cómo pagan el viaje? ¿Son millonarios?”, son algunas de las más comunes La decisión de emprender un viaje no es un tema fácil, ni estrictamente económico, pues el planteamiento no es el de un simple viaje de ida y vuelta, sino el de convertir el viaje en una manera de vivir. De eso también se trata esta aventura. Estamos convencidos de que para lograrlo sólo hacen falta ganas y buenas ideas; el camino se encarga del resto.Colombia: la magia del caminoQuisimos empezar por casa y salir a buscar esa Colombia distinta a la que los medios en ocasiones nos entregan con tanta inmediatez como frialdad. Hemos serpenteado más de cuatro mil kilómetros de sus carreteras y nuestras noches han variado desde el interior de ‘La Jebi’ en estaciones de bomberos y casas humildes de campesinos, hasta hoteles cinco estrellas. Siempre hay alguien dispuesto a tenderte la mano cuando estás viajando.Ya no tenemos pereza de lunes ni ganas de viernes; viajando todos los días se llaman igual. A cada paso nos espera algo nuevo y nuestra capacidad de asombro está siempre alerta. Observamos con detenimiento y preguntamos mucho, como los niños. Como cuando yo era un niño y viajaba en la camioneta Dacia color azul perlado con mis papás. Y quiero seguir llenándome de esto, de los mejores recuerdos, los de la vida de viaje.

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