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“Necesitamos tierra para ponerla a producir": director del Incoder

Juan Manuel Ospina, director del Incoder, asegura que detrás de la minería ilegal en Colombia hay capitales oscuros. “El alma de Colombia es muy campesina y hay que rescatar esa vocación”, afirma.

21 de noviembre de 2010 Por: Margarita Vidal

Juan Manuel Ospina, director del Incoder, asegura que detrás de la minería ilegal en Colombia hay capitales oscuros. “El alma de Colombia es muy campesina y hay que rescatar esa vocación”, afirma.

Dentro de la ininterrumpida cascada de escándalos por casos de corrupción incubados, en los últimos años, en numerosas entidades del Estado, el relativo al Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, Incoder, encargado, entre otros fines, de restituir sus tierras a los campesinos despojados por la hecatombe narco-paramilitar, ha despertado la ira de los colombianos. Mientras las autoridades investigan las denuncias por corrupción y la supuesta existencia de mafias al interior de la entidad, el Presidente Santos nombró como director a Juan Manuel Ospina, político conservador, ex parlamentario, ex Secretario de Gobierno de Bogotá, historiador e intelectual antioqueño, con el mandato de devolverle al instituto su vocación de orientador y determinador del desarrollo rural en el país. Una tarea nada fácil, pero Ospina ha dado ya muestras de compromiso y eficiencia en los cargos desempeñados. No en balde en el árbol genealógico de su familia figuran tres ex presidentes de la República.¿Por qué fue tan partidario de Noemí?Porque creo que el verdadero candidato de Uribe era Andrés Felipe Arias. ¿Quién hubiera podido pararlo? Sólo Noemí como efectivamente sucedió. Si Arias hubiera ganado no sé dónde estaríamos ahora. Pero resulta que a todos se nos había olvidado que Santos existía desde mucho antes de que Uribe saliera de las breñas antioqueñas y seguirá existiendo mucho después de que Uribe se retire o lo retiren, que es a lo que se está arriesgando.¿Por qué lo dice? No creo que habrá un ex presidente de Colombia preso, pero sí que va a caer mucha agua sucia. Apenas están raspando las costricas pero debajo está la infección. Conozco mucho a Uribe, conozco su entorno y por eso nunca pude ser uribista. Yo soy conservador, muy institucionalista y Álvaro Uribe es la negación de la institucionalidad: ‘L’Etat c’est moi’. Los caprichos míos son ley.¿Quién es, entonces, Santos?Pertenece a un centro de derecha moderna, que entiende el mundo y se mueve en él como pez en el agua. Álvaro Uribe más allá de ‘La Pintada’, en Antioquia, consideraba que eso era tierra ignota de bárbaros enemigos, donde no se sentía cómodo; en cambio, Santos entre más cosmopolita la gente, mejor se mueve.Porque tiene dos grandes espejos: Eduardo Santos y Winston Churchill.Así es. Y se le metió tan duro al tema de derechos humanos y al de víctimas, no porque lo hagan llorar los campesinos, sino porque tiene muy claro que para insertar a Colombia en el Siglo XXI, trascendiendo las violaciones a los derechos humanos, guerras, injusticias y despojos, tenía que meterle mano al desorden rural que ha caracterizado a Colombia y lo puede hacer con toda libertad, porque él no tiene tierra, que se sepa. Él es lo que podríamos llamar la burguesía ilustrada colombiana. ¿Hemos regresado a una especie de Frente Nacional?Sí, pero a los mejores momentos, cuando tuvo un impulso modernizador. No se trata de una revolución propiamente, sino de una tarea importante que, bien hecha, atacaría no tanto el atraso de nuestras instituciones políticas, sino de nuestras prácticas políticas y del perfil de sus actores políticos. Mucha de toda esa cosa fea que tiene la política colombiana se origina en ese desorden rural con todo lo que tiene de premoderno. Santos es un ciudadano del Siglo XXI, que quiere un país próspero que pueda aprovechar las oportunidades que se le abren a este tipo de economías, y estoy convencido de que estamos en una nueva época en que la producción de origen rural, sean minerales, combustibles, comida, tienen un gran peso en el concierto mundial. Pero subsiste la preocupación sobre el conflicto entre minería, medio ambiente y agricultura.Sí, es un tema complicadísimo al que hay que aplicar una legislación muy fuerte. Tenemos un problema grave y es que, detrás de la minería ilegal, en Colombia hay capitales oscuros. No se trata de pequeños barequeros sino de grandes empresarios armados, que arrojan toneladas de mercurio y cianuro sin ningún control a los ríos, como está ocurriendo en el bajo Cauca y en Ataco, Tolima.¿No resulta imposible atravesársele al auge minero en Colombia?Claro, pero el país tiene que poner la minería en orden, con tecnologías modernas, como en Brasil, donde ya no usan mercurio en la minería y tienen una autoridad ambiental muy fuerte. No se trata de casar peleas sino de mirar el lado bueno y controlar su impacto ambiental, lo que se va a traducir en regalías que, bien empleadas, financiarán el desarrollo rural en Colombia. ¿Cómo ve la Ley de regalías?Interesante y absolutamente necesaria. Siempre recuerdo una frase del venezolano Arturo Uslar Pietri, de hace 50 años: “Hay que sembrar el petróleo”. Sigue siendo válida. Tenemos que sembrar nuestra riqueza del subsuelo para tener un suelo productivo, que sea renovable, porque una tonelada de carbón que se saca, jamás volveremos a tenerla. Hay escándalo en torno al Incoder. Se habla de una corrupción, de mafias y sus testaferros, que volvieron a apoderarse de las tierras recuperadas. ¿Cuál es la realidad?Cuando acepté el cargo me preguntaban cómo me iba a meter en esa “cueva de ladrones”. Prácticamente se decía que era una especie de sucursal de los paramilitares en Bogotá. Yo diría que hubo efectivamente un período muy complicado en los años 2004, 2005 y 2006, cuando se produjo un volumen grande de insubsistencias y hay quienes afirman que en aquella época se podía identificar en muchos casos, quién era el amigo paraco de esos subgerentes. No le doy nombres porque no tengo cómo sustentarlo, pero es lo que uno oye acá. Era tan crítica la situación que se vieron obligados a iniciar investigaciones que quedaron en manos de la Fiscalía. Algunos fueron a dar a la cárcel. Por otra parte, es evidente la alta vulnerabilidad del Incoder para navegar en una mar gruesa como es el tema de tierras, cuando ha habido alrededor este tremendo conflicto. No nos podemos llamar a engaño, máxime cuando el nuestro ha sido un conflicto atravesado por el narcotráfico, que trae además el interés por acumular botines de guerra en materia de tierras, que es un rasgo de nuestro conflicto. Esta es una entidad que nació muy débil y nunca había sido fortalecida hasta hoy. Recuerde que el Incoder nace de la fusión de cuatro grandes entidades del sector: el Incora, el DRI, el Inat (Instituto de Adecuación de Tierras) y un instituto menor que fue el de Pesca y Agricultura. Las plantas de personal sumadas eran más de tres mil personas pero quedamos con las mismas funciones de las cuatro entidades con sólo la cuarta parte del personal de planta. Eso ha traído desequilibrio estructural entre responsabilidades y capacidad institucional para asumirlas, y algo similar ocurrió con el presupuesto. ¿Cree que Uribe no tenía un propósito muy definido en materia de desarrollo rural?Sí, durante su segundo gobierno estos temas pasaron a un segundo plano y casi desaparecieron. Intentamos darle brillo al desarrollo rural, con una entidad que fue hecha para liderarlo. Fuera del Banco Agrario, Ica, Corpoica e Incoder el desmantelamiento de la institucionalidad del sector agropecuario ha sido dramático. ¿Y qué posibilidades tiene de reponerse, con una olla tan raspada como la que les dejaron?Cada vez es más claro que la prioridad del Presidente es el tema de tierras, de campesinos, de justicia en el campo, de desarrollo rural, para tener un sector que sea motor de desarrollo de la economía. ¿Cuál es exactamente la tarea del Incoder?La de ser un generador, un orientador y un catalizador de los procesos de desarrollo rural. Y lo digo porque a veces flota en el ambiente la idea de que lo único que se va a hacer es restituirle las tierras a unos campesinos desplazados, coger unas tierras de narcos y repartirlas, ayudar a que se formalice la propiedad, titulando la tierra rural en Colombia y un poco más -que indudablemente es mucho- pero yo creo que la experiencia de la Reforma Agraria Llerista nos indica que sin la tierra no se hace nada, pero que sólo con la tierra se hace muy poco. O sea, que necesitamos tierra para ponerla a producir en unos escenarios donde adicionalmente los campesinos puedan tener una expectativa razonable de que avanzan hacia lo que podría llamarse una gran clase media rural. ¿Habría que irrigar las zonas rurales con proyectos de Pymes agrarias o algo parecido?Tenemos que llevarles el concepto de la pequeña y mediana empresa agropecuaria. Ese es el punto. Pero quiero ser claro en señalar que una dinámica de desarrollo rural no depende de una sola entidad, ni puede ser sólo iniciativa del funcionario público. Necesita quien tire línea dentro de una política estatal, que no puede ser una cosa amorfa, entre otras porque se está trabajando con un recurso limitado que es la tierra, y al hablar de tierras hay que hablar también del agua. Aquí tenemos un uso muy irracional de ambos elementos. Ya lo dijo hace más de 60 años el profesor Lauchlin Currie, cuando hablaba del “uso paradójico de la tierra” en Colombia, donde el ganado está en la tierra plana y los hombres en la montaña. Pues de eso no hemos salido. -Risa. ¿Cuál es el camino a seguir?Orientación, planeación y reconocimiento de que nuestra realidad es muy diversa. Esto no es el Medio Oeste americano con grandes superficies planas para meterles tractores. Aquí tenemos valles atravesados por montañas, lo cual puede ser un problema y a la vez una gran riqueza que no hemos sabido aprovechar. Lo que más se ha acercado a lo que sería un desarrollo del mundo rural, acorde con nuestras condiciones y nuestras posibilidades, fue la economía cafetera, hasta el rompimiento del Pacto, que era básicamente de pequeños caficultores organizados, que respetaban la ecología y generaban el desarrollo de las comunidades y de infraestructura. Esa es la idea que nos debe mover. Sí, pero entonces no nos atravesaba el narcotráfico.La tragedia colombiana es el narcotráfico, unido a la guerrilla y a los paramilitares. Creo que el mundo avanza cada vez más hacia un replanteamiento del manejo de ese problema. Ya se vio el debate sobre la marihuana en California frente al cual Colombia y México dijeron: un momento, si eso es así, vamos a replantear esta guerra que nos está matando. Vamos avanzando, lo que pasa es que a Colombia le queda muy difícil llevar un liderazgo en esas materias.¿Qué harán para que los jóvenes encuentren en el campo un futuro? Esa es mi obsesión: revivir la vida en el campo. Que los jóvenes puedan ver posibilidades allí y salir del famoso cuento de que “el campo ennegrece, empobrece y embrutece”. Nos han vendido la idea de que el futuro y las posibilidades son urbanas.Suena muy bien, pero ¿qué hay con el enorme desplazamiento y el miedo de la gente a regresar a sus tierras?Cuando era Secretario de Gobierno de Bogotá, las encuestas demostraban que entre el 68 y el 70% de los desplazados se querían quedar en Bogotá. Mi apuesta es que mientras no seamos capaces de mostrar que en el campo hay posibilidades, de que si regresan no solamente van a volver a tener la tierra sino que van a poder participar en proyectos productivos de desarrollo rural, y que esta sociedad finalmente entienda que su pasado está estructurado en el campo, las cosas no marcharán. Hay que hacer énfasis en que el alma colombiana es muy campesina y que hay que rescatar esa vocación, que se ha ido perdiendo por todas las amenazas que han propiciado la tragedia nacional. De otra parte, hay que hacer pactos regionales ciudadanos con el campo y reconocer que en esta tarea todos tenemos responsabilidad y mucho que ganar. Para mí esa es la gran tarea: apoyar el tema rural a fondo y lo estoy sintiendo por primera vez.¿Y qué hay con el fallido proceso de desmovilización de las autodefensas?Ahí hay una cuestión que no podemos olvidar y es que estamos buscando poner en práctica políticas que son propias del pos conflicto, cuando el conflicto aún no ha terminado…Pero tampoco se puede esperar a que termine.Exacto. Yo creo que como gobierno tenemos que hacer una apuesta muy fuerte para que todas las acciones se organicen en la perspectiva de una política de consolidación de la seguridad, de la convivencia. Eso, en plata blanca, quiere decir algo que siempre han pedido, entre otros, los militares, y es que después de que las fuerzas armadas obtienen control de un territorio, tiene que entrar el estado con programas de desarrollo, porque si la institucionalidad no llega, se habrá perdido el esfuerzo. Eso lo tiene absolutamente claro el presidente Santos porque fue su estrategia en el Ministerio de Defensa.Todo eso demanda una política integral. Claro, además del Incoder y el Ministerio de Agricultura, entran los ministerios de Cultura, de Educación, de Transporte, de Comunicaciones. Si uno quiere tener jóvenes en el campo, a unos campesinos organizados que se estén moviendo en el mercado, hay que conectarlos a la información. Se trata de una acción de desarrollo integral. ¿Quién condujo al Incoder a esta situación, y quiénes fueron los corruptos? ¿Hay gente en la cárcel? Creo que el Incoder fue una de las principales víctimas de una cierta visión del desarrollo agropecuario, en el que, simplificándolo mucho, hicieron la apuesta de que quienes lo generan son los grandes empresarios.La tesis de ‘Uribito’.Tras de la cual estaba el presidente Uribe, que tal vez no la expresaba tan claramente como lo hacía ‘Uribito’, pero que ponía siempre sobre el tapete el tema de “campesinos subversivos”, o de que la plata para estos sectores era dinero para la guerrilla. De ahí nace toda la perversión de Agro Ingreso Seguro y de todo lo que está saliendo ahora sobre los créditos para agricultores. Y pueden venir más cosas, que son la consecuencia lógica de una visión enmarcada en una dinámica de reelección. Eso es de ese tamaño. Se llegó a decir que el Incoder estaba capturado por los paramilitares.Yo creo que hubo unos años (del 2004 al 2006) donde sí hubo una gran penetración paramilitar. En la actualidad estamos investigando 144 situaciones donde pudo haber habido despojo por acciones del Incoder. Eso cubre 10.600 hectáreas e involucra a 460 familias, básicamente en el Magdalena, que es un caso muy complejo. Prácticamente hemos intervenido la dirección territorial del Magdalena. Una persona mandada desde Bogotá está encargada de esa dirección, bajo observación permanente y está siendo investigada por control interno y lo más probable es que pasemos a presentar una denuncia formal, ya de tipo penal. Se están haciendo unas investigaciones en Urabá, porque debo decir que la debilidad mayor por donde se nos ha infiltrado el tema de corrupción, estriba en la relación entre notarías, oficinas de registro e Incoder.¿Y cómo se está afrontando este tema?Con el nuevo Superintendente de Notariado y Registro estamos preparando una estrategia que nos permita identificar geográficamente dónde hay mayores posibilidades de que se produzca este contubernio para poder actuar rápidamente. Vamos a generar un sistema de información y chequeo permanente para que no haya más goleadas de un lado o del otro. Donde yo he visto que está el punto más crítico es en ese eslabonamiento que le acabo de describir entre notarías, oficinas de registro y la acción de direcciones territoriales del Incoder. En la Orinoquia se están iniciando las investigaciones y vamos a trabajar muy fuerte para ver cómo podemos mejorar los procedimientos de lo que llaman “gobierno en línea”, para que todas las adjudicaciones, contratos y convocatoria de compra de tierra, sean muy publicitadas. Nuestra apuesta es que en la medida en que el proceso de restitución empiece a dar frutos y la gente vea que esto va en serio, empiece a contar lo que pasó.

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