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“Justicia y Paz fue un divorcio bien negociado”: exrector de la Nacional

Marco Palacios, ex rector de la Nacional, sostiene que las Farc deberían estar dispuestas a un acto público de contrición muy serio si quieren ser aceptadas y si quieren jugar a la política.

11 de noviembre de 2012 Por: Margarita Vidal | El País

Marco Palacios, ex rector de la Nacional, sostiene que las Farc deberían estar dispuestas a un acto público de contrición muy serio si quieren ser aceptadas y si quieren jugar a la política.

El 8 de abril de 1985, pocos apostaban al Rector que, después de casi un año de cierres continuados, había nombrado Belisario Betancur para la Universidad Nacional. Los vaticinios eran negros y a pesar de que el país compartía la tesis del Primer Mandatario en el sentido de que no podía darse el lujo de tener su principal universidad cerrada y sus recursos ociosos, el escepticismo era generalizado. El Presidente había dicho que dentro de la gran tarea de reconstrucción del Estado La Nacional tendría un puesto de vanguardia y, a su turno, el nuevo rector Marco Palacios había sentado en su discurso de posesión sus pautas para la reapertura del alma máter: mejoramiento del bienestar universitario, reforma del reglamento estudiantil, descentralización administrativa, y garantía de orden dentro de la Ciudad Blanca, epicentro de continuos disturbios y conflictos. Este hombre que, paradójicamente, también había tirado piedra en sus tiempos universitarios, se dio el lujo de ser ratificado por el mandatario siguiente – Virgilio Barco- porque realizó una labor ejemplar que no solo le devolvió la normalidad a la Universidad, sino su prestancia académica y científica. El secreto: el infalible ábrete sésamo: diálogo.Marco Palacios, un hombre controversial y controvertido, era un cerebro fugado y repatriado, abogado, analista político, historiador y PhD en Filosofía de la Universidad de Oxford, ex-militante de izquierda, ex-fundador de la FUN, Máster en Asuntos Asiáticos y catedrático. Catalogado entonces como apolítico, Palacios se destacaba como amante del principio de universidad pluralista y disciplinada. Hoy es profesor del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México y de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes; es Miembro Regular de la Academia Mexicana de Ciencias; ha escrito numerosos libros como ¿De Quién es la Tierra?, Entre la Legitimidad y la Violencia, El Café en Colombia, y ha sido director, coordinador y compilador de seis libros académicos colectivos de historia y política contemporánea, sobre América Latina y Colombia. El Fondo de Cultura Económica acaba de publicarle ‘Violencia Pública en Colombia’, que enfoca la lucha por el poder entre las élites que lo detentan y los grupos que han buscado desalojarlas por medio de una guerra irregular, prolongada por décadas. Una obra que trae capítulos de palpitante actualidad sobre el combate a las drogas, al terrorismo y al crimen organizado, y destaca la subordinación pragmática de nuestros sucesivos gobiernos a las políticas de Washington. Polémico y aleccionador, este libro analiza, cuando estamos ad portas de un nuevo proceso de paz, la trágica historia de la Violencia en Colombia a partir de la segunda mitad del Siglo XX.¿Por qué Violencia Pública, el título de su nuevo libro?Importante señalar eso porque “violencia pública”, de entrada, es colectiva. Y requiere lo que se llama hoy en día un recurso de legitimación o de justificación: ¿por qué se hace? La llamo violencia pública para diferenciarla de la violencia meramente privada, que es muy grande en Colombia, y las dos están ligadas. Aquí no hablo de la violencia per se -no encontrará usted descabezados- sino del contexto político nacional, internacional y social de esa violencia. También está el Frente Nacional, que inaugura una nueva época en Colombia y acaba o, mejor, pretende acabar con la violencia, porque, de hecho, como se muestra en el libro, el Frente Nacional no fue suficiente.Muchos lo señalan hoy como un pacto excluyente que, en consecuencia, agravó cierto tipo de violencia.Hay que reconocer que sin duda el Frente Nacional sacó al país de una época muy oscura. Fue una transacción bien hecha entre una visión liberal, que implicaba darle más derechos al pueblo, mejorar las condiciones sociales y tratar de hacer reforma agraria; lo que podría llamarse liberalismo de izquierda. Pero había una corriente conservadora que se resistía al cambio argumentando que lo que se necesitaba era orden y disciplina. Finalmente llegaron a un acuerdo en un momento crucial de modernización de la sociedad colombiana, cada vez más secular. Como la sociedad se estaba moviendo y el espectro político iba hacia el centro, se presentaron choques, pero hay que decir que eso era mejor que la dictadura y la situación anterior.¿Cómo funcionó?Yo diría que hacia el año 64 el país se había pacificado, lo cual era un logro extraordinario. Pero la burocratización vuelve muy cínica a la clase política, que quiere su cuota de poder. Y el clientelismo surge porque si se le quita ideología a la política, ésta hay que moverla a punta de becas, acueductos, tejas, alcantarillados, etc., y el paquete se deja en manos de unos tipos que consiguen y administran los fondos, lo cual es muy grave.¿Cómo evoluciona, a partir de ahí, la otra violencia?Las últimas bandas se acaban hacia el año 64, con Sangre Negra y los demás, pero entonces surge la guerrilla revolucionaria que, considerada en términos de armas, apoyo, número de hombres y localización, es muy marginal y fracasa sistemáticamente, a veces de manera muy dolorosa como ocurrió con la muerte de Camilo Torres, a los tres meses de ingresar a un campamento guerrillero. Eso muestra su tremenda fragilidad porque el Estado logra enfrentarlas y las destruye. Es una guerrilla golpeada, dividida y adormecida cuando en sus territorios aparece, de pronto, el narcotráfico, que establece allí los laboratorios para convertir la pasta de coca en alcaloide. A mi juicio, con guerrilla o sin guerrilla, el narcotráfico es uno de los actores que dispara terriblemente la violencia.¿Viene entonces la intervención de Estados Unidos con su doctrina de lucha contra la droga? Pues la verdad es que aquí la cosa venía funcionando más o menos, hasta que Estados Unidos le dice al gobierno olvídese del comunismo, ahora la prioridad es la droga que usted tiene que combatir o aquí vamos a tener problemas. Recuerde la visita de siete minutos de Reagan al presidente Betancur, en la que ese fue el contundente mensaje. Empiezan a moverse cantidades colosales de dinero y, como nuestra difícil geografía ha sido siempre refugio para contrabandistas, allí se fueron formando grupos sociales con intereses muy complejos. Eso no lo hemos logrado superar. Para mí es un misterio el por qué los Estados Unidos están felices con Colombia, cuando aquí seguimos exportando la misma cocaína de siempre.Pero recientemente el embajador Mckinley sostenía en estas mismas páginas que en Colombia han disminuido la siembra por hectáreas de matas de coca y la producción.Podría ser así con la siembra, pero las toneladas métricas de cocaína siguen igual. Aquí va a ocurrir como con la marihuana: cuando apretaron durísimo su siembra en México, se trasladó para la Sierra Nevada. A su vez aquí apretaron duro y ahora está bajando nuevamente a Bolivia y a Perú, de donde había salido. Hay que decir también que variaron los patrones de consumo en Estados Unidos y que con el uso de las nuevas drogas sintéticas puede ocurrir un cambio. El hecho es que aquí sigue entrando muchísimo dinero y, si bien se acabaron los grandes carteles, todavía hay una gran mafia compuesta de infinidad de cartelitos. En mi opinión éste ha sido el episodio más terrible de violencia en todos los tiempos.Por años el campesinado colombiano ha luchado por una atención más integral por parte del Estado que casi siempre ha tenido oídos sordos. Esto es caldo de cultivo del inconformismo. ¿Por qué no hemos sido capaces de desatar ese nudo, en 40 años?El problema de Colombia en buena medida es que cuando la élite en el poder intenta una política de paz, otro sector se opone por todos los medios. Hay períodos en los cuales las mismas fuerzas armadas han actuado políticamente –no me atrevería a afirmar que hoy sucede lo mismo- y entonces construimos un modelo absurdo en el que entre más violencia, más premios para las Fuerzas Armadas. Recuerde que en una época se premiaba a los miembros del ejército que iban a la zona de orden público. Y cuando había Estado de Sitio, el tiempo corría el doble, de tal manera que la promoción para los uniformados se acortaba a la mitad. Es decir, entre más desorden del país, más premio para los militares. Un sistema pésimo. Hemos debido pensarlo al revés.¿Cree que hoy ese puede ser nuevamente el impedimento para las negociaciones de paz?Aquí siempre ha habido intereses creados para que no haya paz porque tampoco hay la amenaza real de que la guerrilla se tome el poder. La consecuencia es que muchos quieren que esa situación se mantenga. En relación con la negociación actual, es probable que la élite entienda que si se quiere estar en el mundo y ser competitivos, ha llegado el momento de generar un consenso mucho más amplio. Hoy creo que Santos tiene a las élites colombianas de todo tipo alrededor suyo, con la única excepción del ex presidente Uribe. También tiene la bendición de los Estados Unidos porque, sin su apoyo, Santos no se hubiera movido un ápice. También es posible que el gobierno de ese país haya llegado a la conclusión de que después de 40 años este desgaste ya no tiene sentido. Por otra parte, tengo la impresión de que en las Farc también hay bastante unanimidad al respecto. Hay matices, claro, pero pienso que esa guerrilla debió hacer su consulta interna, pues dudo que estén negociando con el riesgo de dividirse. Eso no se había visto antes y mi impresión, por consiguiente, es que el proceso arranca bien.¿Aparte de eso, qué más le permite afirmarlo?Son especulaciones. La primera, que no lo es tanto, es que evidentemente llevan muchos años sin recuperar el poder que tuvieron hasta 1998. Para mí el punto de inflexión fue el fracaso en la toma de Mitú, al comienzo del gobierno de Pastrana. Esa fue la última gran operación militar de las Farc y luego les han venido dando muy duro. Cuando haga sus análisis, la guerrilla tendrá que darse cuenta de que militarmente ya no crece. Probablemente están en un punto óptimo de “morder y correr”, pero eso no tiene futuro. En segundo lugar, creo que deben ser muy conscientes de que pueden tener unas bases de lealtad en algunas partes, pero que el país, en especial el urbano, no los quiere. Es más, deberían estar dispuestos a un acto público de contrición muy seria si quieren ser aceptados, y yo espero que lo estén, si quieren jugar a la política.¿Qué implicaciones tiene que en la guerrilla haya una ‘nueva generación’ de militantes, menos radical que la anterior?Allí hay un aspecto más sociológico, más humano. Hay ‘jóvenes’ entre 40 y 60 años, más o menos, con formación profesional y con una concepción de la vida un poco más rápida que la que tenía la generación anterior, en términos de que el mundo se mueve. Pienso que si están oyendo a Chávez y a los Castro indicar: “Miren a Evo, miren en otras direcciones, no sean tan maximalistas, ya no hay Unión Soviética”, tendrían que darse cuenta de que se están quedando muy solos. Tienen el ejemplo irlandés, el de ETA, y el más reciente de Filipinas. Yo creo que van a negociar al máximo para que sus condiciones de entrada a la política sean las más favorables. Por eso me parece que el proceso va.Pero la verdad, es que a partir del discurso de Márquez, en Oslo, el país se enfrió.Entonces hay que educar a la opinión para que entienda que hay una parte muy importante de la política que es puro teatro: la gente sale al ‘escenario’ y dice lo que tiene que decir. Sería absurdo pretender que Márquez hubiera dicho: “Estamos negociando porque nos tienen muy golpeados, nos tienen arrinconados, pero nosotros lo que queremos es ser senadores”. No, él tenía que llegar firme, en su ley, porque de eso se trata. Yo seguí eso con mucho cuidado y mi impresión es la de que lo hicieron impecablemente tanto la guerrilla como el gobierno. Aquí todo el mundo ha hecho teatro y el gran teatrero ha sido Uribe. Recuerde que, cuando le convenía, él subía al escenario y decía: “Tenemos derrotadas a las Farc, eso se acabó”. En otras oportunidades decía lo contrario: “La culebra está viva”. Él usó a las Farc, según el momento político. Y, ¿vamos a criticar a Uribe por eso? No, simplemente es que los políticos son todos teatreros.¿Qué opina de los seis puntos pre acordados?Los miré con mucho cuidado y, aparte del sexto, relativo a las víctimas, que va a ser muy complicado, lo demás no lo veo imposible. ¿Por qué considera que va a ser tan difícil ese punto?Porque ahí las Farc van a partir de un punto maximalista y es el de que ellos son las víctimas. Y, si bien el Estado como tal pudiera decir que sí, las personas que han sufrido, muy probablemente se negarían a aceptar esa auto victimización de las Farc y plantearían que el grupo tiene que pedir perdón y arrodillarse, porque aquí hay mucha víctima, mucho huérfano, muchas viudas y mucha tierra de gente desplazada. Ese es el punto más complicado y ellos tendrán que esforzarse en superarlo porque, si quieren entrar a la política electoral, deben entender que también tienen que hacer su teatro: su golpe de pecho.Tampoco parecen dispuestos a aceptar penas. ¿Cómo podrían quedar en la impunidad tantos crímenes atroces?Bueno, la Constitución ya es un poco más restrictiva frente al delito político y la guerrilla no se va a acoger a nada parecido a la Ley de Justicia y Paz. Ese también puede ser un problema para el gobierno porque, en aras de una negociación, no se pueden olvidar los crímenes atroces. El gobierno ha firmado una serie de convenios internacionales y unas leyes que lo atan extraordinariamente. Pienso que fue un error y que Colombia no debió meterse en eso, pero aquí queremos quedar bien con todo el mundo. Como, tanto en este tema, como en el de las víctimas, hay demasiadas implicaciones, el gobierno debe buscar la forma creativa y pronta de superar los problemas para permitir que el ‘timing’ funcione, pero también debe hacer unas reformas jurídicas y constitucionales bastante complejas.¿Usted tiene un optimismo moderado frente a la negociación de paz?No, yo tengo bastante optimismo al respecto. Sería un acto de torpeza extraordinario si las Farc no llegaran a un acuerdo. Siento que la cosa tiene que funcionar y lo veo objetivamente porque es como la famosa perinola: todos ganan. Es posible que haya problemas para que la sociedad acepte determinados puntos, pero no creo que haya que discutir demasiadas cosas en la mesa, entre otras cosas, porque yo como colombiano me sentiría muy ofendido de que entre quince personas del gobierno y la guerrilla resolvieran una cantidad de problemas que competen al Congreso, como por ejemplo, la Reforma Agraria. Allá que se limiten a buscar una salida honorable, sujetos a un pacto y a unos principios que tendrán que firmar sobre los seis puntos; que se entreguen, que dejen las armas y que entren a la política. Yo creo que se puede. Jamás había visto un momento tan propicio desde el punto de vista interno y externo pero, claro, la estupidez hace parte de la condición humana.¿Entre los llamados ‘actores de conflicto’ cuál ejerció una violencia más cruel?Cuando se repasan las estadísticas queda claro que los grandes perpetradores de genocidios y de delitos son miembros de la fuerza pública constitucional, los paramilitares y los guerrilleros. Pero de lejos creo que los paramilitares hicieron las peores cosas. Eso está cuantificado. Me parece que la clase política fue muy hábil –y eso hay que mirarlo con mucho cuidado- al aprobar la Ley de Justicia y Paz, una ley que, primero, permitió la desmovilización paramilitar, la entrega y la criminalización mínima de las conductas. Pero el hecho es que hay muy bajas condenas y por consiguiente las cifras de impunidad son muy altas. Hay que destacar que debido a la feroz presión norteamericana –que no habría en relación con la guerrilla- en lo de los ‘paras’ entró muy fuerte el tema del narcotráfico, puesto que ellos eran los reyes del negocio. No nos digamos mentiras, eso era una alianza de narcotraficantes, paramilitares y políticos. Con la Ley de Justicia y Paz, y con la promesa de que no habría extradición –que nunca apareció explícita- lo que se logró fue tranquilidad para la clase política que creyó que iba a poder separar caminos amigablemente. Yo compararía la Ley de Justicia y Paz con la sentencia de un divorcio bien negociado.

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