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Iscuandé, un pueblo nariñense que está entre la gloria y la desolación

El domingo 29 de enero se conmemoró el bicentenario de la primera batalla naval que se dio por la Independencia de Colombia, ocurrida en las aguas del río Iscuandé, en el pacífico nariñense.

30 de enero de 2012 Por: Heinar Ortiz Cortés | Reportero Elpais.com.co

El domingo 29 de enero se conmemoró el bicentenario de la primera batalla naval que se dio por la Independencia de Colombia, ocurrida en las aguas del río Iscuandé, en el pacífico nariñense.

Cuenta la leyenda que en alguna parte del río, cerca a la bocana, entre los infinitos brazos de los manglares y la humedad de la selva absoluta, sucedió una batalla épica. Una batalla protagonizada por gigantes embarcaciones españolas repletas de poderosos cañones y pequeños navíos patriotas tripulados por guerreros hambrientos de gloria. Según cuentan los abuelos, esa batalla, sucedida hace mucho tiempo, quizá en la época de La Conquista, fue muy importante. Un enfrentamiento que dejó cicatrices en las venas del río pero que llenó de grandeza al pueblo, en esa entonces, punto neurálgico del comercio de oro de los españoles en el Pacífico colombiano. Ese es el relato que durante generaciones se ha contado en Santa Bárbara de Iscuandé, Nariño, un pequeño pueblo de poco más de 15 mil habitantes, bordeado por un río enquistado en las entrañas de la manigua del litoral pacífico.Por eso, por el legado de la tradición oral y el misticismo con el que se pasaba el relato de generación en generación, la historia ha estado siempre más cercana a lo mágico que a lo terrenal. En las encharcadas y empedradas calles del pueblo todo el mundo ha escuchado sobre la batalla del río Iscuandé. Pero muy pocos son los que saben que esa historia, más que ser una invención de los abuelos para entretener a sus nietos en las noches de silencioso arrullo a orillas del río, es la crónica de la que fue la primera batalla naval que se dio por la Independencia de Colombia, ocurrida incluso once años antes que la conmemorada batalla del lago de Maracaibo.La cicatriz de la guerra 28 de enero de 1812. Las tropas reales, conformadas por el bergantín ‘San Antonio de Morreño’, armado con un cañón de hierro de ocho libras y dos esmeriles; la lancha cañonera ‘La Justicia’, forrada con un blindaje de cobre y armada con un cañón de 24 libras; dos botes reforzados con dos pedreros de recámara y 200 soldados al mando del capitán Ramón Pardo, venían de Tumaco al encuentro de la armada patriota.Los ánimos estaban caldeados, pues diez meses antes, el 28 de marzo de 1811, el ejército de las Ciudades Confederadas (Cali, Toro, Buga, Cartago y Anserma) había derrotado a las tropas realistas en la batalla del Bajo Palacé, donde había sido derrotado el entonces gobernador de Popayán, Miguel Tacón y Rosique, quien también iba en los navíos españoles que se encontrarían en Iscuandé con los patriotas. Esa tarde sucedió el encuentro. La armada patriota, conformada por 190 hombres equipados con lanzas de chonta y algunos fusiles, unas cuantas barcas y un cañón viejo, incitó, a punta de ‘madrazos’, a los navegantes españoles a seguirlos por los esteros de Iscuandé, río arriba. Los realistas cayeron en la trampa. Se internaron en el río y cuando, tarde en la noche, bajó la marea, aparecieron los bancos de arena que encallaron y dejaron sin ángulo de tiro los cañones fijos de los barcos españoles. En la madrugada del 29 de enero, cuando el intenso calor del litoral y la húmeda salmuera del aire se habían disipado, los patriotas al mando del capitán José Ignacio Rodríguez asaltaron el bergantín y ajusticiaron a los españoles. Unos pocos que se salvaron se internaron en la selva. Otros quedaron gravemente heridos. Y una cifra aún más pequeña logró escapar del ataque, entre quienes se encontraba Tacón y Rosique.Doscientos años después de la batalla, lo que queda, como la cicatriz de la guerra del pasado, es un ancla que se exhibe en la plaza del pueblo. Según los habitantes de Santa Bárbara de Iscuandé, pertenece a uno de los barcos españoles. Pero la verdadera cicatriz que la guerra dejó en Iscuandé es otra. La efeméride de la batalla de Iscuandé vuelve y ubica en el mapa de Colombia a una población perdida entre la espesura, desolada por el Estado y golpeada por el conflicto entre los diferentes grupos al margen de la ley y las Fuerzas Militares. Esta es una cicatriz honda y abierta que, tras 200 años, aún no cierra.Un pueblo esclavizado por ‘la maldad’La batalla de Iscuandé parece haber dejado un lastre en el pueblo. Uno diferente al ancla. Doña Rosa Reina Aguirre le llama ‘la maldad’: una maldición que no acaba.“Estamos pasando tragedias desde el 2000 o 2001, cuando llegó ‘la maldad’ al pueblo”, relató doña Rosa Reina Aguirre con su mirada nublada por unas cataratas que la dejan ver cada vez menos. “Primero se metieron los paras… Luego los otros. Por ahí sacaban muertos y los tiraban en bolsas. Por la orilla del río mataron a varios. Incluso un día sacaron a una señora y le cortaron un brazo. Eso nunca se había visto acá. Vivíamos tranquilos, usted dejaba la ropa afuera secando y ahí le amanecía”.Lo que doña Rosa llama ‘la maldad’ debió ser el ataque de las Farc que arrasó con el puesto de la Armada en el 2000. O la desaparición de un profesor por parte de grupos paramilitares en el 2001 que cuenta el docente Alfredo Oliveros, hecho que provocó el desplazamiento total del pueblo. “En Iscuandé quedaron sólo once personas. Yo me fui para Cali y volví como a los dos meses. Pero hubo gente que nunca más volvió”, dice.También ‘la maldad’ ocasionó que el 1 de febrero de 2005, en el que fue catalogado como el golpe más cruento de las guerrillas al gobierno de Álvaro Uribe Vélez, se llevó a 16 infantes de marina y dejó otros 25 heridos tras el ataque de 300 guerrilleros de las Farc y el ELN, facilitado por tres infiltrados, a la base de infantería de Marina de Iscuandé.‘La maldad’ también fue entonces la que provocó que se formara el Barrio de los desplazados o Viento Libre, debido al desplazamiento de 141 familias de la zona montañosa del Municipio al casco urbano por amenazas y miedo a retaliaciones de las Farc cuando en 2007 la Brigada 29 del Ejército dio de baja a Alias Victor Polo. Pero según Marín Suárez Rodríguez, alcalde de Santa Bárbara de Iscuandé, ‘la maldad’ ya está pasando. “El narcotráfico ha venido atravesando toda la Costa Pacífica. Pero ahora las acciones de los grupos ilegales han mermado por el apoyo de la Armada Nacional. Ellos no han tenido problema con la comunidad”. En efecto, el coronel Carlos Armando Castillo, comandante de la IV Brigada de la Infantería de Marina, encargada de la seguridad del Pacífico nariñense, aseguró que sus 3.356 hombres tienen la moral alta y que la guerra se está ganando. No obstante, reconoció la fragilidad de la seguridad en la zona.“Lo que se refiere a la costa es evidente que es un corredor por el cual se tratan de entrar armas e insumos para la fabricación de los alcaloides y su posterior salida para los mercados negros internacionales. Por eso, es un área de disputa entre el Frente 29 de las Farc, ‘Los Rastrojos’ y otros bandas criminales”, aceptó. Castillo añadió: “Eso ha ocasionado que históricamente los índices de violencia se mantengan altos”.Es por eso que cuando se llega a Iscuandé y se pisan las piedras de la escalera del puerto lo primero que se respira es una tensa calma que asfixia.La historia contada por un ajenoEl 12 de enero de 2012, el mismo día en que se celebró el día de la Infantería de Marina, un grupo de historiadores visitó Santa Bárbara de Iscuandé, con el único objetivo de organizar con las autoridades municipales un acto conmemorativo por el Bicentenario de la batalla.Tras una hora de vuelo hasta Guapi en un avión de la Escuela de Aviación Militar Marco Fidel Suárez, y poco más de otra hora en una lancha rápida del Batallón Fluvial de Infantería No. 10, por entre los espesos mangles que se agarran al fango poroso del Pacífico, se llega a Santa Bárbara de Iscuandé. Ahí estaba el historiador Alberto Silva Scarpetta, de la Academia de Historia del Valle, mirando atónito con sus ojos azules los paisajes que tantas veces recreó en su mente cuando escribió los textos históricos sobre la batalla. También estaba el doctor Nicolás Ramos, presidente del Comité del Bicentenario del Valle del Cauca, reconociendo las aguas donde se dio la primera batalla naval de la independencia de Colombia. En el pueblo, entre la llovizna tenue que pega la ropa al cuerpo y los niños que juegan descalzos con palos y pitas, ya esperaban los concejales, el Alcalde y la Personera Municipal. Pero también esperaban las miradas cómplices, las miradas austeras y los murmullos en las pequeñas tiendas de esquina. En la reunión, los historiadores contaron el relato de la batalla, para quienes no la sabían, y recalcaron en su importancia, por si quedaban dudas sobre ello. Los funcionarios iscuandereños, por su parte, miraban con extrañeza a Silva y Ramos. Era entendible: estaban siendo espectadores de su propia historia.Entonces surgió la propuesta –quizá empujados por la insistencia de los foráneos— de conformar un ‘comité histórico’, mandar a hacer una placa y citar al Gobernador de Nariño para conmemorar la batalla en su efeméride. La propuesta de darse un espacio a ellos mismos en el orden nacional. De aparecer. De existir.Porque ese caserío de poco más de diez calles que es Santa Bárbara de Iscuandé para el país es como la leyenda de la batalla del río Iscuandé para ellos: algo de lo que oyen hablar, pero que no se tiene la certeza de que existió.El Estado, a excepción de la presencia de la Armada en la actualidad, ha dejado abandonados a los pobladores de Iscuandé. Según datos del Dane, sólo el 1,2% de sus habitantes tienen alcantarillado y otro 0,4% tienen acueducto. Eso significa que en todo el Municipio sólo a 60 personas les llega el agua a sus casas.La energía eléctrica es racionada. El 48% que recibe el servicio sólo lo tiene por tres o cuatro horas a partir de las 6:00 p.m.Según la Personera Municipal, Ángela Valencia, la desocupación es otro de los grandes problemas que azotan a este pueblo ribereño. Sólo el 3,3% tienen una actividad económica en sus viviendas. El otro 96,7% están destinados sobrevivir del rebusque, con lo que traiga el agua y lo que de la tierra. O sucumbir ante la tentación de la minería ilegal apadrinada por la guerrilla o los cultivos ilegales de las llamadas ‘bacrim’. Mientras tanto, la desolación se pasea con la brisa por las calles de Iscuandé: un pueblo que, tras 200 años de gloria, sigue esclavizado, esta vez bajo el yugo del abandono y el olvido.

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