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Estas fueron las mujeres que marcaron al Nobel Gabriel García Márquez

¿Qué habría sido del Nobel sin los relatos fantásticos de la abuela Tranquilina o sin el amor de Mercedes Barcha? “No hubiera podido escribir”, confesó él mismo.

17 de abril de 2014 Por: Redacción de El País

¿Qué habría sido del Nobel sin los relatos fantásticos de la abuela Tranquilina o sin el amor de Mercedes Barcha? “No hubiera podido escribir”, confesó él mismo.

“Siento que nada malo puede sucederme cuando estoy entre mujeres. Me producen un sentimiento de seguridad sin el cual no hubiera podido hacer ninguna de las cosas buenas que he hecho en la vida. Sobre todo, creo que no hubiera podido escribir”. Varias líneas antes, Plinio Apuleyo Mendoza le había preguntado a su amigo Gabriel García Márquez hasta qué punto habían sido importantes las mujeres en su vida. La respuesta quedó consignada en ‘El olor de la guayaba’, ese libro en el que el Nobel develó su admiración por la mujer, encumbrada en la figura de Tranquilina, su abuela, que vistió su niñez con relatos tan increíbles y literarios que él convirtió con acierto en insumo de su obra.Varias de esas mujeres que “pastorearon su infancia”, como él diría, tomaron voz y cuerpo en muchos de los personajes de sus novelas. Estas, las mujeres más determinantes de su vida.Mercedes BarchaLa Gaba. Así la conocen todos desde hace 55 años, cuando unió su vida con ese ‘pelaíto’ que un día, en un baile de estudiantes y cuando los dos no pasaban de los 13 años, le pidió que se casaran. Gabo la había conocido en Sucre, pueblo del interior del Caribe donde ambos solían pasar sus vacaciones de colegio. Y la respuesta que entonces le dio Mercedes Raquel Barcha Pardo, descendiente de tiene aliento literario de sobra: “Mi papá dice que no ha nacido todavía el príncipe que puede casarse conmigo”. Estaba equivocada: ese hombre sería nada más y nada menos que el único Nobel de nuestra literatura. El marido que la obligó a inventarse la vida, con la nevera vacía y las cuentas por pagar, en esos largos meses de encierro en una casa mexicana, mientras García Márquez cocinaba su novela cumbre, ‘Cien años de soledad’. Juntos vivieron las precariedades de un escritor desconocido y el esplendor de una figura de peso en las letras; fue un amor que sobrevivió a la fama que tanto incomodó al escritor. Para Gabo, el secreto estuvo “en que entendimos que el matrimonio, como la vida entera, es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los días”.Tranquilina IguaránDe origen guajiro y siempre vestida de semiluto, la abuela Tranquilina Iguarán, o Mina, como la llamaban, fue determinante en la vocación literaria que adquiriría su nieto más ilustre: Gabriel García Márquez. Fue ella, quien junto al coronel Nicolás Márquez, su esposo, criarían al pequeño Gabo durante sus 7 primeros años de vida en Aracataca. Gerald Martin, su biógrafo, cuenta que el escritor evocaba sus años de infancia en una casa amplia gobernada por la abuela Tranquilina, a la que siempre vio proteger a los suyos de asuntos quizá intrascendentes para otras matronas: las almas en pena, las mariposas negras, las brujas y los funerales: “Ella era la jefe de la casa y no sólo ella, también unas entidades fantásticas con las que tenía comunicación permanente y que eran las que le indicaban qué se podía hacer ese día y qué no; ella interpretaba los sueños (tal como lo hacen muchos de los personajes femeninos de las novelas de Gabo) y de acuerdo con ellos se organizaba la casa”, le contó el escritor costeño a su biógrafo. También la recordaba como una abuela ciega y demente, “que no se desvestía mientras la radio estuviera encendida” pues creía que los dueños de esas voces que oía la estaban observando. Un mundo de fantasía y superstición que muchos años después el hijo del telegrafista de Aracataca volcaría a placer en las 400 páginas de ese Macondo mítico de ‘Cien años de soledad’ y en las que la abuela tomaría forma a través de la figura de Úrsula Iguarán. La abuela era, en realidad, la punta de lanza de una legión de mujeres que marcarían para siempre la relación que Gabo establecería con este género: en esa casa vivieron también la tía Mama, la tía Pa y la tía Wenefrida.Rosa Elena, la maestraQuien le enseñaría a leer y a escribir al futuro Nobel de Literatura colombiano fue una mujer de Riohacha, Rosa Elena Fergusson, que falleció a los 96 años en Medellín, en 2005. “Ella me inculcó el gusto de ir a la escuela sólo por verla”, confesó alguna vez quien fuera su alumno en el Instituto Montessori de Aracataca, donde García Márquez cursó sus primeros estudios. En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió su abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al fluvial puerto de Sucre. Coronada en dos ocasiones como la reina del Carnaval de Aracataca, Gabo siempre la evocaría como una maestra “grácil, dulce y hermosa”.Pero para Gerald Martin, biógrafo de Gabo, autor de ‘Una vida’, fue más que eso: “Fue ella su primer amor infantil —la proximidad física con esa maestra suscitaba en él a un tiempo la emoción y la timidez— y alentó en él su aprecio por la lengua y el verso”.Luisa Santiaga MárquezGabriel García Márquez fue el mayor de los hijos de Luisa Santiaga Márquez Iguarán de García, la mujer nacida en Barrancas, La Guajira, que se atrevió a desafiar la disciplina de hierro del coronel Nicolás Ricardo Márquez, veterano de la Guerra de los Mil Días, para casarse con Gabriel Eligio, el apuesto telegrafista de Aracataca. La relación de Gabo y su madre en los primeros 7 años de vida del escritor fue casi nula: él fue criado por sus abuelos maternos, mientras Luisa y su esposo viajaban por varios pueblos del Caribe intentando abrirse futuro con la profesión frustrada de Gabriel Eligio como médico homeopático. Pero madre e hijo forjarían un estrecho lazo que solo llegaría a su fin con la muerte de Luisa, ya nonagenaria, en 2002, en una clínica de Cartagena.”Mi madre fue mi primera maestra de ortografía”, comentaría el Nobel, al recordar que ella le regresaba corregidas, a vuelta de correo, las cartas que él le enviaba desde el colegio de Zipaquirá donde cursó su bachillerato y desde Cartagena, donde en vano intentó formarse como abogado. Gerard Martin le escuchó decir a Gabo que la relación que tuvo con su madre “fue quizá la más seria que estableció en su vida”, toda vez que juntos debieron sortear los años extremos de pobreza que acosó a la familia en Barranquilla. Era ella, Luisa Santiaga, a quien Gabo consultaba antes de emprender cada novela y la que terminaría por protagonizar uno de los amores literarios más universales a través de las páginas de ‘El amor en los tiempos del cólera’, en la que Gabo narra la historia de amor rebelde de sus padres.

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