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Más de 20.000 personas mayores aclamaron al Papa en la plaza de Bolívar. | Foto: Colprensa

PAPA FRANCISCO

El relato de una peregrina caleña en busca del Papa en Bogotá

Olga Lucía Criollo viajó desde la capital del Valle para ver, así sea por unos segundos, al Sumo Pontífice en uno de sus recorridos por las calles de Bogotá. Esta es su historia.

9 de septiembre de 2017 Por: Olga Lucía Criollo /  reportera de El País 

Las tinieblas de la noche apenas se desperezaban y el frío tentaba a no traspasar la puerta. Solo hacía poco el reloj había marcado las cinco de la mañana y, pese al anhelo de cumplir la cita peregrina, el hecho de estar sola en la temida capital me hizo titubear en mi decisión de lanzarme a caminar y caminar hasta llegar a la Plaza de Bolívar, donde se podría cumplir mi sueño de estar cerquita del Vicario de Cristo en la Tierra.

Pero tamaña sorpresa me llevé solo una esquina después:“No se preocupe que allí adelantico no más se encuentra con todo el gentío que va para allá”, me dijo un madrugador trotamundo.

Y en efecto, cual salida de un partido de fútbol, una horda de almas caminaba rumbo al Parque Simón Bolívar, donde el Papa presidiría su primera eucaristía durante su visita a Colombia. Solo que mi destino, la Plaza, quedaba justo hacia el otro lado, 60 cuadras por lo menos, según me dijo un amable carabinero en medio de una calle llena también ya de vendedores de camisetas, rosarios, gorras y hasta carpas con el rostro de Francisco, pero absolutamente vacía de vehículos...

Fue entonces cuando un ocasional ciclista se transformó en la única posibilidad de llegar a tiempo a mi cita, pero solo me miró con cara de “¿y esta qué?” y me invitó a caminar hasta la 30 y tratar de encontrar un taxi que me acercara al menos un poco… “Será que los jóvenes sí madrugan tanto?, me preguntaba al recordar que tal vez el acto más importante de Su Santidad esa mañana en el centro histórico de Bogotá sería el encuentro con ellos.

Pues resulta que no eran las seis y media cuando la primera veintena de chicos atravesó el corazón de la plaza para ubicarse justo enfrente de la ventana desde la cual horas después los bendeciría a ellos y a los adultos que logramos colarnos a esa cita en la que con tono bonachón les repitió: “No permitan que nada ni nadie les robe la alegría…”.

Y fue ese aire de papá divertido, amoroso, casi alcahueta, pero lleno de santidad, el que pudimos ver en su rostro los privilegiados fieles que ocupamos los extremos de los corredores de la legendaria Plaza por la que Francisco se paseó esa mañana de jueves, en medio de un júbilo abrigado por un sol que crecía a medida que se acercaba la hora del encuentro y que dejó no pocos jóvenes desmayados.

Pero justo allí donde se produjo el momento mágico que quedará guardado para siempre en la memoria: él te mira, y una sonrisa llena de ternura aprieta sus cachetes rosaditos mientras su mano gordita se mueve saludando a todos.

Y es cierto, tal vez no fue a ti a quien miró exactamente, pero justo allí radica lo especial, lo divino, de Francisco: la paz que logra transmitir este carismático Vicario de Cristo, como sus palabras, no es de exclusividades, se derrama sobre cada uno y especialmente sobre aquellos más afligidos por la enfermedad, por el dolor, el abandono o la violencia.


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Pero conformarse con verlo sería rebajar al Santo Padre a la categoría de un pos star. Y a él, de quien los católicos estamos seguros que tiene un mensaje directo de Dios para cada uno de nosotros, hay que escucharlo. Por eso, cuando a una sola voz las miles de almas frescas reunidas en el lugar seguían gritando: Francisco, hermano, ya eres colombiano”, me encaminé a la segunda parte de mi peregrinación.

Y como en toda rogativa, el sacrificio no se hizo esperar. De nuevo había que atravesar y caminar mucho, mucho, del cemento capitalino para llegar a la eucaristía que Su Santidad presidió en el Parque Simón Bolívar. Mas, esta vez, el sol pareció quedarse con el Papa en el centro de la ciudad y una pertinaz lluvia quiso aguar la ilusión de quienes habían madrugado sin importar que la misa solo se iniciaría a las 4:30 de la tarde.


Fue el momento entonces para contribuir al ‘agosto’ de los vendedores de capas y de cualquier plástico que pudiera resguardar la humanidad poco acostumbrada al clima bogotano. Y de armarse de paciencia para literalmente sumergirse en el verde césped de ese inmenso pulmón ecológico hasta lograr llegar al lugar asignado.

Y escampó, pero luego el cielo volvió a llorar y solo se calmó, cosas de Dios sin duda, en el preciso momento en el que el Santo Padre hizo su ingreso al Parque. A él sí, otra lección de vida, poco le importó el frío: recorrió en su papa móvil todos los recovecos del lugar para saludar a las colmenas de feligreses que se amontonaron allí para escuchar su homilía y recibir una nueva bendición.

Ya en el altar, su rostro no era el mismo. Con la mirada baja, en total recogimiento y tal vez acusando algo de cansancio, Francisco nos habló, me habló: El Señor da a conocer su victoria a quienes aceptan su invitación a echar las redes mar adentro a pesar de las adversidades, de las dificultades, del desánimo, de las caídas. Claro, también rechazó la corrupción en nuestro país –sin nombrarla-, las divisiones entre los colombianos y el menosprecio a la vida en todas sus etapas.

Pero el otro, el del Evangelio, fue el mensaje espiritual del Buen Pastor a una oveja que, aunque mojada, cansada y con el dolor de haber dejado en cama al amado ser que me inició en el amor a Dios, escuchó el llamado para ir a tratar de encontrar en cada una de sus palabras el alimento para una fe que ahora tiene el reto de destellar como destellaron en la noche capitalina las luces pirotécnicas con las que los fieles despidieron ese jueves a quien muchos llamamos con todo cariño My Potato. Que así sea!!!

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