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El estigma que padecen los habitantes de San Vicente del Caguán

Una década después del fin de la zona de despeje, los habitantes de San Vicente del Caguán se sienten estigmatizados como guerrilleros por el resto de Colombia. Crónica de cómo se vive hoy en la zona.

19 de febrero de 2012 Por: Santiago Cruz Hoyos, reportero de El País.

Una década después del fin de la zona de despeje, los habitantes de San Vicente del Caguán se sienten estigmatizados como guerrilleros por el resto de Colombia. Crónica de cómo se vive hoy en la zona.

I EstigmaLa hermana Reina Amparo Restrepo cuenta que salir de San Vicente del Caguán se convirtió en un lío tremendo para sus habitantes. Enseguida recuerda una anécdota que le sucedió hace apenas dos semanas, cuando se encontraba en un colegio de Florencia, capital del departamento del Caquetá.Justo cuando entró a la sala de profesores, le preguntaron: ¿de dónde viene? La hermana dijo sin miedo: San Vicente del Caguán. Al instante le respondieron: “Ah, la República Independiente de San Vicente del Caguán”. Era una broma en relación a ese rumor que surgió durante el proceso de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla. Se decía que las Farc harían del municipio una república independiente y ellos, los guerrilleros, serían su ejército. La hermana Reina Amparo, Premio Nacional de Paz en 2007, se molestó por el chiste.Años atrás le sucedió algo parecido, en un hospital de Neiva. Un médico se refirió a ella como “la prima del ‘Mono Jojoy’”. Era otra mofa por vivir en San Vicente del Caguán, sede junto con los municipios de La Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, de la zona de distensión en la que en 1998 se iniciaron los diálogos entre el Gobierno y la guerrilla.“La estigmatización que se ganó el pueblo ‘san vicentuno’ por ese hecho te frena muchísimas veces”, agrega la hermana, sentada tras un escritorio de la casa en donde funciona la comunidad de los misioneros de La Consolata.Son las 3:00 de la tarde del martes 14 de febrero de 2012. En San Vicente del Caguán hace un calor infernal. A la sombra la temperatura debe llegar a los 35°C. La hermana se seca el sudor de la cara con un pañuelo. En el resto de la tarde y durante el día siguiente no será la única habitante de este municipio del departamento del Caquetá, ubicado a tres horas y media de Florencia, que se queje del mismo asunto: la estigmatización que les dejó como lastre el proceso de paz en su territorio. El secretario de gobierno, Óscar Prieto, contó por ejemplo que los jóvenes no sacan la cédula en el pueblo para evitar miradas acusadoras en el resto del país; Flover Parrací, contador público, recordó el día en que le negaron un crédito bancario, “por ser de una zona roja”; una tendera dijo que a pesar de que su hijo terminó sus estudios en Neiva y sacó la cédula en Bogotá, no fue aceptado en el Ejército cuando los altos mandos se enteraron de que había nacido en San Vicente del Caguán. Al muchacho le tocó entonces trabajar en una ferretería. Es decir: ser de San Vicente del Caguán o vivir aquí te convierte en sospechoso de ser criminal, bandido, miliciano, miembro de las Farc. Y tener que lidiar con eso cada que se viaja es bastante molesto, explican. Tener que negar la tierra de donde se proviene es como negarse a sí mismo, negar la identidad, es otra forma sutil de discriminación. Pasa que en el imaginario del país aún se recuerdan esas imágenes que se vieron por televisión durante el proceso de paz: cientos de guerrilleros patrullando las calles del pueblo muy orondos, conduciendo camionetas último modelo, niños y niñas de 14 años con fusiles al hombro, San Vicente convertido en un paraíso para las Farc. Eso, en parte, ha llevado a que el estigma de esta tierra como un pueblo de guerrilleros perdure aún diez años después del fin de la zona de distensión. Eso y que, por un lado, se sabe que aún hay milicianos por ahí, vestidos de civil. Además, como la guerrilla ha permanecido durante décadas en este territorio, reclutando menores, enamorando mujeres, algunos de los habitantes, inevitablemente, tienen un familiar dentro de ese grupo armado ilegal. La hermana Reina Amparo ya lo había mencionado hace un rato: este es un pueblo de víctimas de la violencia, un pueblo que ha sufrido, en silencio, el hecho de que un hermano, que un tío, que un primo, una hija, haya ido a la guerra. Quizá por eso también es un pueblo que calla. Nadie habla de la situación de violencia con desconocidos. Callar es sinónimo de seguir con vida. En todo caso, reclaman en San Vicente, esa realidad no convierte a todos sus moradores en guerrilleros. El propio alcalde, Domingo Emilio Pérez, tiene un hermano en las Farc. “Los delitos son individuales”, responde.Óscar Prieto, el secretario de gobierno, también cree que los medios de comunicación han fortalecido el mito de San Vicente del Caguán como tierra exclusiva de guerrillos. Aún, se queja, los periódicos siguen publicando las mismas fotos que publicaron durante el proceso de paz.Pero la postal de San Vicente del Caguán hoy es como la de cualquier otro pueblo de Colombia. A esta hora, por ejemplo, las 5:00 de la tarde, siete niños juegan microfútbol en el parque principal, una pareja de novios se besan en una banca, gente va y viene a pie, en moto, los locales comerciales de juguetes, ropa, electrodomésticos tienen abiertas sus puertas. En el parque, además, se empiezan a instalar decenas de puestos de comidas rápidas. Decenas. Antes del proceso de paz sólo había un sitio en San Vicente para comer hamburguesas. Cuando iniciaron los diálogos la economía se disparó. Llegaron estos puestos y también los restaurantes de comida china. Entonces, dice Flover Parrací, ahora que este 21 de febrero se cumplen diez años del fin de la zona de despeje, ahora que en San Vicente del Caguán ya no se ven a los miembros de las Farc patrullando las calles como reyes, sus habitantes quieren enviarle un mensaje al país que los libre de una vez por todas de la estigmatización: “No somos guerrilleros, somos tierra de ganaderos”.

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