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Crónica: un adiós con alas de mariposa para 'Gabo'

En un emotivo acto de unión entre Colombia y México se convirtió el tributo a García Márquez. Miles de personas esperaron más de tres horas para despedir al Nobel al interior de Bellas Artes.

22 de abril de 2014 Por: Margarita Solano | Corresponsal de El País en México

En un emotivo acto de unión entre Colombia y México se convirtió el tributo a García Márquez. Miles de personas esperaron más de tres horas para despedir al Nobel al interior de Bellas Artes.

Los ojos al descubierto dejan ver un llanto constante. El maquillaje oscuro escurre por los párpados, las cejas se juntan y el ceño se frunce al compás de una melodía clásica que retumba al interior del imponente Palacio de las Bellas Artes, en el centro del Distrito Federal. El abrazo de una joven de mediana estatura la toma por sorpresa pero lo recibe con agrado; el susurro en el oído llega después. Mercedes Barcha Pardo viuda de García Márquez, la separa de su pecho, las manos se entrelazan, ambas se sueltan a llorar.¿Qué le decías? Pregunta una mujer que acecha el momento entre la esposa del Nobel y una colombiana con acento paisa. El llanto se esfuma con el paso de la mano derecha por el pómulo diestro –“Es que la prima de mi abuelo fue quien le enseñó a escribir a Gabo en Aracataca”- revela Lucía Helena Escobar, quien sigue con la mirada a la compañera de vida García Márquez.Jorge Fergusson, cienaguero y abuelo de Lucía, era un hombre feliz cuando le contaba de pequeña a ella y al resto de su familia que su prima Rosa Helena Fergusson fue quien le enseñó a leer y a escribir en Aracataca al Nobel de Literatura. “Mi abuelo nos mostró un día la casa donde vivía Rosa y nosotros bien chiquitos nos quedábamos asombrados viéndola”, recuerda Lucía en el homenaje que ayer le hicieran en México al autor de Cien Años de Soledad.Rosa, quien le llevaba varios años de ventaja a García Márquez, murió en Macondo a los 96 años, pero antes constató como su alumno en el Instituto Montesori de Macondo le dedicó varias líneas que quedarían al interior del Coronel no tiene quien le Escriba, obra que fue por demás la favorita de la maestra.De espaldas a la nieta de Fergusson ha quedado Mercedes. Sentada a un costado de las exequias de su amor. Viste de negro con un collar plateado que da un poco de luz a un rostro consternado por la pérdida. Lo ha venido a despedir ella, su esposa, su lectora, su cómplice y miles de personas empuñando flores amarillas y mariposas del mismo color. La mirada de Mercedes se fija en el cortejo donde descansa uno de los mejores literatos del mundo. Pernocta en un jardín primaveral de rosas amarillas y blancas que engalanan la alfombra roja de un edificio emblemático y elitista en donde muy pocos han recibido un homenaje póstumo por parte del pueblo de México. Las cenizas del escritor colombiano se mantuvieron encima de un pedestal en madera de poco menos de un metro de altura en el vestíbulo principal de Bellas Artes, donde familiares cercanos abrieron el cortejo. Dos coronas con rosas se erigen de par en par en medio de una multitud que deja pasar por alto a los remitentes: “De Raúl Castro Ruz, un gran amigo de Cuba”, dice la primera. “De Fidel Castro Ruz al amigo entrañable”, se lee en la segunda.Tres escalones en mármol que han dejado su brillo le han dado paso a más rosas amarillas y blancas. Carmenza lleva dos ramos “unos es mío y el otro de mi hija, que está en San Luis Potosí y no pudo venir”. Los deja caer en el harén mientras se dibuja una cruz entre el rostro y el pecho para salir del recinto de mármol.“Me lleva él o me lo llevo yo, pa’ que se acabe la vaina, me lleva él o me lo llevo yo, pa’ que se acabe la vaina, García Márquez a mí me lleva, porque a mí me da la gana” se escucha la Gota Fría a la salida del recinto como un contraste entre dos mundos tan paralelos y tan cercanos. Un grupo musical mexicano se ha puesto el sombrero volteado y, de negro, cantan para después darle paso a la Casa en el Aire. Laura pasó bailando mientras su fila avanza, es coreógrafa de un grupo colombiano y tiene una pañoleta de mariposas en la frente.Uno tras otro se ve el panorama de miles de cabezas y torsos intentando darle el último adiós al creador del realismo mágico. Una fila enorme que comenzó a gestarse desde la 1:00 de la tarde y que se extendió en tripas de kilómetro y medio a la redonda bajo un cielo que amenazaba con dejarse caer sobre los dolientes celebrantes.En medio de la multitud se encuentra uno de los fieles seguidores de García Márquez. Sombrero volteado, guayabera blanca, al igual que el pantalón y una voz ecuánime que intenta desafiar al grupo principal. “Viajando para Fonseca yo me detuve en Valledupar y allá en la plaza me encontré con un viejito conversón y al pasar le pregunté oiga, compae, como se llama usted”, canta Anderson Marbello a todo pulmón.Conocido en el Distrito Federal como ‘El negrito del vallenato’, Marbello logró llegar a donde muchos no pudieron, a la vida personal del creador de La Hojarasca, Memorias de mis Putas Tristes, Crónicas de una Muerte Anunciada, entre otros. “Véngase para acá negro, déjese de maricadas y vamos hablar tu y yo, siéntese aquí”, le dijo el maestro en una tarde de parranda en su casa ubicada en la Calle de Fuego 144 al sur de la ciudad.Anderson y su grupo Impacto Colombiano se convirtieron en los amenizadores oficiales de las fiestas que el autor hacía en su casa con el único motivo de escuchar vallenatos. Sus favoritos eran “todos los de Escalona, como El Testamento, la Casa en el Aire, pero el que más me pedía una y otra vez era Compae Chipuco, de Carlos Vives”, recuerda antes de entrar a despedir al maestro.La solemnidad de Bellas Artes se extinguió poco a poco. Las flores amarillas contoneándose de un lado a otro, las voces de colombianos y mexicanos al son del vallenato y la cumbia, fueron borrando lágrimas y dibujando sonrisas a miles de corazones que comprendieron “que no hay medicina que cure, lo que cura es la felicidad”.

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