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Crónica: así se ha ido quedando sin agua La Guajira

Indígenas Wayuu de rancherías alejadas como Boca de Camarones o La Paz, tras la sequía, incluso, pueden morir de hambre y abandono. Panorama.

27 de julio de 2014 Por: Stephanie Moreno | Enviada especial de Colprensa

Indígenas Wayuu de rancherías alejadas como Boca de Camarones o La Paz, tras la sequía, incluso, pueden morir de hambre y abandono. Panorama.

Desde lo alto, cuando se está próximo a aterrizar, se ve el desolado panorama de La Guajira, un manto amarillo tierra y terracota invade las rutas de sus principales municipios y rancherías. La sequía es evidente y agobia día tras día al departamento y a sus comunidades, que se pulverizan en hambre, enfermedad, sed y abandono de la naturaleza y del Estado. La situación más apremiante de sequía se presenta desde octubre de 2013, cuando por última vez los guajiros vieron torrenciales aguaceros en sus tierras. En el 2014 sólo presenciaron un episodio de lluvia, que apenas duró 45 minutos sobre Riohacha, a mediados de junio. Con la falta de lluvias, a principios de febrero, tras cuatro meses de la inclemente sequía, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, Ideam, activó una alerta roja, que, por desgracia habitantes de diferentes comunidades omitieron. Hubo consecuencias, pues pronto vivieron momentos de pánico por incendios forestales y por la muerte de sus animales. Con el aumento del número de incendios y las crisis que empezaron a vivirse en distintos puntos del departamento, a finales del mismo febrero fue activado el Consejo Departamental de Riesgo, con atención especial en las comunidades de Manaure, Uribía, Riohacha y Maicao, las más afectadas hasta entonces. Las principales carencias de la región, como hoy, ya tenían que ver con el desabastecimiento de alimento, la falta de combustible y, el más importante, la carencia de agua. El alcalde de Riohacha, Rafael Ceballos Sierra, en un comunicado les dijo a los habitantes de la capital del departamento que se encontraban en alerta y que la crisis hídrica se iba a manejar a partir del uso de carrotanques, que irían por toda la ciudad, y por el resto de La Guajira, haciendo una distribución equitativa del líquido. Con las políticas públicas ya planteadas por parte de las entidades municipales, las comunidades se tranquilizaron y esperaron la ayuda. Una solución a sus necesidades, una respuesta a la sequía, la cual seguía agobiando a sus habitantes; claro, en especial a las comunidades más vulnerables. Indígenas Wayuu de rancherías alejadas como Boca de Camarones o La Paz, tras la sequía, incluso, pueden morir de hambre y abandono. Un abandono que sienten de parte de los gobiernos de la región y del nacional, de quienes piensan que olvidaron que ellos existen y hacen parte del país. “Necesitamos mayor ayuda del gobierno, que se acuerde que existimos, que somos personas, aquí nunca viene”, comentó una indígena Wayuu de la comunidad de Boca de Camarones. La sequía no daba tregua y para marzo Maicao, uno de los principales municipios del departamento, se vio afectado no sólo por la carencia del agua y el alimento, sino porque sus 150.000 habitantes se enfrentaron a la crisis de los bomberos por falta de combustible para sus carros. Eso generó la suspensión de las funciones de Montelara y Ayatawacoop, las dos cooperativas de combustibles que abastecen 39 estaciones de servicio, afiliadas al Ministerio de Minas y Energía en la Costa Caribe. Con la crisis bomberil, la carencia de agua y alimento y el riesgo de muerte por inanición de niños y ancianos; las alcaldías se propusieron combatir con un segundo esfuerzo, esta vez acopiando comida para los animales. Alcaldes como los de Albania y Umata entregaron 100 toneladas de silos de maíz en la zona, con el fin de que las reses dejaran de aguantar hambre y murieran. Porque el hambre no sólo lo padecen los habitantes, primero lo sufren los animales, que sin lluvias, empezaron a morir. Sin embargo, para muchos es cuestionable que las alcaldías se hubieran preocupado primero por garantizar la alimentación de las reses que la de los campesinos e indígenas. Habitantes de La Guajira, como Anderson Méndez, declaran que “es más importante darles alimento a los campesinos que a las propias reses; por lógica, para un alcalde es mejor que se le muera un res a que se le muera un habitante, peor si es por hambre”. Vanesa Correa lo apoya: “Estamos hablando de vida o muerte, yo pondría primero a la persona, aunque creo que el campesino no quiere que le den comida sino trabajo; lo alimentan hoy, pero qué va pasar mañana, ellos tienen que tener algo para sobrevivir su día a día”. En general, la crisis por el agua y las soluciones que se han ensayado despiertan controversia en la región, pero lo que más preocupa es que, sin importar, quien tenga razón, aún no han logrado mitigar el drama. Al contrario, a medida que transcurre el tiempo no sólo el hambre, la sequía y la muerte aumentan; también lo hacen la desigualdad y la pobreza en el departamento. Sobre cómo erradicar esas condiciones, se empezó a hablar en abril, con mesas de diálogos instaladas entre el Estado, representado por la gobernadora designada para La Guajira, Sugeila Oñate Rosado, y la Concertación del Pueblo Wayuu. Desde entonces las comunicaciones entre el Gobierno y la población han mejorado, pero los avances aún son casi nulos, según reclaman habitantes del departamento como José Domingo Pacheco Epiayú, autoridad indígena tradicional de la comunidad Pipamana:“No hay una atención, no han llegado las ayudas, todas las comunidades tienen el mismo problema, nadie nos atiende y la poca agua que tenemos la recogemos de pozos artesanales construidos por nosotros mismos a través de anillos”. Mientras aparecen respuestas efectivas, el pueblo Wayuu ha empezado a ver con angustia la aparición de enfermedades infecto-contagiosas, afectando especialmente a menores de edad, siendo estos los más vulnerables con la situación crítica del departamento. Las comunidades buscan por sus propios medios obtener un poco de agua, ya que los carrotanques en algunas comunidades no llegan y en otras tienen que pagar $6.000 por un tanque del líquido. La Guajira es uno de los departamentos más representativos del país, por tener como íconos a los indígenas Wayuu y sus mochilas, tan famosas dentro y fuera del país. Son los mismos que hoy mueren en el olvido del resto de los colombianos, quienes ignoran el verdadero tamaño de la crisis que enfrentan por el único líquido capaz de dar y quitar la vida: el agua.

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