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Conozca la historia de los soldados que cambiaron las armas por los cuadernos

Soldados de la Fuerza de Tarea Apolo se graduaron de bachilleres en medio del conflicto, en el norte del Cauca, una de las zonas del país con más presencia de guerrilleros de las Farc.

26 de enero de 2016 Por: Alda Mera | Reportera de El País

Soldados de la Fuerza de Tarea Apolo se graduaron de bachilleres en medio del conflicto, en el norte del Cauca, una de las zonas del país con más presencia de guerrilleros de las Farc.

Hacía más de 20 años que el soldado Mosquera no veía un cuaderno. Ni mucho menos cogía una cartilla. La última vez que pisó un aula estaba en  4° de primaria, en la escuela de Currulao,  en el corregimiento de   Turbo, Antioquia. Tendría 14 años cuando sus padres, Alvarino Mosquera y Florentina Palacios, y  sus ocho hermanos, tuvieron que huir del conflicto en la zona de   Urabá y  llegar sin nada  a Medellín. Habían perdido hasta la risa. Hoy el soldado profesional John Jairo Mosquera Palacios tiene 36 años y un diploma de bachiller, que obtuvo estudiando con el fusil al hombro y el morral en la espalda,  mientras  presta sus servicios en el puesto de mando de la Fuerza de Tarea Apolo, asentada en Miranda, Cauca. Historias así vivieron sus colegas de curso en  otros extremos del país. Fortunato Ojeda Contreras era un niño que  ayudaba a vender pasteles a su mamá, Mercedes Contreras, en el barrio Belisario, de Cúcuta, una invasión donde vivía mucho miembro del ELN.  Él también  debió dejar tirados sus cuadernos de 4° de primaria cuando  su familia  tuvo que    abandonarlo todo, asediada por  militantes de ese grupo. Al llegar desplazados al barrio Belén y ver que habían perdido todo, se puso a vender más pasteles para ayudarles a sus padres   a sostener a seis de sus 9 hermanos (dos  fallecieron). Así levantaron un  rancho de bahareque, donde vive su papá, Fortunato Ojeda.  “Cuando murió mi mamá me salí de la escuela y me puse a trabajar en lo que fuera. Después me fui  a  una fábrica de zapatos en Urueña, Venezuela, hasta que tuve  la oportunidad de presentarme al Ejército”, dice este  miembro del grupo antiexplosivos,  hoy  de 32 años y ya bachiller. Frayan Andrés Murillo  abandonó la escuela  en 7° en Málaga, Santander. “Mi mamá trabajaba duro para sostener ocho  hijos y no quería pedirle nada ni estar atenido a ella,  me puse a trabajar para colaborarle, porque a mi papá no lo conozco”, cuenta. De tanto rebuscarse, Frayan se volvió todero: trabajó en el campo  guadañando, cercando, echando machete. En su pueblo se le midió a la  construcción de vías y de alcantarillado. Hasta que terminó de cantante en un grupo de música tropical. Interpretando música de Rikarena, Pastor López o de salsa, y  tocando la guacharaca, las congas o la batería, se ganó la vida y ahorró para hacer el  curso de soldado profesional. Y allí, a sus 26 años, obtuvo su título de bachiller. La experiencia  de  Carlos Arturo Parada Rodríguez no es distinta. Su familia    salió de Santa Marta, su tierra natal, al sur de Bolívar tras el sueño del oro. Su padre era minero, su hermano mayor le seguía los pasos en el  socavón y su madre  cocinaba para  los mineros. “Mi papá y mi mamá ganaban bien ahí y ya habían hecho la casa, todo iba por buen camino, hasta que entraron los paramilitares a controlar la zona y nos tocó salir ‘chontiados’ para no caer en medio de las balas, porque eso era a sangre y fuego”, dice. Volvieron  a Santa Marta sin la sonrisa. La situación era difícil y para   volver a empezar de cero, lavó carros, fue albañil y cobrador de buseta hasta que ingresó al Ejército. La psicóloga Sonia Cómbita los  motivó a terminar sus estudios y a otros 18 soldados regulares  y dos profesionales que se graduaron de bachilleres en la primera promoción, y dos regulares que acabaron la primaria. “Ella le planteó  la propuesta a mi general Wilson Cabra, entonces comandante de la Fuerza de Tarea Apolo, y gracias a  él, que  apoyó la idea,  se pudo lograr el objetivo;  porque bien pudo decir, ‘no, ustedes están de servicio, no se puede’, considerando que   la situación de orden público era complicada en esta zona”, dice Mosquera. Es el programa de educación para adultos, Instituto de Aprendizaje Sistematizado, Ideas, con sede en Pereira, que les brinda la oportunidad de estudiar a soldados profesionales y regulares que  prestan el servicio militar. Durante la fase de  instrucción, hacen una nivelación inicial.  Después, continúan en sus respectivas unidades militares a las que son asignados. El mayor Carlos Alirio León Camargo, oficial de Acción Integral de la Fuerza de Tarea Apolo, dice que el 98 % de los aspirantes a soldados profesionales buscan terminar sus estudios. Y los regulares, automáticamente quedan matriculados en la fase inicial. “Solo uno o dos no quieren,   son los que no han terminado la primaria”, afirma el mayor León. Mosquera, Ojeda, Murillo, Parada y el resto del grupo asistieron a clases los lunes y martes en la mañana, durante año y medio. Sus cartillas y cuadernos iban  junto con el material de campaña donde el deber los llevara a hacer patrullajes, puestos de control, operativos de seguridad o a prestar guardia. Era por si se podía repasar para un examen, practicar un ejercicio, adelantar una tarea. Y coinciden en que fue duro porque les tocó   trasnochar, sabiendo que al otro día estarían prestando su servicio sin excepción. Incluso los de más alto riesgo, como el día que el soldado Ojeda, quien lleva ocho años como agente antiexplosivos,  fue  a desactivar una de las cargas que con  frecuencia los guerrilleros ponían en Guatemala, vereda de Miranda.  “Ese día casi nos dan porque neutralizamos una carga, pero era solo un señuelo y  el perro se enfocó en él  y no detectó el otro explosivo, que lo activaron a nuestro paso. Gracias a Dios les quedó mal instalado, con la carga hacia la vía, y tenía pólvora, no metralla;  quedamos aturdidos, pero  no nos pasó nada”, relata Ojeda. Después de esos gajes  diarios de la guerra,  “porque todo el tiempo éramos objetivo militar”, tenían que venir a sentarse a estudiar aquellas  materias que les resultaban más difíciles que otras. Como  fue matemáticas, con sus fraccionarios y raíces cuadradas para Ojeda y Parada;  sociales para Murillo e inglés para Mosquera y hasta Parada, quien reconoce que si hablar bien español es difícil, el idioma extranjero lo es más. Ahora todos ríen. “Es que loro viejo... cuando la profesora hablaba, yo quedaba fuera de base”, reconoce Mosquera y Parada le responde: “Es que él no aprendió inglés, sino chino”.  Mosquera   insiste en su buen sentido del humor. “Cuando la profesora de inglés repite y repite, uno ya se cree norteamericano, pero cuando ella se va, a uno no le queda sino el polvero en el cerebro”, dice, mientras  sus compañeros estallan en carcajadas. Y agrega: “Ese examen final de inglés, ay, qué  nervios, pero la profesora se enfermó y yo le di gracias a Dios”, dice haciendo reír una vez más al grupo. A  Murillo se le facilitaban los números, pero admite que cuando salía a exponer las capitales, los océanos, el mundo le daba vueltas y se confundía. “Es que de pronto uno sabía, pero  todos estos mirando...”, dice Mosquera dirigiendo su mirada a Parada, quien ganó medalla  por rendimiento académico, pero no ocupó el primer puesto por sus constantes   apuntes graciosos. Mosquera se defiende: “Yo no sería el mejor, pero tampoco era el peor y sacaba 5”.  “Sinco... mentarios”, apunta de nuevo Parada y todos ríen de nuevo. Los cuatro  coinciden, en serio, en que las profesoras Marleny, Natalia y Margarita “fueron excelentes, profesionales y nos tuvieron paciencia”. La ventaja del programa es que  lleva a los docentes y el material didáctico a las unidades  donde son asignados los soldados. “Nosotros vamos a las bases de Corinto, Santander de Quilichao, Anchicayá, la Escuela de Instrucción y Entrenamiento de Zarzal, donde ellos estén”, dice Alba Leonor Vargas, coordinadora de Ideas. “En la educación para adultos, el docente es el que tiene que acomodarse al alumno y no al contrario”, advierte  Germán Betancourt, secretario académico del programa.   Ahora, ellos ya tienen nuevas expectativas. Murillo, llamado  el soldado orquesta porque  lidera las jornadas de recreación para la comunidad, quiere estudiar  locución y ya se ha probado en la emisora del Ejército en Miranda. Parada, quien funge como Dj en la emisora,  desea estudiar diseño gráfico, un área  que le gusta porque está presente en todo. “Todo es diseño y aquí enseguida está el Campus Universitario de Miranda; mantengo pendiente a ver si sale la carrera allí, aunque sea técnica”, dice este uniformado que ve  tutoriales de Youtube y hasta  diseñó una valla del Ejército. Todos se sienten felices de la meta cumplida. Parada y Murillo siempre  mantuvieron firme la esperanza de retomar su derecho a la educación, que el conflicto les quitó  en su niñez.  Murillo, apenas llegó y  vio a uniformados  en clase, preguntó, diligenció sus documentos y al otro  día era otro alumno. Mosquera y Ojeda sí creían que ya se quedarían con su cuarto de primaria. “Todos se van contentos con su libreta militar y su diploma de bachiller”, dice Mosquera y refiere que padres, hermanos, esposas e hijos, todos se sienten orgullosos de que ellos hayan culminado su educación media. “Aquí  mis compañeros me decían: ‘este negro tan bruto qué va a ser capaz’, pero cuando me vieron con la toga y el diploma en mi foto de perfil de Whatsapp, y que allí escribí: ‘sí soy capaz’, se quedaron fríos”, dice con  una mueca el histriónico soldado Mosquera. La risa continúa. Plan Ideas Alba Leonor Vargas, coordinadora del programa Ideas, dice que llevan tres años en esta labor educativa y en  tres promociones suman 68 uniformados graduados. Ayer  lunes entraron a clase 54 nuevos soldados. El curso completo cuesta $390.000, que pagan en dos contados e incluye el kit escolar con las cartillas de contenidos,  cuadernos, lápices y lapiceros; los derechos de grado y el diploma. El programa obedece al decreto 3011 de educación para adultos,   que ordena que los soldados hagan una carrera técnica en el Sena antes de pensionarse. Para ello necesitan ser bachilleres, explica Germán Betancourt, secretario académico de Ideas.  El plan funciona en todo el país,  salvo en Chocó, Casanare y Medellín.Así también tienen mayores oportunidades  cuando la institución selecciona personal para hacer carrera en la Escuela de Soldados Profesionales. Tener la oportunidad de terminar sus estudios es la motivación principal ahora para prestar el servicio militar obligatorio. Además, las esposas de los profesionales también pueden terminar su bachillerato donde residan. Plan Ideas Alba Leonor Vargas, coordinadora del programa Ideas, dice que llevan tres años en esta labor educativa y en  tres promociones suman 68 uniformados graduados. Ayer  lunes entraron a clase 54 nuevos soldados. El curso completo cuesta $390.000, que pagan en dos contados e incluye el kit escolar con las cartillas de contenidos,  cuadernos, lápices y lapiceros; los derechos de grado y el diploma. El programa obedece al decreto 3011 de educación para adultos,   que ordena que los soldados hagan una carrera técnica en el Sena antes de pensionarse. Para ello necesitan ser bachilleres, explica Germán Betancourt, secretario académico de Ideas.  El plan funciona en todo el país,  salvo en Chocó, Casanare y Medellín.Así también tienen mayores oportunidades  cuando la institución selecciona personal para hacer carrera en la Escuela de Soldados Profesionales. Tener la oportunidad de terminar sus estudios es la motivación principal ahora para prestar el servicio militar obligatorio. Además, las esposas de los profesionales también pueden terminar su bachillerato donde residan.

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