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“Aquí estamos llegando a un país castrado”

El comunicador y escritor Juan Gossaín dice que para un periodista lo único peor que correr riesgos es callarse. Niega que vaya a regresar a la radio y dice estar feliz.

27 de noviembre de 2010 Por: Por Margarita Vidal

El comunicador y escritor Juan Gossaín dice que para un periodista lo único peor que correr riesgos es callarse. Niega que vaya a regresar a la radio y dice estar feliz.

Juan Gossaín ha sido un periodista a bordo de sí mismo durante 41 años. Como nunca podrá estar en “uso de buen retiro” sigue dando guerra desde su Centro de Periodismo en Cartagena. Acaba de lanzar su último libro ‘La muerte de Bolatriste’ y es el protagonista con Yamid Amat, Álvaro Gómez Hurtado, Felipe López y Enrique Santos Calderón del libro ‘Casi toda la Verdad’ de María Isabel Rueda.¿Que se cosió otra vez la coleta y se va para Caracol?Mentira con todas las letras, estoy redescubriendo el placer de escribir: literatura, periodismo, avisos en las paredes, cartas de amor. Bueno, nadie es río para no devolverseEn Barranquilla se cayó un albañil del piso 40. Cuando venía en caída libre una señora se asomó a la ventana del piso 17 y le dijo: señor ¿cómo va? Y él le contestó: “hasta aquí, bien”. Así estoy yo. Risa. Bueno, esperemos que usted baje en ascensor. Ha declarado que su personaje favorito era Álvaro Gómez Hurtado y coincido con usted. ¿Por qué le gustaba tanto?Si uno se hubiera atenido a las razones políticas, hubiera ahorcado a Álvaro Gómez. Lo que cautivaba en él era el humanista integral. Nada le era extraño. Un día me invitó a almorzar al Jockey y me dijo: “Leí una nota suya en El Espectador que hacía alusión a Miguel de Unamuno. ¿Por qué le gusta? Por irreverente y por inteligente, le contesté. Me dijo: “Voy a contarle cómo conocí a Unamuno en Benidorm”. ¡Un tipo que es capaz de decir eso, en un país donde el filósofo más importante que han conocido los políticos es el padre Gallo!¿Cómo pudo cubrir su asesinato?Yo iba rumbo a RCN cuando me avisaron que había un tiroteo en la Universidad Sergio Arboleda. Me devolví y un policía me contó que acababan de dispararle a Álvaro Gómez. Voy a hacerle una confesión de anti-periodismo al reconocer que no entré. Devolví la llamada a la emisora y dije: manden a quien quieran, pero entiendan mis razones. Dispararle a Gómez, el raciocinio, el intelecto, la negación de la violencia y, además, dentro de una universidad, cuando venía de dictar una cátedra humanística, fue como matar un ruiseñor con un misil antiaéreo.¿Usted se ha resistido siempre a ser calificado como un romántico, pero reivindica la sensibilidad, tal vez fue por eso?Exacto. Pero no en el sentido poético de la sensibilidad sino en el profesional, porque es lo único que diferencia a un periodista del resto de seres. Una señora me dijo una vez: “¿Por qué a usted le pasan cosas que no le ocurren a nadie?”. Le contesté: nos ocurren a todos, pero es que yo soy periodista. Los reporteros tenemos que tener unas antenitas como las del Chapulín para detectar todo lo que vuela alrededor. Eso es la sensibilidad. Lo romántico no cabe en el periodismo.¿Si no pudo con lo de Álvaro Gómez, cómo encaró lo del Palacio de Justicia, el asesinato de Galán?La noche que mataron a Galán sentí que el mejor homenaje a quien había sido un colega, era hacer un gran cubrimiento del hecho. En el caso del Palacio de Justicia supe que un acto como ese exigía gran responsabilidad en el cubrimiento periodístico. Allí cualquier impertinencia habría sido una bomba atómica. Ahora, contra lo que piensa todo el mundo, yo creo que el presidente Betancur tenía la razón. Si Belisario cede ese día en cualquier sentido, probablemente Jaime Bateman sería el presidente de la República. Como si años después el presidente Barco, enfermo y todo, no hace lo que hizo la noche del asesinato de Galán, probablemente hoy Pablo Escobar sería el Presidente.¿Y por qué es tan extremista?Es que en Colombia todo es extremista. Si Barco no dice esa noche: “A partir de ahora la Policía y el Ejército pueden detener sin orden judicial, no hay derechos ciudadanos”, el país se hubiera hundido. Cuando el Palacio de Justicia también, no le quepa la menor duda.¿Pero, no cree que los medios abandonaron demasiado rápidamente el seguimiento de la noticia y guardaron silencio durante 20 años?No se puede juzgar a los medios con la óptica de hoy. El periodismo es como las épocas. En los años 85 y 89 la capacidad investigativa y de denuncia de nuestros periodistas no era la de hoy. No caben comparaciones entre el 2010 y el año 85, cuando el país era un poco virginal todavía y creía en la inmortalidad del cangrejo y en el sexo de los ángeles, porque no habíamos tenido el monstruoso aprendizaje del narcotráfico, los paramilitares y de los falsos positivos. ¿Entonces el periodismo ha tenido una evolución positiva?Sin duda. Sería erróneo decir, como algunos, que todo tiempo pasado fue mejor. Mentira, eso es una actitud derrotista. A mí me duele porque el autor del verso que dio origen al dicho es uno de los poetas que yo más admiro en la lengua española, don Jorge Manrique y sus ‘Coplas a la Muerte de mi Padre’:Así se viene la muerteAsí se va la vidaTan callando.El problema somos los extremistas del idealismo, porque yo aspiro a tener un periodismo 100% ideal, no 97%. Los estudiantes dicen que exagero y le pido peras al olmo, pero yo les contesto que la eficiencia periodística es como la virginidad: no se puede ser 99% virgen.¿Lo logró usted?Noooooooo, ojalá lo hubiera hecho.Coincide usted con Enrique Santos Calderón cuando dice, en el excelente libro de María Isabel Rueda: “… desde hace ya demasiados años los periodistas hemos sido arrogantes, hemos exagerado, difamado, abusado de nuestro fuero, invadido la privacidad, defendido intereses económicos o políticos por encima de los de la comunidad”, y usted dice allí mismo: “no me cabe duda de que la más envilecedora de todas las actividades humanas es la política, pero la segunda puede llegar a ser el periodismo”.Yo podía firmar lo que dice Enrique. Hemos abusado del poder de los medios, pero también, y es lo más grave, de la confianza de la opinión publica a título de que informamos. Es una vergüenza. También llegué a la conclusión de que más que de los medios, los errores son de los periodistas que dan la información, no porque los obliguen, sino por propia decisión. Yo sé que los dueños respetan al que se hace respetar. Si una empresa te pide hacer un trabajo amañado lo mejor es renunciar porque, para cambiar a esa empresa se necesitarían, no uno, sino mil Quijotes. ¿Qué pasa con los errores que usted pudo haber cometido en RCN?La independencia de los medios depende más de quienes los dirigen y los hacen que de sus dueños, de manera que yo siempre digo que los errores que cometió RCN son culpa mía, porque es muy sabroso ser independiente pero no responder por los errores que la independencia produce. No me cabe duda de que hay quienes manipulan e intentan torcer al periodista, pero ahí habría que reclamárselo al propio periodista. Yo entiendo al que tiene hijos, porque tiene que sostener a una familia, pero también pienso que hay que romper el círculo porque bajo la premisa de malos salarios se incuba la corrupción y viceversa. A mí nadie me saca de la cabeza que la ética de un periodista no depende del salario que le paguen. El que se vende por cien mil pesos cuando su salario es de quinientos mil, se venderá por un millón cuando su salario sea de cincuenta millones.Me suena un poco contradictorio, ya que usted sostiene que la real libertad de un periodista radica en su independencia económica, cuando uno puede mandar al carajo a un medio porque no lo necesita para desayunar.Así es y por eso sostengo que como esa es la dura, cruel y amarga realidad, hay que abrirle camino a mejores salarios. Yo censuro, pero no me pongo en plan de inquisidor, al que recibió una plata del senador tal, porque sé que se estaba muriendo de hambre. Hay que hacerles ver a las empresas que periodistas honrados valen mejores salarios. ¿Con este gremio tan desunido?A eso me refiero: no más CPB’s para ir a cocteles. No, hay que reunir, como obreros del oficio, a los que están mal pagados. Que dejen de creer que están por encima de esa categoría infame, porque mientras sigan actuando así, los colegas van a tener que seguir vendiéndose y no se va a romper el circuito. La manera de romperlo es aparecerse un día ante los dueños de los medios y decirles, si ustedes quieren un medio honrado, limpio, éticamente responsable, páguennos mejor. ¿Por qué les da vergüenza armar una convención colectiva de trabajo? ¿Porque soy periodista y soy intelectual? Eso es sencillamente idiota. Anotemos que son, además, trabajadores en busca de la verdad.Sí, no hay nada más importante que la verdad ni nada peor pagado que su búsqueda. Otra cosa es que los periodistas lo reconozcan y hagan un acto de contrición.El otro día, en el Centro de Estudios en Cartagena, un periodista veterano dijo: “Llevo 40 años en el periodismo y toda la vida he vivido de vender noticias, de ser sobornado por concejales y diputados. Ahora tengo un hijo que me pregunta si es verdad que su padre es un corrompido que se vende por dinero, como dicen sus amigos de la universidad. Por Dios, ayúdenme a salir de esto, necesito mantener a mi familia decorosamente”. Otros dos o tres contaron historias similares porque se sintieron liberados con la franqueza de este hombre. Yo me pregunto si es posible que un periodista que diga esto no encuentre receptividad en un dueño de medios. Si pide una especie de rehabilitación y al dueño le parece que no vale la pena, pienso el que no vale la pena es ese dueño de medio. Tema obligado, la censura y la auto censura.La peor consecuencia de los enfrentamientos y la polarización, es que ante el riesgo de que me maten por opinar distinto, yo prefiera guardar silencio. Así estamos llegando a un país castrado. A la emasculación mental. Lo único peor que correr riesgos, es callarse. ¿Qué más querría usted enseñarles a los periodistas?Yo me sentiría profundamente recompensado si los periodistas entendieran que no hay oficio más importante en la sociedad, que el suyo, que el más humilde de los periodistas es más importante que el más grande de los banqueros. Lo que pasa es que hay que actuar en consecuencia. A mí me encantaría dedicar el resto de mi vida a tratar de que entiendan eso. ¿Por qué dice que desde el primer día de su ejercicio periodístico, hasta el último, sintió el peso del poder?Nunca me creí el cuento de que el periodismo es el Cuarto Poder. Probablemente es el primero porque la misión del periodista es servirle de contrapeso a la sociedad frente al poder. En su libro ‘La Muerte de Bolatriste’, usted, que es académico de la lengua, usa términos como: se tiró al “estricote”, es de esperar que sea castizo.Hace días estoy esperando que alguien me pregunte por el estricote. Mi abuela lo usaba y tengo que decir que algunas palabras están en desuso, pero son castizas. Una vida “tirada al estricote” quiere decir mal vivida, de sinvergüenza, de desorden, de irresponsabilidad. Es un invento de Quevedo.Y usted que es un cultor de la palabra, que la cuida y la mima, ¿cuál cree que es el sitio para las malas palabras?Tienen el momento preciso y oportuno. Yo he llegado a la conclusión de que no hay malas palabras sino mal uso de ellas. Por ejemplo, en ‘La muerte de Bolatriste’, cuando el profesor dice que quien amarró a un compañero de los testículos no es un travieso sino un “hijo de puta”. Hay un momento en la vida y en la literatura en que nada reemplaza a una mala palabra. Además, muestran estados de ánimo, como el de aquel, fastidiado de oír todos los días el mismo sonsonete y por fin dice: “¡No me joda más!”. Lo malo es el abuso.Y, usted y yo, y todos los que tenemos hijos jóvenes, ¿cómo haremos para soportar el uso que la juventud hace hoy, a toda hora, de las malas palabras?Lo peor es que dicen las palabrotas como si fueran adjetivos comunes. Ese cine antioqueño, horrendo, que nos han vendido por años y que yo abomino, tiene mucho la culpa de eso. Ahora, es probable que los muchachos le estén dando a las malas palabras un valor equívoco, que hayan llegado a tal grado de rebelión que usan las malas palabras como demostración de cariño. Se fueron al otro extremo. Hola, g…vón o: qui’ubo, m…ica. No significan nada. Las usan como decía el Tuerto López: “como pinta un gamín un garabato, sin ninguna intención, en la pared”.¿Por qué a ‘Bolatriste’, su protagonista, un desastre, que no podía con su alma, lo reivindica a través de la poesía?¡Qué maravilla que me diga eso! Es que recordé la definición de poesía de don Antonio Machado que era casi una huella desaparecida en el tiempo: “la poesía es lo único que justifica la presencia del hombre sobre la tierra”. Con ‘Bolatriste’ descubrí que a un suicida, un pobre hombre agobiado y perdido en el mundo, sólo podría manejarlo con la poesía. Y es que entendí que cuando las cosas se están poniendo dramáticas no hay sino dos recursos para recuperarlas: la poesía y el humor. Pero como a ‘Bolatriste’ no lo podía recuperar con el humor, lo recuperé con la poesía. El escritor Álvaro Mutis me decía una vez que su gran escepticismo sobre la condición del hombre le permite afirmar que éste no tiene salvación. Pero después de un silencio añadió algo muy bello: “Tal vez podría salvarse , pero sólo a través de la poesía”.La verdad es que la única manera de entender al hombre es comprendiendo que es capaz de las más grandes villanías y de las más sublimes grandezas. La naturaleza humana está hecha de extremos. Creo que Mutis tiene razón en que el hombre puede ser lo más destructivo, pero también lo más sublime que hay.Bueno, quien no lo crea, que lea San Juan de la Cruz. Y es que la poesía y la literatura embellecen lo feo, lo dramático, lo trágico y lo vil. ¿Qué tal La Celestina, una vieja horrible y desdentada que reparaba virgos?Pero que promovía amores, qué bello oficio. Ojalá yo pudiera ejercerlo y ser ‘celestino’ de profesión. La vida está hecha de eso, así lo han entendido los grandes escritores, y la pregunta vuelve a ser existencialista: ¿Sería deseable que el hombre sólo hiciera cosas magníficas?

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