El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

Fray Jairo Alonso Guerrero, de la comunidad católica Luz de Cristo, brinda apoyo espiritual a 55 ancianos que asisten al comedor de Belén, en el barrio Popular. | Foto: Bernardo Peña / El País

NAVIDAD

Una mirada a la Navidad de los más vulnerables de Cali

Exhabitantes de calle, mujeres con VIH y ancianos abandonados, piden salud y afecto de sus familias y tolerancia de la sociedad.

24 de diciembre de 2017 Por: Alda Livey Mera Cobo, reportera de El País

Ellos no ambicionan el último celular de moda. No los estresa comprar la pinta para estrenar el 24. Ni les preocupa si la cena será corriente o no.

La Navidad no es de colores ni de luces para quienes han vivido en la calle, sufren enfermedades incurables o la vejez los sorprendió en soledad.

Para quienes durante mucho tiempo vivieron el infierno de las drogas, Mavidad es el retorno a la niñez, en el que afloran los recuerdos en familia, la nostalgia por los años que estuvieron alejados de sus seres queridos y a la vez, la esperanza de recuperar el calor de hogar y el afecto de los suyos. Es decir, volver a armar su pesebre en la vida real.

Es el anhelo de José Adrian Acosta, que hace 17 años que no comparte la Noche Buena con los suyos. Ahora lleva más de un año sin consumo, gracias al proceso de resocialización que cumple exitosamente en el hogar de paso Sembrando Esperanza, de la Fundación Samaritanos de la Calle y la Alcaldía. “He estado en diálogos con mi mamá y con mi hermana, a ver si me dejan pasar el 24 y el 31 con ellos, quiero volver a abrir esas puertas que yo mismo cerré”, dice el hombre de 40 años, orgulloso de ser uno de los siete resocializados que logró su grado como gestor ambiental en la Universidad del Valle con apoyo del Dagma.

Lea también: En video: Una sonrisa en Navidad para tres mil niños ¡Gracias, Cali!

“Gracias a Dios y a la Alcaldía, en 2018 quiero levantarme con humildad y tener tranquilidad y paciencia para volver a trabajar en publicidad y dibujo artístico, como antes”, dice Acosta, próximo a egresar después de un proceso de cinco años en Samaritanos.

También reanudó el contacto con su esposa, que se fue a Chile, donde vive con su hijo mayor, y sueña reconstruir su hogar. Y recuperar la confianza con dos hijos adolescentes que tuvo en otra relación. Son regalos de Navidad que no se adquieren en ninguna tienda.

Con él está Libardo Arana luce una pinta casual tipo Arturo Calle. Hace unos meses lo entrevistamos, estaba en chanclas, pantaloneta y camiseta, pero este 18 de diciembre es especial: viene de su grado como gestor ambiental en la Universidad del Valle.

Está feliz porque ese logro lo acerca más al egreso de este hogar, donde lleva un año. Pero la Navidad le trae recuerdos de su infancia, cuando estaba al abrigo de sus padres. “Es la época para darse cuenta que uno se aisla, llega la tristeza al saber que no puedes estar con ellos, por los errores que ha cometido y asimila que la droga no lleva a nada bueno”, dice con la mirada sombría.

Sombría porque su hijo, de 12 años, que creció sin la presencia paterna, acaba de quedar sin el amor de madre. “Ella fue una mujer luchadora y estuvo pendiente de mi hijo, pero tenía una enfermedad muy avanzada y el 7 de diciembre la hospitalizaron y no aguantó más”, relata.

Libardo anhela pasar el 24 con sus padres, su abuela, su hijo y con sus amigos de Samaritanos, que son su otra casa, su otra familia. Y pedirle a Dios egresar del programa en 2018 para buscar estabilidad y darle a su hijo el cariño de padre que él merece.

Ana* es una chica risueña. Su sonrisa blanquísima atrae las miradas de todos. Con solo cuatro meses en la Fundación Samaritanos, tiene claro que “la Navidad es el tiempo de las cosas de Dios, de amarlo, de seguirlo, de buscarlo” y que su meta en 2018 es continuar su resocialización, pero con su bebé, de 11 meses.

La sonrisa se amplía más cuando sueña, en voz alta y mirando al cielo, con casarse vestida de blanco. Pero no será con el padre de su hija, no. Ella fue vendida por su propia mamá a un hombre de 60 años y su bebé nació de esa violación. Así que a sus 21 años, no está pidiendo al Niño Dios un celular ni ropa de moda, sino poder estudiar –solo tiene 5° de primaria– y “buscar la verdad de Dios”.

Para Débora, una mujer trans de 24 años, la Navidad es una época difícil porque no está con su familia. Es ese mes en el que se da cuenta de todo lo que perdió, pero espera que ésta sea de paz y armonía para ella y productiva para el futuro.

“Es una época de sentimientos encontrados, que trato de ocultar con un camuflaje; quiero recuperar lo que perdí, mi aura espiritual, mi familia, ser esa persona que quiero ver en mi vida y ver ese horizonte al cual Dios me mandó”, dice agradecida de que después de tres años en la calle por el consumo, en solo 9 meses en Samaritanos ya haya avanzado en su resocialización.

Ella, como las 120 personas que están en proceso de resocialización, rezarán la novena temprano, recibirán su detalle y tendrán una cena especial, pero se acostarán temprano, como es la norma en el hogar de paso Sembrando Esperanza, de la Fundación Samaritanos de la Calle, mientras en el resto de la ciudad estallan los fuegos artificiales.

No a la estigmatización de las mujeres con VIH

“Tengo tantos sueños que pedirle al Niño Dios... estoy aquí frente a la Basílica de la Catedral de Popayán para pedirle que me dé fortaleza, tranquilidad, porque aparte de la situación económica que estemos pasando, pedimos que no nos lastimen más, que ya es suficiente con esta cruz tan pesada...”

La voz de la mujer que está al otro lado de la línea telefónica se quiebra y en Cali, en la sede de la Fundación Lila Mujer, que apoya a mujeres que viven con VIH, para su directora, Janeth Valencia, y esta periodista, es inevitable llorar... somos tres mujeres unidas por las lágrimas.

“Le pido a Dios que si voy a vivir por poco tiempo, que nos dé tranquilidad a todas las que vivimos con VIH”, continúa esta madre cabeza de hogar de cinco hijos, con su voz entrecortada.

“Necesito luchar contra el estigma y contra los que se quieren aprovechar de nuestra situación”, continúa; “las mujeres con VIH del Valle sufren, pero las del Cauca sufrimos más porque allá es una sociedad más tolerante, más en Popayán hay mucha discriminación”.

El 24 de diciembre lo pasará trabajando, porque “sino trabajo no hay comida, no hay servicios, no hay universidad para mi hijo mayor que estudia en la Universidad del Cauca ni colegio para los menores; no por lo que me pasa a mí los voy a dejar sin estudio. No todo es malo en mi vida, en este camino he encontrado personas maravillosas, hasta mamás. Pero también hay cosas que frustran y que lo derrumban a uno...”

Ella y otras coinciden en pedir que el sistema de salud sea más humano, más sensible, que no tengan que hacer fila desde las 9 de la noche para sacar una cita al amanecer del día siguiente ni que sea el vigilante de la EPS el que determine si tienen una urgencia o no. Pedir cada cita y cada entrega de medicamentos es un drama, algunas vienen de otros municipios y les dicen que vuelvan y no les da tiempo para el rebusque, que es de lo que ellas viven. Muchas no van al control porque no tienen $4000 para el transporte.

Janeth Valencia, directora de Fundación Lila Mujer, le pide al Niño Dios, que los empresarios y empleadores no las dejen sin trabajo por tener VIH, que no las discriminen –ya con vivir con el virus es suficiente–, ni les hagan la prueba de VIH para entrar a trabajar. “Eso no determina nuestra capacidad para realizar o no un trabajo”, afirma.

La líder reclama al Estado, que nos dé lo que necesitamos para tener calidad de vida, pero no limosna, sino lo que dice la ley, porque los subsidios los usan los políticos y no los dan a quienes los necesitan”.

Ella le pide que se sensiblice más porque a veces es el que más las ataca, dice. Por ejemplo, que les informe a los empleados de las empresas de servicios públicos que en entidades que atienden población vulnerable, como estas mujeres, no se les cortan los servicios. “Aquí, el primer día que nos atrasamos nos cortan la luz, el agua, el gas... y eso es devastador para nosotras. En esos momentos, toca mirar al sol de frente, porque eso es lo que nos mantiene vivas y nos permite soñar; mirar a nuestros hijos, porque ellos son los que nos mantienen en pie”, asegura.

Por ello piden que el Estado les faciliten las cosas, pues luchan para sacar adelante a sus hijos como seres que contribuyan a mundo mejor. Y que la empresa privada las ayude, algunas ya tienen iniciativas de responsabilidad social, recibimos ayuda de personas naturales que se solidarizan con nosotras. “Por ejemplo, esta Navidad, una sola señora, una –enfatiza–, nos dio las anchetas para hacerle más amable la vida a las 21 señoras que atiende la Fundación Lila. “Pero no son anchetas de lástima, sino de merecimiento”, dice Janeth.

Afecto para los ancianos abandonados

En el Comedor de Belén, Casa del Pan, del barrio Popular, 55 ancianos claman por salud y ese alimento diario, que para muchos de ellos, es la única comida del día.

Algunos, como los esposos Nohemy Mejía y Fernando Gallego Echeverri, llevan doce años almorzando allí, desde 2004, cuando los frayles de la Comunidad Católica Luz de Cristo, llegaron al barrio Popular a paliar el desamparo de los adultos mayores del sector.

“Navidad es la alegría con el Señor, que viene el 24 a reunirse con nosotros”, dice Fernando, mientras su esposa pide salud para sus nervios y su pierna afectada por un problema vascular.

También Blanca Rosa Sosa, que a sus 87 años dice que le gusta la Navidad porque es alegre por el nacimiento de Jesús, y que le pide salud porque en los últimos dos años ha estado muy enferma. Ella va desde el barrio La Isla, con su hijo, que por el alcoholismo perdió su trabajo en una multinacional. “Pido salud y tranquilidad”, dice la anciana.

Reunirse allí es un aliciente para su soledad, como la de Jaime Victoria Valencia, quien enviudó y su única hija también murió. Su petición es salud y muchos años más de los 78 que tiene, para poder madrugar a hacer repicar las campanas de la parroquia La Sagrada Familia, como hace desde hace tiempo. Y como hará este 24 de diciembre, antes de la misa de nacimiento, después de la cual irá a su casa a dormir con su soledad.

Para Humberto Díaz, la Navidad es un regalo de Dios por lo que, pese a su precariedad como vendedor de chicles, es época para darle gracias por la vida, la salud y este plato hirviente que le sirven de lunes a viernes en este comedor de los frayles de la Luz de Cristo. La mayoría pide que sus hijos y familiares cesen el abandono en el que los dejaron.

Es lo que motiva a las voluntarias que preparan este pan de vida, como Gladys María Cortés, del grupo fundador; Andrea Tenorio, encargada del comedor; Mary Ospina, Soledad Aguirre, entre otras, que no piden regalos sino que todo el año donan su tiempo para hacer de cada día una Navidad para los ancianos.

“Ellas son las maestras de esta obra, vivimos de la Providencia, de lo que la gente de buen corazón nos aporta y con todo el amor servimos a los que lo necesitan y les ofrecemos no solo alimento físico, sino espiritual, un espacio lúdico y hasta jornadas médicas con voluntarios”, explica fray Jairo Alonso Guerrero.

*Nombre ficticio.

Éxito

No conoció a sus padres y desde que sus abuelos murieron, Adalberto Llanos no ha tenido hogar y su refugio fueron las drogas. Hace cuatro meses su única familia es Samaritanos. No obstante, la Navidad es alegría para él, cuando mira a los lados y ve personas con problemas más difíciles que los suyos, se fortalece. Por ello retomó sus estudios y su meta en 2018 es terminar su bachillerato por ciclos en la nocturna de Santa librada, donde adelanta 10° y 11°.

Navidad es una fecha de reconciliación, amor y una nueva vida, como la que empezó hace dos meses Katherine Vidal, y dejar cinco años sumida en la droga. Hoy espera pasarlo en Terrón Colorado con su mamá y sus dos hijos de 16 y 12 años.

“En 2018 anhelo seguir estudiando, dejar todo esto atrás
y seguir adelante con la ayuda de Dios y de la Fundación Samaritanos, que me ha dado la mano bastante”, asegura firme.

EL COMEDOR Voluntarias preparan el pan de vida en el comedor de Belén, del barrio Popular: Gladys María Cortés, cofundadora; Andrea Tenorio, encargada del comedor; Mary Ospina, Soledad Aguirre, entre otras, que no piden regalo sino que todo el año donan su tiempo para que cada día sea para los ancianos como una Navidad.

“Ellas son las maestras de esta obra, vivimos de la Providencia, de lo que la gente de buen corazón nos aporta y con todo el amor servimos a los que lo necesitan, no solo alimento físico, sino espiritual, un espacio lúdico y hasta jornadas médicas con voluntarios”, explica fray Jairo Alonso Guerrero.

AHORA EN Cali