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Una dama del Valle del Cauca que se convirtió en la más servicial de Colombia

Laddy Gómez recibió el premio como la mejor voluntaria de Colombia por su trabajo en la Cruz Roja. Sus siete mil horas de trabajo comunitario en el Valle fueron suficientes para destacarse entre otras seis mujeres.

15 de septiembre de 2011 Por: Diana Carolina Ruiz Girón, reportera de El País.

Laddy Gómez recibió el premio como la mejor voluntaria de Colombia por su trabajo en la Cruz Roja. Sus siete mil horas de trabajo comunitario en el Valle fueron suficientes para destacarse entre otras seis mujeres.

Laddy Gómez tiene 63 años y es toda una dama. No sólo porque es una de las 330 voluntarias damas grises de la Cruz Roja Colombiana, Seccional Valle del Cauca. También porque su vocación de servicio es por estos días sinónimo de respeto y ejemplo.Este mes, Laddy fue elegida como la mejor voluntaria de Colombia durante el Segundo Encuentro Nacional de Voluntariado, que se realizó en Melgar. Sus siete mil horas de trabajo comunitario a lo largo y ancho del departamento fueron suficientes para destacarse entre otras seis mujeres que fueron finalistas y que, como ella, también dedican su tiempo a atender a los más necesitados en diferentes regiones del territorio nacional.¿Y cómo se logra ser la mejor voluntaria del país? Laddy no lo sabe. Dice, con una enorme sonrisa, que para ella ayudar a la gente es algo natural. Está convencida de que esa fue la misión que le asignó Dios para su vida y que cumplirla siempre ha sido un placer.Afirma que obtener este premio es otra de las alegrías que le ha entregado la vida, tal vez en retribución por hacer que la existencia de otros valga la pena, a pesar de la pobreza, la violencia o la tragedia. Enseñando valores, ayudando a encontrar seres queridos, asesorando a víctimas del conflicto armado, entregando esperanza. Esas son las responsabilidades que, comenta, adquirió desde muy joven.La fascinación de ayudarLaddy recuerda los orígenes de aquella vocación de servicio, que nació en el seno de una familia de escasos recursos compuesta por ocho hermanos, y que terminó asentada en Caicedonia, Valle, luego de un largo viaje desde Montenegro, Quindío.Sus ojos cafés brillan emocionados al contar que gracias a las monjas vicentinas de su colegio aprendió a “tenerle amor a los pobres”. Es que las religiosas llevaban a Laddy y sus compañeras, una vez por semana, a los sectores más deprimidos de Caicedonia. Allí limpiaban las casas, bañaban a los niños, regalaban mercados. A cambio, recibían agradecimientos y sonrisas. Fueron sus primeros pasos.Su vida dio un giro inesperado. Un día, su padre, un vigilante de una entidad pública, le dijo que no tenía más dinero para pagar la mensualidad de su colegio. Entonces comenzó a labrar su futuro.Decidió convertirse en docente a los 15 años. Lo hizo en una casa abandonada ubicada frente a la escuela del pueblo. Cuenta que la vivienda estaba “pelada” y que su ingenio y el de los padres de familia hicieron que ladrillos y tablas se convirtieran en pupitres y asientos. No ganaba mucho dinero. De 20 estudiantes sólo pagaban 10, cuenta. La historia de su noble labor se supo en todo el pueblo y eso le mereció ser nombrada como docente en propiedad. En ese punto de su vida, en 1966, dice haber encontrado la razón de sus días. Mitad piedra, mitad carneLaddy se desempeña en la actualidad como subdirectora de Doctrina y Protección de la Cruz Roja Seccional Valle, encargada de la atención y protección de las personas afectadas por el conflicto armado y otras calamidades, a través de la enseñanza del derecho internacional humanitario y la atención humanitaria de grupos especialmente vulnerables.Sus experiencias pasan por momentos alegres como cuando le enseñó a una abuela de 62 años a leer. Nunca olvidará las palabras de la anciana que aseguró haber salido de las tinieblas gracias a sus clases. O el caso de una joven adoptada por una familia italiana que encontró a su madre biológica gracias a su ayuda. Aquella mujer regaló a sus hijos por culpa del alcoholismo. “Casi lloro de alegría ese día”, apunta.Y es que esta dama asegura que llorar no es algo que pueda hacer a menudo. Y menos frente a madres con hijos desaparecidos o desplazados con dificultades. Estos últimos le recuerdan que insurgentes quemaron su casa en el Quindío y que por eso ella y su familia debieron huir y así su viaje terminó en el Valle. Es un dolor difícil de olvidar, asegura. También la conmueven las historias que encuentra en las cárceles, donde en medio de las enseñanzas de respeto, tolerancia y amor propio escucha súplicas de internos para encontrar un camino mejor. Por eso afirma que para ser voluntaria “hay que tener el corazón mitad de piedra, mitad de carne”.Sólo una vez se permitió llorar en público. Fue en 2002, cuando su sobrina perdió la vida en el accidente aéreo de un avión que cubría la ruta Quito- Tulcán Cali y que se estrelló en zona montañosa de Nariño. Tuvo que reconocer el cuerpo desecho por el impacto. Confiesa que sólo lloró por dos minutos.Pero Laddy sigue adelante. Sabe que su labor es escuchar y brindar apoyo y esta dispuesta a seguir haciéndolo. No importa la artritis que la aqueja. Dice que servir a los demás le alivia cualquier dolor.

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