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Un oficio de altura: historia de los operarios que limpian los vidrios de los edificios de Cali

Los edificios de gran altura necesitan personas que limpien las ventanas exteriores, aquí es a donde entran los trabajadores de alturas en acción.

11 de febrero de 2015 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor Unidad de Crónicas El País.

Los edificios de gran altura necesitan personas que limpien las ventanas exteriores, aquí es a donde entran los trabajadores de alturas en acción.

A los 45 años, el hombre dice que por lo menos en dos ocasiones ha estado muy cerca de la muerte: una vez, cuando iba conduciendo un automóvil al que se le incendió el motor; y otra, cuando lo estrellaron por detrás y el carro que iba manejando se levantó en dos vueltas de campana. En un rápido inventario, esos han sido los días más peligrosos de su vida, que ahora transcurre de lo más serena mientras él se descuelga de algunos de los edificios más altos de Cali. Se llama Juan Bautista y con ese nombre bíblico el trabajo que tiene parece una coincidencia divina: es operario de alturas, se gana la vida estando cerca del cielo.Allá arriba ya nada es como antes, cuando el lavador de edificios dependía de un andamio y su buen equilibrio nada más. En esta época quien quiera ser operario de alturas primero debe hacer un curso en el Sena. Al menos es un requisito de la empresa que contrató a Juan Bautista. Limpiar vidrios es en realidad una actividad de altísimo riesgo que de no ser emprendida con suficiente cuidado puede convertirse en fatalidad: hace dos días en Medellín, María Isabel González murió tras caer del piso 13 de un edificio de El Poblado, cuando trataba de hacer aseo. Los operarios que trabajaban con Juan Bautista cargan herramientas de seguridad parecidas a las que los espías usan en las películas para trepar edificios de vidrio, como las chupas de goma que se adhieren a la superficie y le han servido de juguete a tipos del estilo James Bond. De no haber sido por los cascos y unas bandas reflectivas en las mangas de los overoles azules, uniformados de arnés, guantes, pasamontañas, gafas negras y botas con platinas en la punta, los hombres de hecho habrían podido pasar como espías. Al menos de Hollywood. Todos, además, -entre cuatro y seis, dependiendo de la jornada- van suspendidos de un magnífico sistema de cuerdas y ganchos descolgado desde la azotea; un asunto tan tecnificado, cuentan algunos, que incluso durante un tiempo el escalador profesional Anghelo Bernal estuvo trabajando allí con ellos.Con dos años de experiencia, Juan Bautista ya es coordinador de alturas, por lo que muchas veces su tarea es quedarse abajo revisando que todo esté en orden: “También nos dedicamos a verificar condiciones en áreas de trabajo y minimizar riesgos en cualquier situación que requiera una operación elevada del suelo: limpiezas, obra blanca, instalación de vallas y avisos, reparaciones…”Desde la semana pasada su labor ha sido coordinar la limpieza de la fachada de un nuevo edificio, de 17 pisos y más o menos 70 metros de alto, levantado sobre el Bulevar del río Cali. Un trabajo que seguramente pudo terminar más rápido de no haber sido por el clima: si para los vendedores de helado los días de lluvia son malos, para los operarios de alturas son mortales. “Bajen muchachos, vamos bajando que se vino el agua, bajen ya”, les pedía por radio a las 2 y 35 del pasado lunes, cuando las primeras gotas de una llovizna babosa, que todavía no hacía correr a ningún peatón en la calle, comenzó a resbalarse por su cabeza. A pesar de la seguridad de película con que hoy cuentan los operarios de alturas, hay precauciones que no se pueden obviar. No trabajar bajo la lluvia es la primera, ley sagrada para cualquier limpiador de edificios desde la época del andamio. Bien alto, las chispas de agua son pedradas; y también trampas movedizas que pueden hacer fallar algún punto de apoyo. Sumado a todo, las tormentas, los rayos y el viento. Como consecuencia de las corrientes de aire que en Cali vienen de la cordillera Occidental, en la ciudad ningún trabajo elevado puede realizarse después de las cuatro de la tarde. En la zona del Bulevar los vientos son tan fuertes que los trabajos se suspenden a las tres. Los operarios tampoco fuman. Es por los triglicéridos, explica Juan Bautista, que dice que él y sus colegas deben mantenerse alejados de cualquier cosa que les pueda producir vértigo o mareos. Mientras limpian un vidrio o instalan un aviso publicitario, marearse puede ser un problema semejante al que le supondría a un motociclista de carreras perder los frenos. Es algo así y por eso arriba los mareos no son admitidos. Ni siquiera los que salen del corazón: como los fumadores, los despechados no son aptos para el trabajo de alturas.Por eso siempre antes de cualquier misión, todos los que van a subir se juntan y hablan para saber cómo están, se miden el estado de ánimo los unos a los otros. El nombre que le han dado a la reunión describe de entrada su propósito: Sensibilización. “Son cinco minutos. Hablamos de la atención que hay que tener arriba, de pautas de autocuidado. Pero sobre todo es un termómetro para ver cómo están los compañeros, si alguien está achantado no es bueno que suba”, cuenta Luis Alberto Cabezas, que a los 32 años ya es un operario veterano con diez años de experiencia.Pese a todo ese tiempo en el oficio, Luis Alberto sin embargo no recuerda tristezas tan grandes como para que álgún compañero no haya podiso subir a trabajar. Al menos no el pasado lunes, mientras las ramas larguísimas de un árbol nacido a la orilla del río lo cubrían de las migajas de la lluvia que antes de las cuatro ya se deshacía en la brisa intermitente. Aunque apretó los ojos tratando de hacer memoria buscando un mal momento, incluyendo uno suyo, nada apareció y al contrario terminó mostrando una foto de su hijo de 4 años, subido en una reja del antejardín de la casa haciendo pose de escalador. El niño, que se llama Yosen David, llevaba una réplica en miniatura del uniforme del padre, gafas oscuras y un arnés. “Fue el disfraz del 31 de octubre y nos ganamos el concurso de la empresa. Si cuando crezca me dice que quiere ser escalador, yo lo apoyo”.Suspendidos del aire, mientras abajo Cali se ve mansa y posible, los operarios hablan de cosas como esas al tiempo que hacen lo que les han encomendado. En un edificio nuevo, por ejemplo, una de sus misiones es limpiar de las ventanas la película adhesiva que queda en los vidrios recién puestos; cortar los salientes de alambres que los instaladores usan para fijar las losas de mármol, como es el caso del edificio del Bulevar, y raspar las huellas de excremento de murciélagos, palomas y torcazas para evitar el crecimiento de un hongo en la pared. Entonces conversan de las familias, de la plata, del equipo de fútbol, de la gente que a lo lejos se ve como hormigas, de cualquier cosa. Hablar hace parte del trabajo pues por seguridad los operarios de alturas siempre van en pareja. Los solitarios, pues, tampoco con aptos para el oficio.Además nunca está de sobra un compañero para comentar las cosas que rara vez alcanzan a verse desde el lugar donde la gente solo espera toparse con la inocencia de los pájaros. Así le pasó la otra vez a Édgar Murillo, de 27 años, cuando estaba trabajando con un amigo en otra firma: un día no pudo dejar de ver a una chica que del otro lado del vidrio se desnudaba en un consultorio para mostrar los avances de una cirugía plástica: “Nos regañaron porque una enfermera también nos vio. Este es un trabajo muy serio, de mucha concentración. Entre nosotros aguanta una que otra chanza pero nada de recocha, ese día nos hicieron bajar”. Cada tanto, cuenta Juan Bautista, la empresa para la que trabajan organiza encuentros familiares para que los parientes de los operarios comprendan la forma en que se ganan la vida. Una vez a Juan Bautista fueron a visitarlo su esposa y sus dos hijos, de 11 y 6 años. El más pequeño, recuerda sonriente, ahora lo ve como un ‘hombre araña’. De no ser por los días de lluvia, seguro lo vería tan invencible como el de las tiras cómicas. A las cuatro pasadas, mientras los hombres que trabajaban a su lado metían las cuerdas de ascenso en morrales de alpinista que acomodaban en el volvo de una camioneta, Juan Bautista coordinaba por teléfono un próximo trabajo. Ojalá no llueva. En medio del trabajo de alturas, un aguacero solo es provechoso para alguien que se tope a un grupo de operarios escampando por ahí, bajo un árbol, y quiera escucharlos hablar del evangelio de limpiar vidrios junto a las nubes. De resto, es solo agua para limpiar.

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