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Un caleño detrás de la tarea de llevar agua potable a La Guajira

Juan Carlos Borrero Plaza lidera el proyecto para proveer de agua potable a las comunidades wayú.

2 de marzo de 2015 Por: Alda Mera, Reportera de El País

Juan Carlos Borrero Plaza lidera el proyecto para proveer de agua potable a las comunidades wayú.

A los guajiros les puede parecer magia o hechizo. Pero a él, seis años de investigación para ‘inventar’ el agua potable en La Guajira no son nada, si se considera que allá llevaban 300 años sin el líquido vital. Toda una contradicción frente a la inmensidad del mar Caribe que el “observador” –no le gusta que le digan científico ni ingeniero– Juan Carlos Borrero Plaza quiso ayudar a solucionar.Con su acento arrastrado de caleño matizado con el tono del conferencista internacional que es, relata que la idea surgió cuando visitaba un parque de generación eléctrica con Empresas Públicas de Medellín, EPM.En el camino de regreso encontró un niño de la etnia wayú, muy desnutrido. Lo recogió y se retó delante de su esposa Helga Mariana Castro: “hasta que no encuentre una solución de agua potable para los guajiros no continúo con otros inventos”, recuerda en la placidez de su apartamento del barrio Los Cristales.La sensación fue de impotencia, similar a la de los nativos. Nunca han tenido agua, pero como nómadas se desplazaban hasta la había. Pero hoy, con la explotación carbonífera y petrolera, le temen a ‘la civilización’ y prefieren quedarse en su entorno totalmente desprotegidos. Con el conocimiento y la experiencia de 20 años instalando plantas de tratamiento de agua, se fue desierto adentro en busca de agua salada para volverla dulce. Llegó hasta la ranchería Uletsamaná, muy lejos de Manaure y apoyado con los traductores, les contó a los wayú la historia del niño, que no había dejado de pensar en la carencia de agua, mientras les mostraba una réplica del equipo que querían instalar y agua envasada que les ofreció para calmar la sed bajo el agobiante calor guajiro.La respuesta fue obvia. La comunidad aceptó el proyecto. Es más, le garantizó proteger el secreto durante cinco años, mientras se cumplían los procesos de mejoramiento, homologación, certificaciones, patentes, etc. Palabra wayú, cumplieron su promesa. Y Borrero Plaza también les cumplió. Ideó un sistema que purifica el agua salobre de los pozos y la vuelve potable, a fuerza de molinos de viento, sin volverla energía eléctrica, sino eólica. Es decir, utiliza esa fuerza invisible como potencia para impulsar el agua a través de una membrana de alta tecnología que puede filtrar la sal.“Es nuestro descubrimiento: transferir unos iones a la membrana para que pueda repeler sales, mohos, hongos y la microflora, y permitir el flujo del agua potable”, dice el investigador formado a punta de transferencias tecnológicas (transmisión de conocimiento entre países de distinto nivel de desarrollo) en Israel, Australia, Alemania, Egipto, México y Estados Unidos. Hoy esa agua filtrada va por tubería a tanques de almacenamiento donde los wayú la toman para beber y comer.La ventaja abismal es que el equipo no necesita energía eléctrica ni químicos ni retrolavados de las membranas y que se puede instalar en zonas tan remotas, como las rancherías wayú de La Guajira, donde niños y adultos morían de sed.Son molinos de viento diseñados en correlación con la cultura guajira, pues hace 60 años se instalaron para extraer agua salada que los wayú usaban para irrigar, dar a los chivos, lavar y bañarse.“Lo que hicimos fue una adaptación tecnológica ‘in situ’ de ese insumo. Las adaptaciones fallan en el trópico porque importamos tecnología foránea para tratar de implementarla adentro. Y debe ser al revés, para que tenga sustentabilidad y sostenibilidad”, argumenta.Borrero Plaza desarrolló el concepto y entre 2006 y 2008 viajó a EE. UU. a buscar financiación, pero allá creyeron que era muy difícil y no le apostaron al proyecto. Entonces regresó a Colombia y con un inversionista asumieron un riesgo a largo plazo y de largo alcance. “Cuando ya tuvimos diseños y una patente profesional, instalamos una unidad en La Guajira y la monitoreamos durante dos años. Luego sacamos la certificación mundial del SGS de Suiza, que da fe de que realmente el sistema sí funciona, sí produce agua potable y no utiliza energía eléctrica ni químicos”, evoca el observador, mientras nos muestra el proceso con fotos en su computador.Cuando vieron que a la ranchería llegaban en burro, en bicicleta, a pie, a llevar la caneca de agua para el consumo humano, se le unieron aliados estratégicos: Unicef y Copy de Italia, que fueron validadores. Y luego el PNUD para el proyecto piloto de seis unidades que está en fase de terminación. Cada unidad calma la sed de 150 indígenas, en promedio. Les siguió finalmente la Presidencia de la República a través de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y la Gobernación de La Guajira, con las que firmó contrato para instalar 39 de 80 unidades, desde el pasado 19 de febrero. Allí se unió Solutec Ingeniería SAS, firma del sector petrolero.La idea es completar el proyecto ‘Guajira sin Sed’ que beneficiará a 600 de estas comunidades dispersas, como es tradición en ese territorio. Él calcula que tomaría tres o cuatro años. “Lo que viene a ser de corto plazo cuando hemos tenido el problema durante más de 300 años”, comenta y aclara que “este sistema es una solución, no es un negocio”. Entonces Borrero, también ambientalista, aprovecha para decir que el sistema produce unos litros de agua mínimos para que un ser humano pueda vivir. Su meta es instalar 300 o más unidades, para tener la cobertura total de La Guajira.La OMS establece que la cantidad mínima en una zona dispersa, seca como La Guajira, para sobrevivir es de cuatro o cinco litros diarios. “Nosotros cuando tenemos agua en abundancia, derrochamos un metro cúbico por día, lo cual es una locura”, señala.‘Guajira sin Sed’ contribuye también a preservar esas comunidades desnucleizadas, con su cultura ancestral intacta, pero con agua potable.Es el punto más importante para él, pues luego de cinco años de vivir mirando las noches estrelladas recostado en un chinchorro, aprendió que los wayú son cien veces más sabios. “La mayor muestra de una inteligencia natural e integral la tienen los indígenas, que han logrado coexistir con la naturaleza y vivir libres, hasta de cáncer, y otra cantidad de problemas que tenemos en nuestra civilización”, confiesa.“Aprendí cien veces más de los wayú de lo que yo les pude haber enseñado. Creer que se está tratando con gente menos inteligente es el engaño más grande que se hace el hombre blanco u occidental o que se cree civilizado”. Juan Carlos Borrero es un “observador” polifacético, que se ha especializado en tratamientos de agua y en energías renovables, es reconocido como una autoridad mundial en cambio climático y hasta escribe tiernos cuentos infantiles: Cuentos de la Inocencia. Su conferencia ‘Colombia, potencia tropical del mundo’, en Gotemburgo, Suiza, le mereció al país la Orden Civil al Mérito Ambiental, grado Gran Cruz de Oro, 2014. Y con ella logró auspicio para un proyecto piloto de conservación y reforestación de la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá, aplicando sus propuestas de Bosque Nativo Tropical Mutual Reforestación y Recuperación Inteligente de Cuencas Hidrográficas. Su postulado es simple: “las cuencas hidrográficas son el recurso natural para producir agua, jamás madera”, sentencia. Principio con el que recuperó una escombrera en Dapa. Allí, donde es su finca, convirtió un nacimiento de una pulgada de agua en una quebrada de seis pulgadas de agua que alimenta las fuentes de los jardines, tres lagos y la piscina. Al comienzo encontró mucha resistencia entre los vecinos, que veían como raro a un hombre “que dice que va a sacar agua de una escombrera”. Incluido su papá, que lo tildó de loco. “Cuando llegó el Fenómeno del Niño, pensé que él tenía razón cuando me vi y dije: ‘bueno, y yo qué hago en este hp entierro de barro, que no me puedo ni mover...’”, confiesa.Egresado del Colegio Pío XII, fue invitado a dar la conferencia magistral en el 60° aniversario de la República de Israel en 2008, con el Premio Nobel de Economía de ese año. Gustó tanto que le pidieron repetirla en 2009. Y acaba de recibir invitación para ir en julio a Gotemburgo, Suiza, a exponer su proyecto Guajira sin Sed que sueña con extender a Colombia sin Sed o Planeta Azul sin Sed.No obstante, sus logros le han permitido pisar la Casa Blanca, invitado por el presidente George Bush y departir con autoridades del gas y la energía de ese país, entre otras personalidades, dice este hombre encanecido prematuramente y de expresión jovial que no parece perder la calidez y la sencillez del caleño promedio. Ambientalista consumado, llama la atención que estamos en el umbral de inflexión, cuando está ocurriendo de todo. El final es el punto de inflexión, cuando todo se revienta y no tiene reversa. Por eso, en una de sus tantas publicaciones advierte: “Si tú no cambias la manera de ver las cosas, ya no habrá nada qué cambiar”.Y comienza a argumentar como si estuviera ante uno de los auditorios internacionales: Si dejamos que la combustión sea el cáncer de la atmósfera, que las papeleras sean las depredadoras de los bosques, que los desechables cubran superficies de hasta 6.000 hectáreas como ocurre en África –donde llegan ONG de todo el mundo a ayudar, pero con desechables– vamos a pasos agigantados destruyendo lo más bello del universo que es la Tierra.Y lo dice con conocimiento de causa, pues el observador, siempre ausculta el universo con su telescopio: “cuando usted mira esta lágrima en el universo no halla nada más bello que este planeta. Y más si allí está el pedacito más lindo de todo, que es Colombia, que será la potencia tropical del mundo”, dice con fervor nacionalista.

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