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Testimonio de Hernando Guerrero, el caleño que fotografió a Gabo varias veces

El fotógrafo caleño calcula que le tomó cerca de 20 rollos, más de 700 fotografías.

10 de diciembre de 2012 Por: Juan Andrés Valencia Cáceres, Periodista de GACETA

El fotógrafo caleño calcula que le tomó cerca de 20 rollos, más de 700 fotografías.

Los miopes tenemos una ventaja y es que siempre miramos como si estuviéramos encuadrando”, dice Hernando Guerrero mientras acomoda su bastón en la misma esquina de la colina de San Antonio que llama su oficina. Todos los días, a eso de las 11:00 de la mañana, llega con su andar averiado y con una maleta en la que carga cuadernos con anotaciones, manuscritos, negativos y fotografías, muchas fotografías, sobretodo de Gabriel García Márquez, a quien retrató durante varias etapas de su vida.El primer encuentro, sin embargo, no tuvo nada que ver con cámaras ni con flashes. Fue, más bien, un encuentro insólito. O al menos curioso. Siendo editor de la revista Vanguardia, Guerrero viajó a México al Congreso Latinoamericano de Escritores, en la Semana Santa de 1967: “Allí estaba la primera plana del ‘boom’ latinoamericano: Mario Benedetti, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias...”, recuerda Guerrero, mientras se toma el primer trago del litro de whisky con el que brinda todos los días frente a las tiendas La Neblina y La Colina del barrio San Antonio.La primera vez que estrechó su mano fue en aquel congreso, pero no como un mero formalismo entre un par de compatriotas que coinciden en el exterior, sino para pedirle un favor. Guerrero se había quedado sin efectivo y necesitaba cambiar un cheque para seguir subsistiendo. Entonces el ensayista uruguayo Ángel Rama, esposo de la escritora Marta Traba, le dijo que hablara con su paisano García Márquez, que seguramente él lo podría sacar del apuro.“Recuerdo que ese día García Márquez llevaba puesta una chaqueta ‘milrayas’, que estaba de moda, eran blancas y negras”, rememora, mientras se toma el segundo trago de la tarde. “Finalmente me hizo el favor”.Pero pasaría mucho tiempo para que García Márquez y Guerrero se volvieran a encontrar. Sucedió en 1981, cuando el segundo ya tenía fama de tener un ojo infalible y trabajaba para Colcultura. Fue entonces cuando recibió una llamada de la Editorial Oveja Negra para que le hiciera un retrato al escritor para la contraportada de ‘Crónica de una muerte anunciada’. “Gabo no es fotogénico, por ello ese día le tomé muchas fotos”, relata Guerrero. “La gran mayoría se las hice detrás de un autorretrato de Alejandro Obregón que él mismo había abaleado borracho, justo a la altura de la cabeza”. Para ese entonces García Márquez todavía no se había quitado el lunar que siempre tuvo justo encima de las comisuras de sus labios, al lado derecho. Tras varias horas de flashes ininterrumpidos, Guerrero guardó su equipo y se despidió con el compromiso de un nuevo encuentro para mostrarle a Gabo las fotos y seleccionarlas. Y el día llegó. Pero Guerrero llegó trasnochado. Y las dispositivas quedaron al revés. Cuando llegó a la foto que hoy se encuentra en las primeras ediciones de ‘Crónica de una muerte anunciada’, García Márquez la escogió de inmediato: “Así tiene que ir en el libro, al revés, porque así es como uno se ve en el espejo”. El escritor, por supuesto, se había dado cuenta de que las diapositivas no estaban al derecho porque su lunar estaba en el lugar equivocado. Con todo, le encantó. “A mí no me gustaba porque salía desenfocada, pero él la escogió”, relata Guerrero mientras se toma otro trago de whisky. Tanto le gustó la foto al escritor que, tras vender un millón de copias del libro, le firmó en su copia: “Para el fotógrafo del millón, con un abrazo al derecho”. Guerrero recibió de la editorial Oveja Negra 1.000 dólares como pago por ese retrato. GabotecaMenos de un año después el mundo se enteraba de que Gabriel García Márquez era el ganador del premio Nobel de Literatura. En Colcultura armaron una comitiva para acompañarlo en Estocolmo. De ella hacía parte Guerrero, quien junto a Nereo López formaron la dupla de fotógrafos oficiales. Así, mientras García Márquez leía ‘La soledad de América Latina’, su discurso de aceptación del premio, Guerrero hacía piruetas en la primera fila para lograr la mejor foto. Se ponía en pies puntillas, graduaba el tiempo de exposición, se agachaba, enfocaba, se corría hacia un lado, obturaba, se corría hacia el otro, disparaba. Del día siguiente no tiene nada porque no fue. Y no fue por una razón sencilla: no tenía esmoquin: “Creía que era de uso obligatorio, pero al día siguiente me di cuenta, con algo de rabia, que hubiera podido entrar, pues no solo Gabo se había ido vestido de liquilique, sino que muchos de la comitiva se habían puesto de ruana la solemnidad nórdica”. En total fueron diez días de fiesta donde Guerrero se convirtió en la sombra del nuevo Nobel. Entonces los flashes destellaban cada vez que él veía un encuadre que valiera la pena. El escritor de Aracataca, caracterizado por su timidez, repartía felicidad y afecto a todos sus amigos, y seguía mamando gallo, por cuenta del genio costeño que siempre lo ha caracterizado. Las fotos que tomó fueron publicadas en dos libros: ‘Gaboteca’, una caja con su obra literaria publicada por Oveja Negra y ‘Aracataca – Estocolmo’, una edición especial del viaje editada por Colcultura. ***“Cuando yo fotografiaba a Gabo él se sentía muy tranquilo, quizás porque ya estaba acostumbrado a mí, o también porque no se percataba de mi presencia. Era difícil tomarle fotos porque no era expresivo. Siempre mantenía un perfil adusto, para nada fotogénico”, rememora una vez más Guerrero, mientras se sirve otro trago.Entonces el fotógrafo caleño calcula cuántas fotos le habrá tomado. Cree que fueron cerca de 20 rollos, más de 700 fotografías. Una de ellas en un casino de Cartagena con Silvio Rodríguez y otra en la que posa como un donjuán al lado de Amparo Grisales. Esas son, quizás, las fotos más extrañas que conserva refundidas en algún lugar indescifrable de su desordenada biblioteca. Fotos, sí, de uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca.

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