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“Si Santos enfrenta la impunidad, será reelegido”: Arzobispo de Cali

Monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, habló con El País sobre la fallida reforma a la justicia, la necesidad del desarme y los escándalos en el clero.

1 de julio de 2012 Por: Por Beatriz López y Aura Lucía Mera- Al alimón

Monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, habló con El País sobre la fallida reforma a la justicia, la necesidad del desarme y los escándalos en el clero.

Nos sale a recibir un sacerdote impecablemente vestido. Más parecería galán de telenovela de mucho rating que para su realidad, su papel de vida, como Arzobispo de Cali. Nos autoriza a no tratarlo de “monseñor”. Darío a secas. Darío Monsalve.Su infancia, campesina pura. La vereda en Valparaíso (Antioquia), la tierra del general Uribe Uribe, fue su entorno. Sus primeros estudios los hizo con su padre, quien dirigía la “escuelita radiofónica” de la vereda La Miel, de Radio Sutatenza. Una férrea educación religiosa. Familia patriarcal, de esas que llegan con el pan y la fe debajo del brazo. A los doce años le da por ponerse el hábito monacal, y se interna en el Seminario San Juan Eudes de Jericó. Monseñor Augusto Trujillo Arango, Obispo, le pregunta por qué quiere ser sacerdote. Responde alegre: “Porque Dios lo quiere y la gente me necesita”, frase que se volvería famosa entre los seminaristas.Pero no siempre lo inunda la fe del carbonero. A sus 20 años ya estudia filosofía. Conoce el pensamiento de Marx, Heidegger, Sartre. Entra en rebeldía. Coincide con el Concilio Vaticano II y el llamado de Juan XXIII de que los curas tienen que abrirse de verdad a la realidad social y bajarse de las nubes. Es la época del Grupo Golconda. Una verdadera revolución espiritual de valores se instala en su alma.Deja la sotana. Sale al mundo. Lo conoce y lo disfruta. Algunas cuantas novias. Una, jamás se casó, desde que Darío ingresó de nuevo al sacerdocio. Estudia en la Pontificia Bolivariana. Participa en revueltas y protestas estudiantiles, “sin capucha”. Monseñor Gerardo Valencia Cano, ese apóstol de verdad que pereció en una avioneta entre Cali y Buenaventura, lo invita a dirigir el Instituto Matías Mulumba en Buenaventura. La muerte del prelado le impide acudir a la cita. Termina sus estudios de Teología y el Obispo Juan Elíseo Mojica le pregunta que si quiere ser sacerdote todavía. Dice que sí y regresa al Seminario. En el desfile para su ordenación el Obispo comenta: “miren a las mujeres de Jericó llorando por esta víctima que vamos a sacrificar...”.36 años de sacerdote. “No me he aburrido ni un día. Soy feliz”. Estuvo 8 años en medio del fuego cruzado entre las comunas más violentas de Medellín. Trabajando con hordas de sicarios, atracadores, traquetos y milicianos. Sostiene que entre las adicciones, la “de la violencia es más fuerte que la de las drogas, el sexo, el juego. La adicción a la sangre es superior a todo”.Darío de Jesús Monsalve. Un hombre apasionado, convencido, vertical. Ideas claras y frenteras. Después de tres horas intensas, pandebonos y café, nos despedimos con la convicción de que a Cali llegó un auténtico líder para ayudar a despertar esta ciudad dormida, pacata, indiferente y corrupta. Está dispuesto a dar un revolcón en la curia, a poner “la casa en orden”, en no permitir más pedofilia ni escándalos. El mensaje original de Cristo lo lleva grabado en su corazón.¿Qué opina de la fallida Reforma de la Justicia?Estamos de luto en Colombia, porque la única claridad que había con la Reforma de la Justicia es que los parámetros fueran más internacionales, para que aprendiéramos de esos países donde la justicia es más operante, que tiene sistemas que son la base de una sociedad disciplinada. La reforma que necesita Colombia es que la justicia desahogue ese cúmulo de causas que tiene sin resolver y le dé un golpe a la impunidad. Lo otro es el marco de garantía a la rama jurisdiccional para que no tenga acceso a ella ninguna persona involucrada en delitos, en crímenes o en ilegalidades. Tener la justicia como la rama más limpia, autónoma e independiente de las ramas legislativa y ejecutiva: Pero lo que se hizo fue precisamente armar ese contubernio entre el Legislativo y el Judicial. Desde afuera nos hacen ver lo que no vemos acá adentro, que es la existencia de esa pirámide de la impunidad, la que está montada desde las bases del poder local y ha reptado hasta el legislativo, permeando el poder judicial. La pirámide une al paramilitarismo, la subversión y el narcotráfico. Ellos fueron cooptando los poderes civil, militar, legislativo y económico.Cuando aparece alguien como Vivianne Morales, el desespero por quitarla de en medio es mucho. Como está pasando con la Contralora, que al parecer lograron callarla. Tenemos el caso Santoyo, la parapolítica, la corrupción, eso une violencia, paramilitarismo y armas. Es la plaga de la impunidad. Entonces, ¿cómo se mantiene la impunidad?, aferrándose al poder.Usted propuso el desarme. ¿Cree que eso es posible en una dirigencia y un estamento militar que solo cree en las armas para resolver el conflicto?El único piso que tiene Colombia ante la violentización de la sociedad es una posición estratégica y global: el desarme. El desarme del Estado, de los grupos irregulares y de la sociedad, es decir, un desarme global.El que crea que la violencia es una cosa que se acaba al finalizar el conflicto armado, está equivocado. La prueba esta en Centroamérica, donde al finalizar el conflicto armado, quedaron los maras, los violentos (adictos con sus tatuajes, armas, dinero, sexo, poder). Es una degradación de la cultura actual.Que no sigan con la locura que nos metieron sobre el desarrollo del militarismo. Y como tuvimos ocho años en donde se reafirmó la tesis de solo guerra y victoria militar, pasamos a unos macro- ejércitos y unos macro- organismos de fuerza pública, a una tenencia de armas que nos está poniendo por encima de Brasil y en términos relativos a ser el país más armado de la región. Si el Presidente Santos tiene la llave de la paz, ¿porqué hay sectores que insisten en la guerra?Si Santos dejara de ser ambiguo, en relación con una guerra infinita y continuada, especie de concepción troskysta, de la guerra permanente. Si Colombia anhela tener desarrollo, ni los TLC, ni este marco de economía internacional van a ser viables, mientras no se desmonten el conflicto armado y la violencia extrema, entonces tendrá que entender que la llave de la paz no está solo en el bolsillo del jefe del Estado sino que la clave de la paz está en la ciudadanía. Ahí es donde se va a valorar el desarme, porque si va a integrar a la ciudadanía en el proceso de paz, tiene que jugársela por un cambio drástico de estrategia.¿Considera que la arremetida militar contra la guerrilla, en la que se utilizan bombas de alto poder, estaría desfigurando la acción del Estado desde el punto de vista constitucional? No estamos ante una guerra internacional como la de Vietnam con Estados Unidos, por ejemplo...La diferencia está en eso. Mientras EE.UU. realiza una expansión imperialista en una cultura y en un país distinto al suyo, Colombia está haciendo imposición ideológica y de concepción del Estado como la incursión que hizo en Ecuador, en Sucumbíos. Un conflicto interno no se puede manejar como un conflicto de guerra internacional, y ese es el gran equivoco en que se metió a Colombia, que no solo vive un conflicto armado sino un conflicto cultural de violencia extrema. El Estado y las clases hegemónicas no pueden meterse en un enfoque militarista y el uso de los bombardeos es anticonstitucional. No es posible que el Estado tome la opción de darle muerte a un grupo de personas que ya se sabe donde están, y bombardearlas sabiendo que las van a eliminar como una decisión militar. Habrá quienes digan que la guerrilla hace lo mismo, pero el Estado no puede igualarse con la subversión. Y por eso también he cuestionado la no valoración de la impotencia de Alfonso Cano, cuando fue cercado sólo e indefenso en la selva por mil hombres, en vez de detenerlo y sacarlo afuera. El objetivo no era asesinarlo y traerlo como trofeo. Ahí es donde debe estar el viraje y la forma de hacer la guerra en Colombia.¿Cree en la Ley de tierras?Santos está demostrando que tiene unas estrategias, y toda estrategia tiene sus tácticas. ¿Será meramente económica? Todos esos pasos de restitución de tierras, ley de víctimas y derechos humanos, solo fueron para lograr la aprobación del TLC con USA y Europa, que son más quisquillosos en esas materias. ¿Son tácticas para una estrategia económica? La ambigüedad me asusta. Pero, si el gobierno Santos muestra cara y cuerpo frente a la impunidad, será reelegido.¿Por qué la Iglesia ha discriminado a la mujer? ¿Es partidario de acabar con el celibato sacerdotal?Tengo una lectura social del asunto. Nosotros, desde una paternidad y maternidad espiritual, podemos llegar a las personas más excluidas y golpeadas.Se está yendo por las ramas, Monseñor. ¿Porque en otras religiones, como el anglicanismo, los sacerdotes se pueden casar y en el cristianismo no? Pueden hablar con más propiedad de la sexualidad, que ustedes supuestamente no conocen...Conocer no es precisamente experimentar (risas). No se puede partir del conocimiento únicamente a través de la experiencia.¿El matrimonio de los curas acabaría con la pederastia?Los fenómenos no hay que eclesializarlos. No se puede condenar a la Iglesia porque tiene la norma del celibato para los clérigos y las monjas. Eso tiene que ver con modos de formar y educar en las sociedades. La pedofilia es una traición del sacerdote, no de la Iglesia como institución. Sin embargo, la Iglesia tiene que hacer una revisión muy profunda de esto y no me opondría a que en esa revisión se considere toda la normatividad del celibato. El celibato no es un dogma de fe. Los apóstoles no eran todos solteros, aunque Jesús sí. Pero Él jamás habló de sexo ni de problemas afectivos, solo del matrimonio como institución. A propósito, hay algunos casos de pedofilia en el sacerdocio caleño. Incluso hay un libro sobre ese tema. ¿Cómo lo ha enfrentado?Basta con que haya el rumor. Si hay rumor, hay acusación. Se hace la investigación y si hay varias personas que tienen pruebas de un caso de pedofilia, el sacerdote es retirado del cargo y se le asigna un sicólogo a él y a las víctimas.Pero al sacerdote lo cambian de iglesia, como ha sucedido con frecuencia no solo aquí sino en EE.UU. y, otra pregunta, ¿esos casos van a la justicia ordinaria o la Iglesia tiene como el Ejército fuero canónico?Primero se hace un juicio canónico. Si hay que trasladarlo a la justicia ordinaria, mandamos a los familiares del niño abusado para que hagan la denuncia. El sacerdote se recluye en casas especiales o se va para su casa y se le retira del servicio. Hay personas que se niegan a poner el denuncio por no marcar o estigmatizar al niño o a la niña. ¿Es mejor el silencio cómplice que decir la verdad a gritos? ¿Eso le pasó a monseñor Duarte Cancino?La Iglesia está comprometida con las bases. Soy más partidario de decir la verdad y no del monólogo. Hay que buscar interlocutores. Me gusta escuchar y acompañar la gente. No se puede gritar como una voz que grita en el desierto y esa es una tentación que uno tiene en medio del desespero.Creo que Monseñor Duarte en su bondad y en su deseo de ayudar a los más pobres, ayudar a los secuestrados, de velar por la reinvidicación de los derechos humanos, de encontrar la respuesta a tanta violencia, tomó sus decisiones e hizo su camino y dejó una huella fuerte en Urabá y aquí en Cali, que tiene lecturas distintas. Nosotros le hicimos un homenaje a los diez años de su muerte, tratando de rescatar esa línea vertebral, ese hilo conductor de su historia, su ministerio, y fue muy interesante. Yo he sido de esa línea de decir la verdad, pero sé que la única verdad para nosotros es caminar juntos, desde el amor, el respeto y desde el beneficio de la duda con el otro.Todos tenemos equivocaciones en distintos campos, y no hay uno que sea más puro ni más sabio. Tenemos que convocar a la verdad, pero sin excluir a los otros. Tenemos que tener un profetismo incluyente. No estamos en la época de los profetas solos. Hay que abrir los espacios, acabar con los rótulos. Desprendernos del moralismo y del institucionalismo de la Iglesia.

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