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Río Cañaveralejo, otra 'arteria' de Cali que agoniza día a día

En apenas nueve kilómetros, el río vive una tragedia ambiental. Sus charcos de baño se secaron y en la ciudad es un caño de aguas negras.

11 de septiembre de 2014 Por: Luiyith Melo García | Reportero de El País

En apenas nueve kilómetros, el río vive una tragedia ambiental. Sus charcos de baño se secaron y en la ciudad es un caño de aguas negras.

A Charco Azul se llega dejando la carretera que va de La Sirena al Crucero, a quince minutos de camino por entre la maleza tupida, bajando y subiendo loma. En el andar se ve al frente la falda de la ladera con retazos de vegetación y costuras horizontales de arcilla con las que parece tejerse un nuevo vestido para el cerro. Son, en realidad, peldaños de tierra de una inmensa escalera que anuncia una nueva urbanización en las fronteras del bosque alto de Cañaveralejo.Charco Azul es el último de media docena de pozos naturales que había a lo largo de siete de los nueve kilómetros del río Cañaveralejo, adonde los caleños iban a bañar. El charco, sin embargo, ya perdió su color por la sedimentación que acumula su lecho. El lodo se remueve cuando alguien se mete a esa piscina natural alimentada por una catarata de dos metros y por eso ya casi nadie clava desde el trampolín de piedra que sobresale de una roca a ocho metros de altura. Al menos Ramiro Marín ya no lo hace y él era uno de los asiduos visitantes de ese paraíso rural.Metros más arriba está el Acuario, otro pozo que muy pocos visitan. Ya se extinguieron La Raíz, El Tarzán, el Charco del Bollo y tantos otros que hacían del río Cañaveralejo una gran piscina natural.La pérdida de sus sitios de recreo es un aviso de muerte del afluente, que cada vez está más seco y pierde el 83 % de su oxígeno en el último tramo de su recorrido, antes de morir en la ciudad.Su recorrido empieza en la vereda El Faro, en los Farallones de Cali, a 1800 metros sobre el nivel del mar, con una alta cobertura de bosque y pequeños cultivos como los que hay en Miravalle (La Buitrera) promovidos por un padre del sector La Sirena. Ramiro dice que en esa finca hay tres especies de mango, naranja, unos aguacates gigantes, guanabanales y hasta maíz. Esa es de las pocas actividades agrícolas que aún agradece el río, porque el caserío ya casi cerca el afluente por todos sus flancos, arriba desde El crucero y abajo desde La Sirena.Dicen que en su cuenca, allá por La Carolina, hay una marranera y que sus desechos caen al Cañaveralejo. Que la caparrosa de las minas del Rosario y La Buitrera han contribuido al daño ecológico. Que hay 1260 conexiones erradas de alcantarillado que no debieran caer al río, pero caen. Y que las basuras que soporta son toneladas vertidas en La Sirena, Cañeveralejo, Siloé y medio sur de la ciudad que vierte aguas sucias al cauce. Tanto que la gente lo conoce como ‘el caño de la 50’, porque es un canal pavimentado, antes que un río. A lo mejor es así, porque según un estudio del Dagma que es la autoridad ambiental, existen cuatro parámetros que están fuera de rango en la entrada del río al perímetro urbano: su elevada concentración de aceites y grasas, la alta turbiedad, la concentración de cromo y la alcalinidad.Peor aún, cuando el río agoniza más allá de San Judas, en el canal Ferrocarril, con el que conforma el tristemente célebre Canal Interceptor Sur, ya sus aguas se rajan en siete parámetros de medición. Además de los anteriores, lleva una baja concentración de oxígeno disuelto y los sólidos suspendidos que a su entrada a la ciudad eran de 5 miligramos por litro, se multiplican por diez y terminan siendo 50,5 miligramos por litro. Es decir, la mitad del agua es lodo.Sin embargo, Fernando Pérez que tiene por qué saberlo, dice que el río “es un león dormido”, porque cuando hay crecientes como la del invierno de hace dos años. se despierta y arrasa con todo lo que hay a su paso. Entonces ese caudal que no llega a 400 litros por segundo, se multiplica por cinco o más veces y azota viviendas como la suya arriba de La Bella Suiza. Es el único momento en que el río se limpia de tanta suciedad que lleva por dentro.Es que cuando el río llega detrás de la Plaza de Toros, pierde la mitad de su sección o ancho de cauce. Su lecho y orillas fueron revestidos en concreto como cualquier otro canal de aguas lluvias. Su capacidad hidráulica se redujo y le pasa la cuenta de cobro a la ciudad en cada invierno.De sus aguas solo viven algunas fincas en la parte más alta de Villacarmelo y La Buitrera. Las sabaletas de cuatro libras que se pescaban hace 20 años en sus aguas ya no existen; “hoy día uno mete el anzuelo y lo que pesca son obras de arte de esas que produce la barriga”, dice Marín. Por eso, la muerte del Cañaveralejo parece anunciada. El mismo Dagma concluye que “el río presenta una calidad típica de agua residual doméstica no tratada de concentración débil”. Nada que ver con la vertiente que fluye en El Faro, ni siquiera con el agua de Charco Azul donde el río es otro. Quién quita que el Cañaveralejo esté a tiempo de salvarse.

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