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Reúnen las mejores voces infantiles de Cali y le cantan al agua

El concierto tuvo un repertorio que llamó a la ciudadanía a ser consciente del uso de los recursos que nos entregó la Tierra. Historia de un músico formador de nuevas voces.

3 de noviembre de 2015 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de el país

El concierto tuvo un repertorio que llamó a la ciudadanía a ser consciente del uso de los recursos que nos entregó la Tierra. Historia de un músico formador de nuevas voces.

A segura estar ya acostumbrado: llegar a un lugar con su guitarra terciada y sus canciones, listo para comenzar un nuevo show mientras, frente al escenario, escucha voces que pregonan: ‘ahí llegó el humorista, ¡cuente un chiste, háganos reír’!.. Pero entonces es Julián Rodríguez quien sonríe con ganas. “Como si yo me pasara la vida fabricando carcajadas”, piensa. Y enseguida canta.

Porque lo que ha hecho en realidad durante los cuarenta años que completa como artista y cantautor --y en cuyo repertorio hay, claro, canciones ácidas y llenas de ironía, de risa-- es tomarse el humor en serio. La vida en serio.

Julián lo hacía justamente ayer lunes, desde muy temprano, mientras afinaba los detalles de lo que sería el concierto ‘Cantos del agua’ en el que volvería a reunir, en un mismo espacio, a las mejores voces infantiles de Cali para que le cantaran a la ciudad sobre la importancia de cuidar sus fuentes hídricas, sus montañas.

--Cantarle al agua justo cuando la ciudad no sabe cómo abastecerse de ella, tiene sentido un concierto con esa temática, maestro… --Va más allá de eso. 

Cuando comencé a preparar este concierto, hace ya varios meses, me sorprendió que los niños no tenían ni idea qué eran los Farallones, que ríos tenía Cali, por qué esta ciudad es bendecida con la brisa, por qué hay tantas culturas entre las montañas y el jarillón. 

Piensan que Cali es solo salsa y Petronio… Es que hoy los profesores se dedican solamente a que los niños llenen cuadernos. Y los papás a que solo vean televisión. Yo en cambio les digo, apaguen el televisor, miren por la ventana.

Esta vez, sus ‘Cantos del agua’ sumaban 800 estudiantes. Chicos de colegios oficiales, que cursan entre segundo y quinto de primaria, y han aprendido a diferenciar un contralto de un barítono en 21 coros regados por toda la ciudad. Cantaron escoltados por el rebateo feliz de los instrumentos de la banda de jazz El Colectivo, dirigida por el músico Jaime Henao, y por los arreglos del músico Andrés Sánchez.

En esa locura se la ha pasado Julián Rodríguez durante los últimos 25 años. Desde que se bajó del avión que lo trajo de España, a mediados de los 80, donde en compañía del maestro Vicente Sanchís aprendió a conocer el secreto poder de la voz de un niño. Todo lo que le cuenta al mundo cada vez que entona una canción. Hasta entonces, Julián no sabía cómo sonaban tantas vocecitas al unísono. Pero un día observó cómo su mentor reunía con su oído certero primero 90, luego 180. Un año más tarde, serían 300.

De regreso a Colombia, cinco años más tarde, quiso emprender ese mismo camino. Y lo llamaron loco. Allá va el humorista de Sevilla con su guitarra creyendo que puede congregar a tantos chiquillos sobre una tarima...

Y pudo: durante el Festival de Arte de Cali de 1991 hizo sonar afinados a los 200 mejores intérpretes de cinco escuelas de música caleñas y las puso a cantar con la Banda Departamental. En el teatro Los Cristales, en el Teatro Municipal y hasta en un gira que llevó por varios municipios del Valle.

[[nid:478519;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/11/julian-rodriguez.jpg;full;{Julián Rodríguez conformó un coro de pequeños reclutados en escuelas públicas de las 21 comunas de Cali y la zona rural para interpretar 18 canciones, de la autoría del maestro, en compañía de diez...Archivo de El País.}]]

“Solo que yo imaginaba muchísimas más voces. ¿Por qué no mil, por qué no cinco mil?”, se preguntó entonces. “La idea de trabajar con la voz es porque se trata de un insumo muy barato; todo el mundo la tiene, sin importar el estrato social al que se pertenezca. Y todo el mundo también tiene algo que decir con ella, sin importar la edad que se tenga”.

Tan seguro estaba, que en diciembre de 2002 consiguió sacar adelante ese sueño. Y el espectáculo se llamó así, ‘El coro de las mil voces’. Se cumplió en la Plaza de Toros de Cañaveralejo. La ciudad entera lo aplaudió.

Los pequeños habían sido ‘reclutados’ en escuelas públicas de las 21 comunas de Cali y la zona rural. Y juntos interpretaron 18 canciones, de la autoría del maestro Rodríguez, en compañía de diez músicos y un montaje de fondo de telas, luces y colores dirigido por Álvaro Tobón. Le cantaron a la vida, al amor, al cuidado y respeto por la naturaleza. Julián bautizó su iniciativa como ‘Mma Huasi’, ‘nuestra casa tierra’, en lengua Wayúu.

Y ese fue el real comienzo de muchas cosas. De un proyecto que Julián Rodríguez, con absoluta terquedad, se ha empeñado en que no naufrague, así durante estos 25 años no haya podido repetir su concierto por “abundancia de escasez” tantas veces como él quisiera. Algunas veces ha conseguido reunir solo un centenar de chicos, otras veces 600.

Fue también el comienzo de su labor al frente de la Red de Coros de Cali, que en todo este tiempo ha logrado vincular a 7500 pequeños, entre los 6 y los 12 años, a esta iniciativa del coro multitudinario y a un proceso formativo de su voz en el que cada niño, en promedio, permanece al menos durante cuatro años.

Y el trabajo no ha sido solo con los niños. “Ha sido también con los padres de familia y con los propios profesores y la propia escuela para que no crean que poner a ensayar a un niño en un coro es hacerlo perder el tiempo. Alejarlo de sus deberes o sus tareas. Muchas veces no entienden que cuando un niño se forma musicalmente adquiere competencias en lecto-escritura, en convivencia, en sensibilidad por el arte, en afecto. Y eso es ganancia no solo para él, lo es para su familia, para su escuela, para el barrio donde vive”, reflexiona Julián.

Lo saben bien esos cómplices amorosos que Julián ha ido sumando a esta causa de cantarle a toda una ciudad por tantos años. Son los siete profesores de música, que desde sus escuelas ayudan al ensayo semanal de los coros para que, una vez reunidos en la Plaza de Toros, suenen perfectos. El maestro Rodríguez los enumera y sonríe: Sandra Barney, Óscar Rubianes, Amanda Olade, Orleida Vizcaíno, Edwin Zúñiga y Nidia Morales.

“Ellos lo hacen con la misma convicción que yo”, sostiene Julián. “No por dinero. Porque hoy estamos trabajando con el cuarenta por ciento del presupuesto que se tenía en 2002. Es duro, pero uno entiende que finalmente en este país han creído más efectivo invertir en la guerra que en el arte”.

Él mismo lo tenía así de claro desde decidió dedicarse a la música por presión de sus amigos. Al comienzo no compartía con nadie sus letras. Le parecían canciones absurdas. Letras que solo él comprendía. Hasta que sus amigos, allá en su natal Sevilla, le pidieron que las cantara en reuniones. Tantas veces que al final a Julián se le ocurrió que ya era hora de creerse un artista y organizar un concierto. “Paguen la entrada, que tengo algunas urgencias que resolver”, los sentenció.

Desde entonces no ha parado. Con los años a sus recitales les sumó el teatro, de suerte que su arte, su shows, son como actuaciones cantadas. Julián Rodriguez ha recorrido varios países con ellas. Igual con su mochila de trotamundos, su inconfundible nariz aguileña y su pelo siempre en desorden.

También con sus canciones: ‘Producto Interno Bruto’, ‘Música con tilde en la í’, ‘Consumo cuidado’, ‘No me hallo’ y ‘Coca con sal’. Letras en las que se le ocurre decir cosas como que “la vida no es color de rosa/ vinimos al mundo fue a vivir, no a pagar cosas / y para ser feliz/ no olvides nuestro lema/ tómese la vida en serio / ‘cáguese’ en el sistema”…

--Debe ser por eso que algunos piensan que usted es un humorista… --Siempre he dicho que me tomo el humor muy en serio. No hago canciones para venderlas. Las hago para ser feliz. Pero a veces uno tiene la suerte de que, al decir algo, la gente se ríe y de paso piensa. Eso es lo que siento que logro cuando me paro en la Plaza de Toros a dirigir a todos esos niños, que han ido con sus papás, con sus vecinos. Es una felicidad tremenda. Ellos están diciendo algo, tan fuerte, tan rimado, tan afinado, que es imposible que la ciudad no los escuche.

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