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Restaurante Rayuela Express abre sus puertas en Chipichape

La historia no contada sobre el incendio que arrasó con el Restaurante Rayuela, ícono del barrio Granada, y sobre el alma de hierro que se puso de pie y decidió comenzar de nuevo.

26 de agosto de 2011 Por: Paola Guevara, editora de Sé

La historia no contada sobre el incendio que arrasó con el Restaurante Rayuela, ícono del barrio Granada, y sobre el alma de hierro que se puso de pie y decidió comenzar de nuevo.

Eran las 10:00 p.m. cuando se oyó un disparo: no provenía de un arma, sino de un corcho que anunciaba una estupenda champaña que se derramaba generosa sobre las copas. Marcela Parra y Daniel Mariscal estaban radiantes, y no era para menos, después de años de arduo trabajo acababan de pagar la inversión de Rayuela, uno de los mejores restaurante de parrilla argentina de la ciudad y famoso por la calidad de sus carnes y sus vinos; como si fuera poco, acababan de contratar dos nuevas personas y acariciaban la idea de expandir el negocio.Sus leales empleados también tenían razones para sentirse realizados, a la encargada de la parrilla le acababan de aprobar un subsidio de vivienda y a un mesero le acababan de dar un cupo en la universidad. Ni en la más oscura de las pesadillas habrían imaginado que unas horas después de aquel brindis, exactamente a las 4:00 a.m. del 23 de junio de este año, Marcela y Daniel recibirían una noticia que olía a sueños quemados.-Pasa algo extraño, tenemos el reporte de una alarma disparada, pueden ser los ladrones que entraron al restaurante por la parte de atrás...Llegaron a toda prisa, para constatar que ya no era una alarma sino tres las que ululaban. Pero los expertos en seguridad que los habían alertado seguían creyendo que podría tratarse de ladrones que habían logrado colarse en la hermosa casa que habían arrendado en la Avenida 9AN No. 14N-37, en pleno corazón del barrio Granada. Con el paso de los minutos la hipótesis sobre los ladrones comenzaba a perder fuerza, y las llamas a ganar terreno. Marcela alzó la vista y vio un resplandor que salía por el techo. “En ese momento, tal vez bajo el efecto de la negación, creímos que los bomberos podrían controlar la situación, pero cuando abrí la puerta entendí la dimensión de la tragedia”. Hoy Marcela lo recuerda sin lágrimas, es una mujer fuerte pero debe hacer una pausa larga para confesar que, por primera vez en la vida, se sintió tan débil, tan desvalida: “Siempre les dije a mis hijas, ‘sean abiertas al cambio’, ‘no se aferren a nada’, ‘no tengan miedo’, y ahora era yo quien necesitaba con toda el alma creer que esas palabras eran ciertas para no desplomarme”.El que sí se desplomó fue el antiguo techo de esterilla que, consumido por las llamas, cayó sobre las mesas, las sillas, los centenares de botellas de vino de primera que poblaban las paredes, los electrodomésticos, la parrilla... y el fuego se extendió libremente y a sus anchas sin que tres carros de bomberos fueran capaces de detenerlo.Las botellas de whiskey estallaron, otros licores se evaporaron; la madera quedó carcomida por las llamas y hasta la carne quedó calcinada cuando el fuego hizo de las suyas con los refrigeradores.Marcela veía sin ver, oía sin oír, sólo sabe que pasó dos días absorta, como en una dimensión paralela, contestando como autómata las llamadas de pesar que no cesaban de entrar a su celular, y repitiéndose a sí misma “esto no está ocurriendo, esto no está ocurriendo”.Al tercer día, finalmente, el fuego venció el escepticismo de Marcela, quien no tuvo fuerzas para contestar una sola llamada más. Su proyecto de vida, de un día para el otro, fue removido por siete camiones que partieron cargados de escombros. “Me educaron en una cultura según la cual, si haces las cosas bien, siempre te irá bien. Yo cuidaba de mis empleados, pagaba todas mis cuentas a tiempo, no teníamos una sola deuda atrasada con nuestros proveedores, ¿entonces por qué nos estaba pasando esto?”, dice. Lo peor estaba por venir. A la incalculable perdida emocional se sumó el cálculo de las pérdidas materiales, que era sencillamente abrumador. Sólo en vino se perdieron más de $6o millones por los que aún deben responder, y el seguro... es un tema sensible que sigue en veremos y que movilizó a los restaurantes de Cali a mejorar sus respectivos seguros. “Lo que más he odiado en la vida: los trámites, los papeleos, la letra menuda, eso pasó a ocupar mis días. Fue como si la vida dijera: al que no quiere caldo se le dan tres tazas”.Marcela, a pesar de la apremiante situación financiera en que se vio tras el accidente, decidió que seguiría pagando el salario de sus empleados porque “nosotros lo perdimos todo, pero para ellos era una cuestión de vida o muerte”, dice. En torno a la adolorida pareja se gestó un fuerte y espontáneo movimiento de apoyo que se manifestó en las redes sociales y en iniciativas de los propios clientes y de los colegas del gremio gastronómico.Con donaciones de amigos y familiares reunieron el primer monto para pagar la adecuación de un local en Chipichape llamado ‘Rayuela Express’, que abrió sus puertas hace ocho días. Adecuaron su carta y su profusa selección de vinos a su nueva realidad, sin desmejorar la calidad de los productos. Hoy, a la carne angus importada se suman sushi rolls, teryaki y sándwiches con diferentes variedades de carnes y chorizos. Marcela ya no añora las botellas de vino que se fueron. Sabe que nuevo vino está por correr.

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