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Potrero Grande, de infierno a paraíso

Si la ciudad logra hacer una intervención integral a esta zona del Oriente, sus habitantes tendrán una transformación que será ejemplo nacional. Así quisiéramos contarlo en el 2026.

24 de abril de 2016 Por: Redacción de El País

Si la ciudad logra hacer una intervención integral a esta zona del Oriente, sus habitantes tendrán una transformación que será ejemplo nacional. Así quisiéramos contarlo en el 2026.

Si la ciudad logra hacer una intervención integral a esta zona del Oriente, sus habitantes tendrán una transformación que será ejemplo nacional. Así quisiéramos contarlo en el 2026.

 

 

Hubo un tiempo, dice Dalmiro, en que todo era llanto. Corría el año 2015. Las pandillas se había multiplicado sin control y con ellas la muerte, la orfandad, el miedo, el sonido de las balas, los jóvenes aniquilados. El llanto.

 Una década después hay  serenidad en la atmósfera, una sensación casi palpable de alborozo, la alegría que no puede ocultarse de los que sobreviven, de los que reconocen la luz tiempo después de creer que la noche nunca terminaría.

Caminamos por un pequeño sendero al lado de una cancha de fútbol. Dalmiro, la piel negra, algunas canas, mira alrededor. Sonríe. “¿Recuerda esto? Hace diez años era una cancha maltrecha con los arcos oxidados y nadie jugaba en ella, entre otras cosas, porque si a un muchacho lo veían allí los de una pandilla cualquiera, lo mataban...” 

La cancha ahora es un complejo deportivo con algunas zonas para levantar pesas, otras para trotar y otra para el fútbol. Cerca de 20 niños entrenan, corren, intentan regates, y allí, por el sendero en que caminamos, un grupo de jóvenes, altos, afros, demasiado musculosos, trota. Nos hacemos a un lado para que pasen 

“Hablalo Dalmi”, dice uno de ellos. El que saludó, me cuenta Dalmiro, perdió a su padre a los 6 años en medio de un enfrentamiento entre pandillas. Seguramente, sigue, su destino habría sido ese: crecer con el recuerdo de la muerte de su padre, intentar vengarlo, vengarlo, morir. 

 El chico, ahora con 16 años, es atleta y se prepara para representar al Valle en los juegos nacionales.  “Esto fue lo que se hizo. Cambiar el futuro, reemplazar el futuro. Nunca perdimos la esperanza y bueno, ahora todo Potrero Grande se parece más a la tierra prometida que siempre quisimos que fuera”, dice, y mira alrededor, y ríe. 

Las piedras del camino

No fue fácil. En 2015 Potrero Grande fue el barrio con mayor número de homicidios en la ciudad, con un total de 37 asesinatos. Pero había más: la violencia juvenil estaba disparada y se llegó a contar una pandilla por cada uno de los doce sectores.

Se enfrentaban entre sí.  Se disputaban rutas para la venta y el tráfico de drogas y zonas de dominio para el cobro de microextorsión a los habitantes de la zona. A finales de 2015 más de 30 familias habían abandonado el barrio debido a las amenazas de las pandillas y a las presiones para que pagaran la extorsión.

Para el 2016 ese estado de cosas empezó a revertirse. Dalmiro, quien para entonces era uno de los líderes de la Junta de Acción Comunal, recuerda que todo empezó con una estrategia para resocializar a los jóvenes que hacían parte de las pandillas.   

“Lo que pasa es que no eran muchos, pero sí eran capaces de generar mucho daño. Empezamos por ahí. La Alcaldía y las instituciones comprendieron que había que hablar con ellos, oírlos, para que empezaran a construir un proyecto de vida”, añade. 

Eran pocos, dice Washington, otro líder del barrio, pero eso no significaba que el trabajo fuera fácil. Con la intervención se empezó a descubrir que, en muchos casos, la delincuencia para esos jóvenes significaba su única oportunidad de sobrevivir.   “Para muchos de ellos robar significaba tener con qué comer y vender droga, significaba tener el dinero para comprar ropa o para mantener a los hijos, porque muchos de esos jóvenes de 16 y 20 años, ya tenían familia”, dice Washington.

No todos estaban dispuestos a dejar las armas, las drogas, a abandonar la pandilla. No todos, pero sí la mayor parte. “Los programas de educación para el trabajo que trajo el Sena al Tecnocentro Pacífico, la participación de psicólogos y trabajadores sociales y el hecho de que empresas privadas se involucraran para dar trabajo a los jóvenes, permitió que más del 70 % de los pandilleros se resocializara”, dice Dalmiro.

Pero el trabajo fue más allá. Trabajar con los pandilleros no era suficiente si la intervención no se concentraba en las nuevas generaciones. En Potrero Grande un niño de 10 años podía perfectamente hacerse miembro de una pandilla. “Eran niños de hogares destruidos, sin padre, sin madre, a quien nadie daba cariño”.

Lo que se hizo  con ellos, dice Dalmiro, fue tal vez lo más bonito de todo ese trabajo. 

“Yo tenía que ver todos los días niños de cinco o seis años por ahí, en la calle, descalzos, con hambre, niños por quienes sus padres no se preocupaban, niños que deberían estar jugando, yendo a un jardín, pero no, estaban por ahí, y nadie hacía nada por ellos”. 

Un potencial aprovechado

Jesús Darío González, sociólogo de la Universidad del Valle y quien conoce Potrero Grande desde su fundación en 2006, sostiene que lo que hoy es el barrio se logró gracias a que tanto las autoridades como los caleños y los propios habitantes del barrio, descubrieron todo el potencial que hay entre ellos. 

 Potrero fue fundado en 2006 como un proyecto para reubicar 48 asentamientos subnormales, invasiones, que desde 1980 se habían formado en las márgenes del río Cauca y de la laguna El Pondaje. El barrio, entonces, se formó  con el éxodo de  centenares de desplazados causado por el conflicto armado  en la costa Pacífica.

 “Esa característica hace de Potrero Grande un barrio  étnico por excelencia. Allá hay gente de la costa Pacífica, del Cauca, del Caquetá, con un acervo cultural gigante en lo que tiene que ver con la música, el baile, la gastronomía, y muchas otras cosas”, dice González. 

Justamente, fueron esos rasgos culturales los que se aprovecharon para generar emprendimientos que fortalecieran la economía de las familias del barrio.  “Eso era parte de lo que Potrero pedía a gritos: que se brindaran espacios para explotar sus conocimientos. Mire, cuando yo empecé a estudiar este barrio, me encontré con que hay 17 formas distintas de hacer la limonada, con que las mujeres traen todo ese saber gastronómico del Pacífico y tiene formas variadas de preparar comidas con frutas tropicales. Lo paradójico era que, a pesar de eso, muchas veces no tenían ni siquiera para comer”.

En la actualidad, gracias a programas direccionados por la Arquidiócesis y la Fundación Paz y Bien, hay una cooperativa de mujeres que comercializan alimentos propios de la costa Pacífica en varios supemercados de cadena de la ciudad. 

 El deporte y la cultura, indica González, configuran otras aristas del potencial de Potrero que empezó a aprovecharse en los últimos diez años. Entre 2016 y 2020, Potrero recibió una fuerte inversión por parte de las secretarías de Cultura y Deporte con el fin de mejorar los espacios deportivos y de apoyar iniciativas artísticas.  Cuando se iniciaron los proyectos por parte de la Secretaría de Deporte, en el barrio había algunas canchas de fútbol en mal estado y solo se conocía un club en el que entrenaban hombres y mujeres por igual.  La inversión permitió adecuar los espacios y, sobre todo, traer personal capacitado para empezar a formar niños y adolescentes en diferentes disciplinas.

Por otro lado, las manifestaciones culturales también se fortalecieron. En 2016 en Potrero Grande se contaban 10 iniciativas de grupos musicales de ritmos como el reggaeton, salsa choke, rap, hip-hop, dembow, entre otros. 

Uno de esos grupos era Walkin on Money, que se formó gracias a la incidencia de las casas Francisco Esperanza, fundaciones que trabajan con el objetivo de resocializar jóvenes en alto riesgo en zonas marginadas de la ciudad. Para este año los grupos son más de 30 y varios de ellos ya tienen contratos con compañías disqueras nacionales.

Y por supuesto, se invirtió más en educación. “Fue todo un rompecabezas que se armó entre la Alcaldía, las fundaciones y los líderes sociales. Se abrió la doble jornada para el colegio y con la Secretaría de Cultura y Deporte se empezó a utilizar adecuadamente el tiempo libre. el resultado es lo que se ve ahora”, dice Dalmiro. 

Mientras habla,  el grupo de jóvenes que trota vuelve a pasar por el punto en el que estamos. “Yo he vivido aquí desde 2006, y a veces no puedo creer que todo esto esté pasando. Es como un sueño, y lo que más me conmueve es pensar  que los sueños se cumplen”, termina.

 * Este artículo es una proyección hecha con base en algunos de los programas que actualmente se desarrollan en Potrero Grande y con aportes de líderes del barrio . 

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