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Polémica por la actualización de 'Don Qujiote de la Mancha'

Hace poco fue publicada en España una versión actualizada de ‘Don Quijote’, una que promete acercar a los lectores promedio a esta divertida obra que ha sido traducida a 145 lenguas y dialectos.

23 de agosto de 2015 Por: Catalina Villa| Editora de GACETA

Hace poco fue publicada en España una versión actualizada de ‘Don Quijote’, una que promete acercar a los lectores promedio a esta divertida obra que ha sido traducida a 145 lenguas y dialectos.

Haga el ejercicio, estimado lector, de abrir en cualquiera de sus páginas una edición de la versión original de ‘Don Quijote de la Mancha’. Intente entonces leer de corrido al menos una cuartilla, o dos digamos, sin detenerse a buscar una palabra o un giro idiomático, que, seamos francos, usted jamás en su vida ha oído mencionar. Las probabilidades de que lo logre, amigo lector, de que no tenga que recurrir presuroso al auxilio de un diccionario o a las molestas notas al pie que suelen invadir esta obra maestra de la literatura universal, son bajísimas; de eso estamos seguros. 

Y es que a menos que usted sea un estudioso del Siglo de Oro Español, tenga una maestría en historia o sea docente y lleve años leyendo ‘Don Quijote’ para orientar a sus alumnos, es casi improbable que sepa que coselete es la coraza que protege el pecho y la espalda, que acorrer es lo mismo que socorrer, que dornajo es un recipiente de madera para darles de comer a las bestias, que menear las negras es manejar las espadas o que comerse dos cabezas de sardinas significa, en realidad, comerse dos docenas de las mismas.

Y la lista sigue, señoras y señores. Palabras o expresiones que han entrado en desuso y que están presentes en ‘Don Quijote’ superan las mil quinientas.  No hay manera, pues,  de leer de corrido y con plena compresión de lectura un libro que fue escrito en el Siglo XVII, nada menos que 400 años después.  Esos son justamente los años que está celebrando la más importante pieza de la literatura en habla hispana, escrita por  Miguel de Cervantes Saavedra por allá en 1604 y publicada en 1615 por primera vez. 

La buena noticia —aunque habría que aclarar que no para todos— es que hace poco fue publicada en España una versión actualizada de ‘Don Quijote’, una que promete acercar a los lectores promedio a esta divertida obra que ha sido traducida a 145 lenguas y dialectos y que cuenta las desventuras de aquel caballero de la triste figura que luchó contra los molinos de viento, asistido por su escudero, el bueno de Sancho Panza. 

El artífice de esta hazaña literaria es el escritor español Andrés Trapiello, quien durante 14 años se dedicó a ‘traducir’ la obra del castellano original al de nuestros días pues, como él mismo lo dice en el prólogo “en estos cuatro siglos el idioma español, siempre vivo, se ha movido”. Hoy, explica, ese castellano del Siglo XVII ya ni lo hablamos y poco lo entendemos cuando lo leemos. 

Pero este esfuerzo parece no haberle sentado nada bien a algunos eruditos quienes han calificado esta obra como “un delito de lesa literatura”. Así opina David Felipe Arranz, crítico literario y profesor en la universidad Carlos III de Madrid, quien asegura que por culpa de estas versiones es que los libreros de la Gran Vía madrileña ya no venden la novela original de Cervantes, “Porque los lectores prefieren una versión ‘light’”, dijo a AFP la semana pasada. "El sabor de las palabras que utiliza el mejor escritor de nuestra lengua no se puede deturpar", puntualizó. 

El Instituto Cervantes, la red de centros culturales españoles en el extranjero, estima que se trata de la obra más traducida del mundo después de la Biblia. Así mismo, la obra ha sido adaptada en historias gráficas y cuentos para niños. Entonces, ¿por qué tanto alboroto al hacer una actualización en el mismo idioma?

La académica caleña María Antonia Garcés, profesora de estudios hispánicos en la Universidad de Cornell y experta en Cervantes, no solo celebra el ‘atrevimiento’ de Trapiello cuya versión acaba de leer esta semana, sino que no entiende por qué tanta bulla, si estas adaptaciones siempre se han hecho y en España se hacen todo el tiempo. “He leído el prólogo de Trapiello a su traducción de Don Quijote y me parece magnífico. También he leído el prólogo de Cervantes al Quijote y parte del primer capítulo en traducción de Trapiello y me parece una cosa extraordinaria. Los cambios están muy localizados; el texto no cambia de forma dramática. Pienso que todo lo que se haga por acercar la buena literatura a los lectores es recomendable, incluso las buenas películas; una película o una obra de teatro debe ser bienvenida”, afirma. 

Garcés, una autoridad en la obra completa de Cervantes, justifica esta edición con conocimiento de causa. Ella explica que la  lengua en la época de Cervantes apenas se estaba formando y por lo tanto hay cosas que son incomprensibles para muchos lectores actuales. Por ejemplo, dice, “¿Quién sabe hoy lo que es una “celada de encaje” [casco con visera] o un “morrión simple” [casco sencillo], ambas partes de las armas de un caballero que, además, ya eran obsoletas en tiempos de Cervantes? De modo que traducir “adarga” por “escudo”, una palabra que todos comprendemos, me parece más que apropiado. Hay mucho purista recalcitrante, pero no entiendo la crítica. ¿Acaso no se aplaudió la adaptación al espanglish de Ilan Stavans? ”, explica. 

Es por ello que asegura que una buena edición de ‘Don Quijote de la Mancha’ tiene que ser anotada, como la de Francisco Rico que publicó la Real Academia Española en 2004, y que se ha vuelto a editar en 2015, con más notas al texto e incluso artículos críticos que van en un segundo volumen para especialistas. “No se puede leer el Quijote en una edición sin notas, porque hay muchas alusiones históricas que hay que desentrañar, palabras arcaicas que explicar, o incluso refranes que no podríamos entender hoy en día”. No obstante, agrega que ahora “la edición de Trapiello, cuyos cambios son acertados y prudentes, siempre respetando el texto de Cervantes, permitirá a muchos lectores aterrados ante la idea de acercarse al Quijote, ahora sí aproximarse sin miedo a la obra, con la certeza de que van a comprender lo que leen. Así que ¡brindemos por Trapiello!”.

A ese brindis se une el poeta y escritor antioqueño Darío Jaramillo Agudelo quien, aunque aún no ha leído su versión, piensa que “nadie más indicado para hacerla que Trapiello. Sus dos novelas de temas quijotescos son excelentes y denotan un gran conocimiento del texto cervantino y un gran amor por él. Además no hay que olvidar que Andrés Trapiello es uno de los grandes narradores en el español de hoy”.

Jaramillo, quien ha leído varias veces y de varias maneras el texto cervantino —una vez, por ejemplo, lo hizo siguiendo a Dulcinea, porque le habían encargado un texto sobre ella para un diccionario del Quijote—, asegura que cada vez que lo lee siempre le parece  nuevo y  maravilloso. “Pienso leer la traducción al Siglo XXI porque hay muchas expresiones y palabras del original del Siglo XVII que no entiendo”. Y aunque afirma que ese abismo idiomático entre los dos castellanos puede ser un obstáculo para la lectura, cree que estorban más otras cosas, como los tipos de letra y las interlíneas con que lo imprimen e incluso las notas exhibicionistas de algunas ediciones. 

“Es mucho más obstáculo que la lectura del Quijote sea obligatoria: en verdad ese es el principal obstáculo. Ningún placer puede ser obligatorio. Acaso una buena manera de difundir el Quijote y provocar la curiosidad que se merece sería prohibirlo”, dice.

Otras versiones, otras polémicas

Con todo, la edición de Trapiello parece haber corrido con mejor suerte que la de Arturo Pérez Reverte, autor de la saga del capitán Alatriste, quien decidió expurgar los capítulos del Quijote que no tuvieran que ver directamente con los personajes de don Quijote y Sancho. Se trata de una edición presentada en enero de este año y que algunos califican de “horrible”.

De críticas como esa puede hablar también el escritor norteamericano Ilan Stavans, quien ha dedicado su vida a la literatura hispánica y latinoamericana. Fue él quien en 2002 tuvo la osadía de traducir el Quijote al ‘espanglish’, como  un intento de hacer que dicha obra se sintiera todavía más en casa en las Américas, sobre todo en esa cultura nueva, fresca, emergente y sofisticada que es la latina en los Estados Unidos, donde el espanglish es la lengua franca.

Las críticas, claro, lo asediaron. Fue tildado de  “destructor del idioma español” y “profesor de idiotas”.  Pero eso fue nada ante las amenazas de muerte que recibió, “que son la peor forma de la cobardía”, dice Stavans. 

Él, sin embargo, es un convencido de que la lengua española no le pertenece a un autor o a una academia. “La lengua española —nuestra lengua— es patrimonio de unos 450 millones de hablantes, tú y yo entre ellos. Podemos hacer con ella lo que queramos porque vivimos en libertad. Unos cuantos se denominan a sí mismos “puristas” y “defensores” de la lengua de Cervantes; ellos también son libres de decir lo que quieran. Lo cierto es que la pureza no existe en la lengua. Por estar viva, una lengua no tiene más remedio que contaminarse, es decir, entrar en contacto con su medio ambiente”, comenta enfático.

Stavans recuerda que en varias ocasiones le aseguraron que  Cervantes se habría enfurecido con su  traducción y que posiblemente sus huesos estarían  dando vueltas en la tumba. “¿Es por eso que en España se han hallado esos huesos?”, se pregunta. “Yo creo que Cervantes se hubiese fascinado con el espanglish. Él estaba muy al tanto de los cambios del español a principios del siglo XVII. La lengua de Don Quijote y la de Sancho y la del narrador y de los otros personajes son muy distintas, lo que prueba que el autor se apasionaba con los diferentes registros”. 

Stavans, quien en octubre  publicará un libro sobre los 400 años de la globalización de la novela  bajo el título ‘Quijote: La novela y el mundo’, editado por Semana, cree que  el proyecto de Trapiello se inserta en un momento histórico clave en España. “El país está sumido en una de sus peores crisis y en una búsqueda de sus raíces; y, lo que es más, hace tiempo que los españoles han dejado de leer al Quijote. La novela de Cervantes es ahora más popular —mucho más popular— fuera de España. No hace mucho la Real Academia Española de la Lengua publicó la versión abreviada de Pérez Reverte. Abreviar la novela y actualizarla son dos respuestas similares a la misma pregunta. ¿Puede salvarse el Quijote en su propio hábitat?”.

Desde el salón de clases del Colegio Jefferson, en Cali, donde  se desempeña como docente de español,  el licenciado en literatura Alexander Erazo prefiere no tomar partido. Él viene leyendo ‘Don Quijote de la Macha’ junto a sus alumnos de grado 11 desde hace diez años, y asegura que en esto de leer los clásicos se ve de todo. “Es casi imposible que todos los alumnos se enganchen al libro. Por eso hay que recurrir a varias estrategias pedagójicas. A mi juicio, la principal, es hacer un trabajo previo de acercamiento a la obra que les permita a los estudiantes abordar  la lectura”, dice. “Textos como ‘La Iliada’, ‘La divina comedia’ y el mismo ‘Don Quijote’ precisan de un acercamiento al horizonte cultural de la época en que fueron escritos”. 

Y aunque admite que para la mayoría no es fácil  dar cuenta de palabras como hidalgo, adarga y rocín, por mencionar apenas el célebre párrafo inicial, sabe que una vez los alumnos se sumergen en la historia, muchos de ellos quedan atrapados.  “Es tal la genialidad de Cervantes que, aunque sea difícil de entender, los alumnos disfrutan de la sátira y la parodia que hay en las situaciones que enfrentan Don Qujiote y Sancho Panza, como aquella en que el hidalgo confunde a unas prostitutas con unas doncellas, a un prostíbulo con un castillo, y a unos carneros como los soldados de un ejército que él decide enfrentar. Eso les provoca mucha risa”.

Por eso, aunque no es enemigo de las nuevas versiones, no le molesta seguir leyendo la versión original, con todo y las 1.500 notas al pie que lo convierten en un libro rogordete y pesado. “Quien se sienta capaz, bien vale la pena que lo haga”.  

Y es que experiencias con el Quijote hay tantas como lectores. Como la que vivió el doctor en literatura Álvaro Bautista, quien, al leer el Quijote por primera vez, no leyó palabras sino historias, acciones y personajes. “Toda frase anticuada la conservaba como un bello misterio. Luego leí ediciones, como la de Martín de Riquer, cuyas notas a pie de páginas, ricas, ágiles, aclaraban todo. Pero debo agregar que me gustaba engañarme con el leguaje, pues no hay que olvidar que una parte del discurso cervantino ya era anticuado cuando se publica el Quijote. Por lo tanto, era una dicha entender una cosa y, luego, apreciar que se trataba de otra. Me gustaba, por ejemplo, en mi primera lectura, que “duelos y quebrantos” fuese efectivamente una comida calamitosa, y no el plato tan común de huevos y torrezno; o que “salpicón” no era nuestra fría mezcla de frutas sino un revuelto de carne que sobraban en la olla. Te puedo decir que gocé leyendo mal y luego, sin perder el goce del engaño, he reglamentado más mi goce con ediciones anotadas.

Por, eso, no creo que desconocer las reglas de la caballería nos impidan ver el humor de la manera como es armado don Quijote”, explica Bautista, quien no tiene problema en calificar el trabajo de Trapiello como “descomunal loable”.

Por su parte, el profesor de literatura de la Universidad del Valle, Hernando Urriago, quien prefiere hablar del Quijote como lector y no como docente, asegura que no deja de sorprenderle, justamente en la versión original,  el contrapunto verbal entre lo culto y lo popular, entre  lo refinado y lo vulgar que ofrece Cervantes, y que se explica por la diversidad de caracteres y lenguajes que pueblan la ficción cervantina, así como por el hecho de que en el siglo XVI el castellano o español tenía apenas 500 años de historia. “Recuerdo algunas de las chispas cervantinas que abundan en la obra: un ‘desuellacaras’ es un ‘desvergonzado’; un  ‘adahala’ equivale a ‘propina’; ‘echar pelillos a la mar’ remite a ‘olvidar las rencillas’ y ‘cátalo cantusado' es alguien que cae   en un engaño. Para decirlo en palabras del Quijote, Cervantes en cada página nos da ‘mucho ripio a la mano’ (otorga en abundancia) en materia de la sonoridad y el significado del español primordial”. 

Así las cosas, estimado lector, ahora el turno es para usted. Le sugiero entonces 'echar pelillos a la mar' y decidir si acepta el reto de leer el original o le da una oportunidad a esta nueva y remozada versión que cuenta ya con la venía de los expertos.

Eso sí, estamos seguros de que esta no será la última de la que tengamos noticia. Tal y como lo asegura Ilan Stavans, “A cada rato en otras lenguas se moderniza a los clásicos: Dante en italiano, Molière en francés, Goethe en alemán, ni hablar de la Biblia, que quizás sea el texto más modernizado—y malentendido—de la humanidad. Esas actualizaciones en realidad son un afán de hacer vigente lo que aparentemente --y solo aparentemente-- caduca”. 

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