El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

Opinión: ¿qué le pasó al Festival de Salsa de Cali?

¿Por qué el público caleño responde cada vez menos al evento? ¿Qué pasa dentro de su organización? ¿Por qué los colectivos de la Salsa no están conformes con él? Aquí algunas de las respuestas.

20 de septiembre de 2016 Por: Ossiel Villada | Jefe de Redacción Online de El País

¿Por qué el público caleño responde cada vez menos al evento? ¿Qué pasa dentro de su organización? ¿Por qué los colectivos de la Salsa no están conformes con él? Aquí algunas de las respuestas.

El Festival de Salsa de Cali, como todos los proyectos que enarbolan la bandera de la cultura,  es un evento imprescindible para esta ciudad y este país. Porque nunca antes como ahora Colombia necesitó tanto de herramientas que le permitan hacer tránsito de la barbarie hacia la reconciliación. Y en una ciudad como Cali, a diferencia de lo que pasa en otras como Bogotá o Barranquilla,  el baile de la Salsa es mucho más que una simple forma de diversión. Aquí es, en realidad, una poderosa forma de resistencia de miles de jóvenes que ante la falta de oportunidades, el abandono estatal y el acecho de la delincuencia en sus barrios, han optado valientemente por resistir bailando. Y han construido desde esa trinchera un medio honesto de subsistencia para ellos y sus familias.  Así pues, las decisiones sobre la paz, tan cacareadas por estos días, también pasan por mantener vivo un evento como nuestro Festival. Porque es sinónimo de arte, de empleo, de oportunidad, de desarrollo. De paz. Pero su más reciente edición, que concluyó el domingo pasado, evidenció algo que ni la  Alcaldía de Cali, ni el mismo gremio de los bailarines, han querido ver con claridad en los últimos años: el evento entró en un proceso de estancamiento y marchitamiento que, de no corregirse, puede resultar desastroso para el mundo de la cultura salsera, y para la ciudad misma. Las tribunas vacías de la Plaza de Toros, la inconformidad de directores de escuelas y coreógrafos con las reglas de juego de selección, la improvisación notable en muchos aspectos organizativos, las molestias ante instancias que terminan siendo juez y parte del concurso y las quejas sobre algunos de los fallos del jurado, son botones de muestra. ¿Que si hubo cosas buenas? Por supuesto que  sí. Pero algunas de ellas no pudieron brillar debidamente por esas falencias. El Festival cuenta con una infraestructura física poderosa y hermosa, a la altura de grandes eventos internacionales. Aún así, la gran idea de Exposalsa, por ejemplo, solo tuvo público en las mañanas. La apuesta por el baile social, que nació en el Salsódromo,  tropezó con horarios mal concebidos y no agregó ningún componente nuevo. Y los conversatorios, retomados del Encuentro de Melómanos y Salsotecas, se perdieron en un espacio enorme y sin continuidad de contenido para el poco público asistente.   Por encima de todo, sin embargo, se debe resaltar la calidad y la entrega de algunas escuelas y bailarines que optaron por cosas innovadoras, tan arriesgadas como bellas. El baile de Xiomar Rivas sobre las manos de su pareja, por ejemplo, fue un desafío a la física y la estética. O la propuesta de Swing Latino, que una vez más dibujó en el escenario una ecuación perfecta de inspiración y transpiración. Pero hechas las sumas y restas, queda un saldo final en rojo que no se puede seguir desconociendo. La realidad es que el Festival tiene un gran potencial. Y los recursos que se le inyectan cada año no son nada despreciables. Pero tiene en su estructura  tantos dueños, tantos caciques mandando desde los colectivos salseros locales y  dentro de la misma Secretaría de Cultura, que finalmente termina siendo una ‘colcha de retazos’ de los criterios que cada uno de ellos quiere imponer. Y en medio de ese estropicio se cuelan cosas que son fácilmente previsibles. Como el no haber considerado que este año, en la misma fecha del Festival, se celebraban el Día del Amor y la Amistad y el Mundial de Fútbol Sala. Por esa misma razón los grandes esfuerzos que se hacen cada año para realizarlo no terminan de consolidar una clara apuesta cultural de ciudad. Y muchos caleños sienten que se convirtió en un evento monótono, hecho solo para los bailarines.  Por eso tampoco se ha logrado crear un proceso formativo de artistas y de público que  conecte en un círculo virtuoso el espacio de competición que es el Festival de Salsa, con el espacio de exhibición que es el Salsódromo de la Feria. El primer paso para cambiar, entonces, es hacer un ejercicio serio de reflexión. Porque nos falta mucho para ganarnos de verdad el apelativo de ‘Mundial’.

AHORA EN Cali