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“Monseñor Duarte Cancino sabía que lo iban a matar”: sacerdote Efraín Montoya

El sacerdote Efraín Montoya presenta su libro sobre monseñor Isaías Duarte Cancino, cuando se cumplen diez años de su asesinato.

6 de marzo de 2012 Por: Luz Jenny Aguirre Tobón, editora de Entorno

El sacerdote Efraín Montoya presenta su libro sobre monseñor Isaías Duarte Cancino, cuando se cumplen diez años de su asesinato.

Justo detrás del salón Isaías Duarte Cancino, en el Seminario Mayor de la Arquidiócesis de Cali, el sacerdote Efraín Montoya habla de su libro. Lo hace con devoción, arropado por un roble, al evocar con nostalgia a quien era su amigo. Fueron cinco años de investigación y escritura que dieron como resultado ‘Isaías Duarte Cancino, sangre de Profeta’, obra que sale a la luz cuando se cumplen diez años del asesinato del Arzobispo. ¿Cómo define a Monseñor?Un hombre que amaba la vida y que por ella estaba dispuesto a hacer lo imposible, era de profundas convicciones. Fue una de esas personas que pocas veces se dan. En el libro usted también lo perfila con los rasgos negativos de su personalidad...Él tenía la facultad de enojarse mucho por una situación que le parecía incómoda, explotaba y estallaba. No podía soportar que cuando estaba celebrando la misa corrieran por el presbiterio, como le dañaba el día sentir la cobardía en el otro, porque él era muy arrojado. Cuento en el libro la anécdota de su enojo ante un sacerdote que dijo que no había llegado a su vereda porque la guerrilla le había quitado el carro, se puso que casi le pega al sacerdote, le dijo “¡no puede ser, nadie te puede detener para llegar a anunciar a Jesucristo!”. Otra es cuando le dicen que mataron a un sacerdote en Yumbo y se va corriendo con monseñor Saúl Arámbulo. Al llegar le explican que no pasó nada. Sale Monseñor enfurecido porque los medios armaron ese lío. Al final, Arámbulo lo convence de ir a Mulaló a un restaurante. Allí un niño lo aborda y le dice: “Señor, ¿usted es así o está ‘verraco’?”, hasta ahí le llegó la rabia. Sin embargo, quienes lo conocieron de cerca hablan de él como alguien amoroso. Usted cita a Soffy Arboleda, quien dice que era tal cual como una piña: espinoso por fuera, dulce por dentro...El Señor no lo dotó, lo dice un obispo, de la facultad de la dulzura, no tenía un rostro amable a primera vista, pero cuando uno se encontraba con el hombre sencillo lo hallaba dulce. Por ejemplo, todo el año coleccionaba caramelos y se los entregaba a los seminaristas en una reunión semestral que tenían. En el bolsillo de su saco siempre había dulces y con uno de ellos despedía a quien estaba con él. El día de su muerte ahí estaban los dulces, en su saco. Está también la anécdota de Adriana Ruiz, que va con sus hijos a visitarlo cuando le hacen la cirugía de los ojos y el hombre se pone a hacer trabalenguas con los pequeños. Había que entrar en su realidad vital para conocerlo. Hay algo que cambia la vida de Duarte Cancino y es su paso por Apartadó. ¿Qué significó para él esta región?Monseñor es antes y después de Apartadó. Allí descubre la realidad de la violencia, la muerte y la injusticia. Allá entiende la historia de Colombia y se convierte en un referente, va entrando en diálogos con la guerrilla, con los paramilitares, va exponiendo su mensaje.Y llega a Cali en un momento de confusión y asume un papel trascendental....Cuando llega aún no teníamos el problema del secuestro, pero después de 1999, cuando se dan los de La María y el Kilómetro 18, se mete en el corazón de la ciudad porque se convierte en un defensor que habla por los secuestrados. En esa época sentíamos la guerrilla aquí metida. Monseñor muere amenazado, sabía que lo iban a matar, eso es Crónica de una Muerte Anunciada. Por eso digo que es un profeta, profeta es el que anuncia la palabra de Dios, el que anuncia una verdad y denuncia lo que va contra esa verdad. Esto está lleno de profetas de papel.¿Por qué estaba seguro de su muerte?Porque había sido amenazado muchas veces. De hecho, una vez en Cali se le robaron el Cristo de la Casa Arzobispal, eso era una señal. La empleada que lo atendía le pedía que fuera prudente en sus declaraciones, que lo iban a matar. Y él le contestaba que ya había vivido lo que tenía que vivir. Al final de sus días decía cosas como para que uno adivinara...él tenía claridad. Hubo situaciones como el comunicado que encabezó dando alerta sobre los dineros del narcotráfico en las campañas, lo escuché diciendo “si me matan por esto, que me maten”, eso fue una semana antes. También está la palabra que dejó grabada para esa Semana Santa que decía “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Como otro hecho misterioso estaba la reflexión del evangelio que había dejado para ese domingo en El País, que hablaba sobre resurrección de Lázaro, donde nos dice que la vida está por encima de todo.¿Cómo sintió usted a Isaías, el hombre, en esos días previos a la muerte?Llega a ese instante final con temor y con temblor, nadie llega a ese momento riendo. Monseñor hizo su Getsemaní. Estaba nervioso, pero muy decidido. Monseñor muere en paz porque había sido coherente hasta el final. Aún sobreviven las dudas por los señalamientos que le hicieron a Duarte Cancino por su supuesta cercanía con los paras...Hubo dos declaraciones en el último tiempo en El País que lo señalaron como amigo de paramilitares, como también en Apartadó lo tildaron de amigo de guerrilleros. Las historias y los contextos van cambiando, y en un país donde se va imponiendo la verdad de los mentirosos cualquiera aparece como experto, pero no tiene sentido catalogarlo como amigo de unos y enemigo de otros, la mejor manera de describirlo es como un hombre amigo de la verdad. Y si la verdad estaba contigo, como paramilitar, como guerrillero, como asesino, entraba en diálogo. Este país le teme a la verdad. La sabiduría popular dice que la tierra donde se derrama la sangre de un sacerdote (y más de un obispo) queda maldita, ¿pesa sobre Cali esa maldición?Sin duda que el último tiempo de Cali ha sido muy duro. Creo que lo que estamos viviendo es consecuencia de este acto, no importa quienes lo hayan hecho, la ciudad lo ha sufrido. Cuando la sabiduría popular dice eso es porque de hecho es así, ha habido una maldición, no solamente cuando se mata un obispo o un sacerdote, donde se mate cualquier ser humano se está sembrando maldición.

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