El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

‘Memorias de una cinefilia’, la historia del legendario Caliwood

El dramaturgo Sandro Romero Rey era un adolescente imberbe cuando un grupo de buenos amigos caleños se dedicó a un oficio extraño para entonces: hacer cine. Solo después, mucho tiempo después, los conocería. Y dedicaría parte de su energía a contar su historia. Hoy, con orgullo, presenta ‘Memorias de una cinefilia’.

18 de octubre de 2015 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

El dramaturgo Sandro Romero Rey era un adolescente imberbe cuando un grupo de buenos amigos caleños se dedicó a un oficio extraño para entonces: hacer cine. Solo después, mucho tiempo después, los conocería. Y dedicaría parte de su energía a contar su historia. Hoy, con orgullo, presenta ‘Memorias de una cinefilia’.

Siempre, desde muy niño, prefería andar con adultos. Quizás porque empezó a leer y a dedicarse a las actividades artísticas a muy temprana edad. Por eso nunca se sintió “menor” que los demás. Simplemente tenía menos años y eso, de alguna manera, dice, lo llenaba de orgullo.

Así que cuando empezó a codearse con la pandilla cinéfila del Cineclub de Cali, nunca sintió que fuera un intruso en un asunto de mayores. Sintió, más bien, que era un contemporáneo. “Siempre me he sentido de la misma generación, a pesar de que Ospina sea diez años mayor que yo y Mayolo catorce”.

Esa cercanía fue justamente la que lo llevó no solo a seguirles la pista a ese combo de cinéfilos, sino a hacer parte del grupo como actor, locutor, coguionista, asistente de dirección, cronista, y crítico, entre otros oficios.

¿Qué voz, entonces, más autorizada para contar la historia del ‘Grupo de Cali? se pregunta Ramiro Arbeláez en el prólogo de su reciente libro ‘Memorias de una cinefilia’ que será presentado en Cali el próximo 31 de octubre, en el marco, claro, del Festival Internacional de Cine de Cali.

Sandro, no deja de ser curioso que usted se hubiera dedicado al teatro cuando el cine era tan cercano a sus afectos desde muy joven...

Mis papás eran profesores en Bellas Artes y allí, prácticamente, nací. Entre los salones de clase de ballet y artes plásticas y las tablas del Teatro Municipal. El cine lo vine a descubrir mucho después. Primero como espectador de matinales y funciones comerciales y, más adelante, gracias a los cineclubes.

Creo que la primera vez que fui al Cineclub de Cali yo tenía 13 o 14 años. Mi papá me llevó a ver una película… ¡de Bergman! Y poco tiempo después, fui a una función de medianoche donde presentaban ‘Vanishing Point’, con guion de Cabrera Infante, sin haber leído aún ‘Tres tristes tigres’. El cine, como pasión, apareció mucho después que el teatro. Esta promiscuidad en los gustos ha hecho que, con el tiempo, me dedique indistintamente a todas las disciplinas del arte, sin establecer barreras entre ellas.

Que la obra de Andrés Caicedo haya sido conocida en América Latina se lo debemos en buena medida al empeño suyo y de Luis Ospina por difundir su obra. Usted mismo dice que ha hecho todo lo posible por preservar la memoria de Caicedo. Hoy en día, en sus viajes ‘cinéfilos’ y literarios ¿Qué tanto percibe que se conozca la obra tanto de Caicedo como del Grupo de Cali? ¿Valió la pena?

La obra de Andrés se defiende sola por su absoluta genialidad, pero es cierto que si Ospina y yo no hubiéramos insistido con los editores, sus libros no hubieran salido del Restaurante Los Turcos.

Hoy por hoy, Caicedo ha sido traducido a cinco idiomas, se lo estudia, se le cita, se le reproduce y es materia de investigación en cientos de universidades de todo el mundo. Yo sí creo que ha valido la pena, aunque debo confesar que hubiera preferido que su obra se hubiese publicado en su totalidad y no a tumbos como, por desgracia, sucedió. Pero eso no depende ni de su familia ni de los editores ni de sus “pocos buenos amigos” sino del destinito fatal que rodea las circunstancias de su aventura vital. La vida y muerte de Andrés Caicedo también es la obra de Andrés Caicedo.

¿Qué piensa de quienes los critican por vivir de echar el cuento de Andrés Caicedo? ¿Le molestan esos comentarios?

Sí. Me molestan y me da mucha tristeza. Primero, por la amargura que rodea esos comentarios y segundo porque es muy poco el tiempo que le he dedicado a difundir la obra de Andrés Caicedo y muchísimo menos el dinero que nunca me he ganado con ese trabajo. Mi vida es otra. Mi vida es el teatro, mis libros, mis películas, mis investigaciones, la docencia, la televisión. Caicedo es tan solo una pequeña deuda voluntaria (como lo fue Mayolo, en vida y muerte) porque quiero demasiado a mi generación y creo que uno escribe y homenajea lo que se admira, lo que se respeta y lo que, de alguna manera, forma parte de tu propia aventura vital.

Uno de los hilos conductores de ‘Que viva la música es’, sin duda, la música. Usted mismo se dedicó a seguir las pistas de las canciones a las que Caicedo les hace un guiño en la novela. Y aquí van dos preguntas: ¿Qué pasa con los nuevos lectores que no tienen cercanía con esa música? ¿de qué tanto se están perdiendo? Y dos ¿se le puede perdonar a una película basada en la novela que no tenga la música de los Rolling Stones?

Cuando leí QVLM por primera vez, quedé perplejo, no solo por quedar abrumado con su genialidad sino porque pensé que se trataba de un libro que no iba a ser entendido sino por iniciados en las canciones de los Stones o Richie Ray & Bobby Cruz. Con el correr del tiempo, entendí que una obra maestra se entiende a distintos niveles. No se necesita ser de Dublín para gozar y entender el ‘Ulysses’ de Joyce. Por supuesto que un amigo de Joyce lo habrá gozado mucho más que un lector caleño. Pero un lector caleño encontrará otros registros que consolidarán su universalidad. Ahora bien: la música de QVLM es la música citada en QVLM y que forma parte del estilo narrativo de la novela. No los bambucos, ni el reguetón, ni la música electrónica, ni las canciones de Shakira. Es la música que oyó su autor en los años sesenta/setenta y que, por esa razón, bautizó su libro de esa manera.

Es ya una pregunta clásica la de ¿qué hay en el ambiente del Valle del Cauca que desde Máximo Calvo ha habido un interés por contar en imágenes, por el cine?

Es parte del misterio fascinante de nuestra ciudad: Cali es una ciudad que se parece cada vez más al relato ‘Los mensajeros’ de Andrés Caicedo: un lugar convertido en un set cinematográfico. Al menos el Cali de nuestros sueños.

Resulta interesante redescubrir nombres que fueron importantes en el desarrollo del cine caleño, como Pascual Guerrero, director de ‘Tacones’ y ‘El lado oscuro del nevado’. ¿Por qué su nombre se ha olvidado?

[[nid:473760;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2015/10/memorias_de_una_cinefilia.jpg;left;{}]]

Siempre he reivindicado el nombre de Pascual Guerrero, porque fui su amigo en la época en la que hizo sus malogradas películas, a pesar de que ninguna de las dos me gustó en su momento. Pero el cine gana con el tiempo, incluso las películas fracasadas. Hoy por hoy, son títulos indispensables para entender la formación de lo que después se llamó ‘El grupo de Cali’: directores, asistentes, fotógrafos, guionistas, editores, actores, directores de arte, en fin, productores, comenzaron dando sus primeros pasos en las películas de Inti Pascual, tal como firmaba Pascual Guerrero sus aventuras para la pantalla.

Una de las revelaciones en el libro es que alguna vez soñaron con que los estudios de Caliwood funcionarían en las antiguas bodegas del ferrocarril, en Chipichape. ¿En realidad soñaron con esto cuando vivieron una época en que el cine se hacía literalmente con las uñas?

Lo soñamos, sabiendo que era imposible. El cine en Cali se ha hecho a pesar de las autoridades caleñas. Afortunadamente. El mejor cine caleño ha sido siempre contestatario. El de antes y el de ahora. Cuando se quieren hacer películas turísticas o “comerciales”, los resultados son, por decir lo menos, lamentables. Por esta razón escribí ‘Memorias de una cinefilia’, para rendirle un homenaje a la eterna juventud de mis viejos cómplices.

Carlos Mayolo es, sin duda, el gran ausente. Si hoy un nuevo cineasta le preguntara ¿Quién fue Mayolo, cuál fue su aporte más importante al cine, qué le diría?

Carlos Mayolo era uno de los pocos genios que he conocido en mi vida. Su inteligencia era descomunal, tanto para la vida, como para sacar adelante sus proyectos audiovisuales. Por desgracia, su genio se canalizó en la autodestrucción y sus últimos años fueron muy tristes, a pesar de haber escrito textos memorables como ‘Mamá ¿qué hago?’, ‘Vida de mi cine y mi televisión’ o la obra de teatro ‘Pharmakon’, que monté con Alejandra Borrero y tenemos en repertorio desde el año 2008. Me hace mucha falta Mayolo. Me sueño muchas veces con él.

Tanto Luis Ospina como usted son implacables con la Cali de hoy. Aquí no vuelven, ésta ya no es su ciudad, no la entienden ¿No están siendo un poco injustos con una ciudad que, a pesar de la crisis de los noventa, intenta resurgir, sobre todo en el cine y las artes plásticas? ¿Estamos desahuciados?

Yo nunca hablo mal de nadie y mucho menos de mi ciudad. Lo que pasa es que Cali ya no es mi Cali, porque cambió radicalmente. No es ni mejor ni peor. Es otra. Y ya no vivo en Cali. Así que cuando la visito, me siento como en un set al que le cambiaron los decorados. Pero Cali, para mí, es como La Habana para Cabrera Infante: es la ciudad de los recuerdos. Mucho más entrañable que la del presente. La de hoy le pertenece a otros. Y cuando la visito la disfruto, pero como quien es turista de sus evocaciones.

¿Cuál es su veredicto sobre cine hecho en Cali por las nuevas generaciones?

Estoy muy atento al cine que se hace hoy por hoy en Colombia y me encanta que los caleños, una vez más, están en la vanguardia. No todos, por supuesto, pero creo que sólo el ejemplo de la Cámara de Oro en Cannes ya nos da un signo de confirmación de los esfuerzos de todos.

Usted ha sido un defensor del Festival de Cine de Cali que dirige Ospina, precisamente porque le ha apostado a un cine transgresor, provocador, con un punto de vista… Hoy muchos en Colombia parecen seguir ese modelo…

La prueba de la importancia de un festival de cine como el de Cali está en las nuevas generaciones de realizadores que se han formado, gracias a la Universidad del Valle y a los motores que brinda la cinefilia. El hecho de que haya miles de festivales en todo el mundo no descalifica el de Cali. Al contrario, creo que ni Bogotá, con más de cuatro festivales internacionales, ofrece una programación tan exclusiva como la que ofrece un evento contundente como el de nuestra ciudad. Es muy triste que se lo critique porque no es complaciente, ni de alfombras rojas, ni vendido a los canales de televisión.

¿Qué ha pasado con ‘Sonido bestial’ después de su estreno?

‘Sonido bestial’ es una película que depende de su productora y se ha movido a su ritmo. Yo cumplí con mi aporte como codirector, con la deuda que tenía con mi adolescencia y con mi pasión por la música de Richie y Bobby. Me sentí feliz al poderla estrenar en el Festival de Cali del año 2012, con la presencia de los homenajeados, quienes hicieron una ceremonia histórica para la música de nuestra generación.  

AHORA EN Cali