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Los bomberos de Cali enfrentan una dura batalla para controlar los incendios forestales

Conozca los relatos de los hombres que asumen el riesgo de estar en el fuego.

20 de septiembre de 2015 Por: José Luis Carrillo Sarria / Reportero de El País

Conozca los relatos de los hombres que asumen el riesgo de estar en el fuego.

Armados de batefuegos y vejigas de agua, cinco hombres del Cuerpo de Bomberos de Cali  tratan de controlar desde el cerro de Cristo Rey un torbellino de fuego. Tienen las pestañas quemadas y el aliento negro por la ceniza.  

Fernando Murillo es uno de ellos, cumplió 55 años, de los cuales 35 los ha dedicado a ser bombero. Dicen en la estación Central de la Avenida de las Américas que es el caleño que más horas suma sofocando conflagraciones forestales. Esta semana ya perdió la cuenta de las emergencias en las que participó: el incendio de El Cabuyal, el de los Andes, por La Sirena; el que aún ardía en Patio Bonito mientras se escribía esta nota. Es una emergencia tras otra, una hectárea  tras otra.

El sargento Murillo es el encargado del plan  cuando se presenta un incendio forestal. Por eso,  antes de meterse, tiene que ver cómo se mueve el dragón (nombre  para los incendios forestales al comunicarse por radio), se ubica en lo alto del cerro y detecta las zonas habitadas y  amenazadas por el aliento de fuego de la bestia, es allí donde envía los primeros escuadrones. 

Pese a sus esfuerzos y a los de sus hombres, esta semana se reportaron las primeras casas incineradas del año en Cali por conflagraciones, en el sector del Amarillo, en la vía al mar , cuatro resultaron quemadas e igual número afectadas. Ese mismo día, al menos 80 bomberos y seis máquinas extintoras atendieron ocho emergencias forestales desde distintos puntos de Cali. Tal fue la situación que el comandante operativo del grupo de socorro pidió, por primera vez desde hace siete años, acuartelamiento de primer grado. 

Eso significa que los 120 bomberos de planta y los cerca de 350 voluntarios tienen que presentarse a las ocho estaciones  para estar prestos a los operativos.  Están en alerta máxima.  “Aquí no valen los turnos ni la hora del almuerzo, apunta Murillo. Aquí se trabaja parejo hasta que dominamos el incendio”.

Un radio de comunicaciones y un batefuegos son sus herramientas. Anda solo en un jeep Vitara trepando las trochas por donde se aparece el fuego. Da instrucciones a sus cuadrillas. Cuando hay que apoyar se pone el casco y se le mete a la candela... “hay que dar ejemplo para que la gente no se asuste, hay que indicarles cómo se combate al dragón en la loma. Eso es sin pensarlo, haciéndole”.

Mientras, el  radio no deja de sonar: “mi sargento, el incendio casi llega a las casas”; “mi sargento, aquí necesitamos más personal porque el viento está batiendo  la candela”; “mi sargento hay gente pidiéndonos agua, ¿qué hacemos?”... Murillo no pierde la calma. Da un par de órdenes, es escueto,  se baja de su campero y con el batefuego comienza a pegarle a las llamas. 

A los 20 minutos sale envuelto entre el humo, “y lo más jodido de todo es que el Ideam dice que esto se va hasta marzo del otro año”. Otra vez suena su  radio: “Mi sargento, el incendio en El Cabuyal se volvió a prender”.  

“Hasta el sudor se evapora”

Carlos Hernández, ingeniero industrial y tercera generación de bomberos voluntarios, admite que solo el que ataca un incendio forestal conoce la mezcla del miedo con   la adrenalina.

“Cuando se llega al dragón uno se quiere pelear de frente con él. Y si vas con un compañero que tiene la misma actitud la cosa se pone buena. Mientras uno lo aplasta con agua, el otro lo remata con batefuego”, dice.

Es una lucha fantástica y agotadora, de hombrecitos con palos y mangueras tratando de vencer a una bestia.

La candela  hace que del rastrojo salgan alacranes, culebras, avispas, abejas, perros y hasta gente pidiendo agua, pero ese es el menor de los peligros. El calor generado por las llamas puede llegar hasta los 100 grados centígrados. “Con esa temperatura  sentimos cómo el sudor se evapora de la piel… pero lo que más mete miedo es una caída por la pendiente o por un  socavón minero  en donde te quedes atrapado y enredado quemándote sin que nadie se entere”.

En la loma hecha candela no sobra nada. Por eso siempre cuando aparece algo para comer o beber es costumbre compartir y recibir, porque no se sabe cuándo será  el último bocado y se tomará el último sorbo. En teoría los turnos de los bomberos son de ocho horas, pero metidos entre las llamas el tiempo se consume y la jornada puede llegar a doce. Incluso, a días enteros.  

Según datos del Cuerpo de Bomberos de Cali, durante la semana que pasó, los incendios forestales se dispararon  y están atendiendo un promedio de siete por día, cuando hace un par de semanas no pasaban de cinco. 

“Nunca dejamos un incendio sin apagar, defendemos posiciones estratégicas en la línea de fuego, es como una batalla. En medio de la adrenalina nos cortamos, nos quemamos y no sentimos las lesiones. Nos damos cuenta cuando nos bañamos, allí es cuando el cuerpo duele y arde”, narra el socorrista Hernández.

Agrega que un bombero forestal es fácil de reconocer: “huele y suda a quemado y no tiene vellos en la piel. Después de apagar un incendio sonarnos  es un acto que te recuerda las cenizas... bombero que se respete deja el pañuelo negro”.

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