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La mujer que puso a las mujeres a votar

No quería ser bachiller, pero su mamá la obligó. Tampoco quería ser abogada, pero —otra vez—, su mamá se encargó de que llegara a la universidad. Aunque pocos la recuerdan, a ella, Esmeralda Arboleda, le debemos las mujeres el derecho a elegir y ser elegidas. Un libro publicado este año rescata del olvido a esta importante figura de la política nacional.

8 de noviembre de 2015 Por: Por Catalina Villa | Editora de GACETA

No quería ser bachiller, pero su mamá la obligó. Tampoco quería ser abogada, pero —otra vez—, su mamá se encargó de que llegara a la universidad. Aunque pocos la recuerdan, a ella, Esmeralda Arboleda, le debemos las mujeres el derecho a elegir y ser elegidas. Un libro publicado este año rescata del olvido a esta importante figura de la política nacional.

Suena curioso pero la mujer que lideró el derecho al voto femenino no quería ser bachiller. Había nacido en Palmira en 1921, en una época en  que las aulas de clase estaban reservadas casi exclusivamente para los varones. De las mujeres, para  entonces, se esperaba muy poco académicamente; más allá de dominar unas cuantas operaciones, su ‘preparación’ estaba orientada al cuidado del marido y de la prole. No era bien visto eso de ser una señorita que presumía saber de todo.  Quizás por eso, cuando, tras completar  en el Colegio de la Enseñanza de Pereira   su primaria y los tres años del bachillerato femenino que  eran usuales para las jóvenes de la época, su mamá, Rosita Cadavid,  le notificó que debía empacar las maletas para irse a Bogotá a  terminar su bachillerato en el Colegio de las Casas, Esperanza Arboleda se molestó. Era un reflejo del sentimiento mezquino que para entonces provocaba la educación de la mujer. No obstante, aun en  contra su voluntad, en 1938 Esmeralda Arboleda se convertiría en una de las primeras colombianas en terminar su bachillerato. Así lo recuerda  la politóloga bogotana Patricia Pinzón, admiradora desde siempre de la figura de esta vallecaucana, quien decidió escribir su biografía para recordarnos, en especial a las mujeres, que no siempre tuvimos un lugar reservado en el salón de clases,  que no siempre tuvimos la libertad de tomar nuestras propias decisiones,  que no siempre fuimos medidas en igualdad de condiciones frente a los hombres.   Y es que eso de haberse convertido en bachiller resulta casi anecdótico cuando se habla de su más importante logro. Fue Esmeralda Arboleda quien -- cuando el gobierno militar de Rojas Pinilla retomó la promoción de una nueva constitución para el país-- encabezó un movimiento femenino de mujeres profesionales, independientes y amas de casa que formuló una petición a la Comisión de Estudios Constitucionales para que se incluyera el tema de la capacidad política de la mujer.  Su ovacionada ponencia, en la que hacía alusión al papel fundamental de la mujer para alcanzar la paz nacional, resultó en la aprobación de la capacidad política de la mujer con 60 votos a favor y ninguno en contra. Fue así como en el Acto Legislativo No 3 del 27 de agosto de 1954 se otorgó a las mujeres el derecho de elegir y ser elegidas. Resulta entonces paradójico el desconocimiento que hay sobre su vida y obra. Hasta la  senadora Claudia López, cuando fue invitada a presentar la biografía en la  pasada Feria del Libro de Bogotá, confesó desconocer quién era. “Es tremendo el olvido en que el cayó esta  mujer que fue trascendental para nosotras. Por eso era necesario recuperarla para la memoria”, cuenta la autora de ‘Esmeralda Arboleda, la mujer y la política’, publicado este año por Taller de Edición Rocca. Y es probable, también, que la misma autora del libro no hubiera sabido mucho de ella, de no haber sido por la feliz coincidencia de haber vivido en el mismo barrio que la abogada, La Soledad, y haber dedicado su tesis de grado a la participación en política de la mujer colombiana.  “Mi primer recuerdo de ella es el de la mamá de Sergio, un vecino con el que mis hermanos y yo jugábamos en las tardes. Entonces me impresionaba conocer a una figura pública. Era absolutamente suave, amorosa con los niños, pero a la vez era  alta, acuerpada, muy elegante, con una voz imponente. Y me causaba curiosidad, porque además de la vida pública, cuando estaba en la casa eran muy casera: cosía, cocinaba, era una mujer muy especial”. Gracias a esa vecindad, y a una amistad entre ambas familias que aún hoy perdura, Patricia siguió de cerca la carrera de Esmeralda.    La siguió, también, a través de su tesis de grado de ciencia política en la Universidad de los Andes. Y años más tarde, cuando escribió un artículo sobre los 30 años del voto femenino.    Fue así como su amigo Sergio Uribe Arboleda, el hijo,  le propuso un día que emprendiera la investigación sobre el aporte de su madre en la política. Y a Patricia, la idea no pudo parecerle mejor.  A través de las 547 páginas, la autora  presenta la vida de esta mujer, empezando por  el papel fundamental que tuvieron sus padres, el payanés Fernando Arboleda López y la antioqueña Rosita Cadavid, en el camino que seguirían no solo su hija mayor sino las otras cinco (nuestra admirada Soffy Arboleda, entre ellas); niñas a las que  les enseñaron a pensar y a preguntar.  “Sus  padres fueron absolutamente visionarios y  entendieron pronto que la mujer debía tener un rol distinto al de quedarse en casa. Es así como, desde muy niña, ella acompañaba a su padre a las reuniones en la Plaza (fue alcalde de Palmira) y aprendió el gusto por lo público”, recuerda Patricia.   No obstante, su gran impulsora, recuerda Pinzón, fue Rosita Cadavid, una mujer que se empeñó con obstinación en que cada una de sus hijas estudiara, pues solo así lograrían la independencia. Gracias a esa terquedad fue que Esperanza llegó a la Universidad del Cauca a matricularse en la carrera de Derecho, cuando en sus planes solo aparecía la idea de seguir si acaso estudios de secretariado. Luego de sufrir desplantes de muchos compañeros, de pelear por notas justas pues sus profesores no veían con buenos ojos que una mujer obtuviera un 5 como calificación, de soportar los reproches de algunos familiares en Popayán que no consideraban conveniente que una mujer pasara tanto tiempo rodeada de hombres, Esmeralda no solo fue la primera abogada egresada de esa facultad, sino que continuó  sus estudios en Estados Unidos;  se especializó en Justicia para Menores.  Sería en 1947, tras su regreso al país y su matrimonio con Samuel Uribe, que Esmeralda  ejercería su carrera en una oficina de abogados al lado de Juan Francisco Mujica y Fernando Charry Larry, una vez más emprendiendo un camino novedoso para una mujer: el de litigante. Pero sería la política la que colmaría por completo sus aspiraciones de servirle al país. “La política la llevaba en la venas, proveniente de ancestros liberales, ella veía en la política la oportunidad de hacer aportes importantes a la comunidad”, anota Pinzón. Y qué mejor forma de hacerlo que a través del voto femenino.  “Cuando empezó la Asamblea Constituyente de Rojas se constituyó un grupo de mujeres que hicieron presión por el voto. Esmeralda y  Josefina Valencia de Hubach recogieron 3.500 firmas de mujeres de todo el país que querían el voto. Entonces pidieron poder estar en la Asamblea. La primera en entrar fue Josefina Valencia de Hubach, como representante del Partido Conservador. Luego entraría Esmeralda Arboleda quien, tras pedir el apoyo a Alfonso López Pumarejo pues ya el gobierno de Rojas Pinilla estaba siendo cuestionado, representó al Partido Liberal”, recuerda Pinzón. A ese triunfo, al de otorgarnos a las mujeres la posibilidad de elegir y ser elegidas, a ser ciudadanas con plenos derechos, Esmeralda sumó otros logros. Fue la primera colombiana en convertirse en Senadora de República, en 1961, y la segunda mujer en ocupar un Ministerio, el de Comunicaciones. “Cuando Esmeralda llegó al Senado  preparó un proyecto de ley sobre la igualdad de la mujeres pues aún  había muchos límites a su participación en la vida civil.  Se trataba de  asegurar la igualdad de derechos. Por ejemplo,  para salir del país una mujer casada necesitaba el permiso de su marido. Aunque el proyecto  de ley que  parecía aprobarse,  encontró la oposición de la Iglesia por la  implicación en la abolición de la sujeción de la mujer al marido (aún  regía el Concordato), sin duda sus aportes fueron fundamentales para los derechos que posteriormente obtuvimos las mujeres”, dice Pinzón.  Derechos que hoy nos parecen tan elementales como el de planificar o el tener acceso a la seguridad social, pero que, aunque suene absurdo, no siempre tuvimos.

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