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La francotiradora de la Policía que vigila Cali durante los Juegos Mundiales

Una mujer policía del equipo de Tiradores de Alta Precisión, TAP, que en estos momentos vela por la seguridad en los World Games, cuenta sus vivencias. Puntería certera.

2 de agosto de 2013 Por: Meryt Montiel Lugo | Editora de Domingo de El País.

Una mujer policía del equipo de Tiradores de Alta Precisión, TAP, que en estos momentos vela por la seguridad en los World Games, cuenta sus vivencias. Puntería certera.

Su jefe, el coronel Javier Navarro Ortiz, comandante del Gaula de la Policía Valle lo confirma: ella, por supuesto, está haciendo parte del equipo de Tiradores de Alta Precisión, TAP, que vela por la seguridad de la ciudad en los Juegos Mundiales.Así como lo hizo en la pasada Cumbre del Pacífico. O como participa cada vez que viene el Presidente de la República a Cali o en cada gran evento en el que se necesite brindar los más altos niveles de seguridad. Pocos intuyen que esta mujer pequeña de 1,61 m, de castaña cabellera, de 55 kilos y con facciones de reina es una de las mejores de Colombia cuando se trata de combatir el crimen, porque donde pone el ojo, pone la bala. Jackeline*, leticiana de 26 años, es arriesgada, valiente, con mucha capacidad e idoneidad para hacer la labor de francotiro de alta precisión, como la describe el coronel Navarro. Por eso se ha ganado la admiración de sus compañeros del Gaula que la califican como una “berraca”.La Nikita criollaHija de un uniformado, no fue extraño que esta bachiller técnico en sistemas quisiera también ingresar a la Policía Nacional. Temía que por su baja estatura no fuera aceptada, pero sus buenas pruebas, sus notas sobresalientes, sus habilidades físicas y mentales le bastaron no solo para el ingreso a la institución sino para hacer parte del Gaula, dependencia especializada en la lucha contra el secuestro y la extorsión.El curso para convertirse en francotirador duró un año. Sin contemplaciones de ninguna clase por el hecho de ser mujer, tuvo que aprender desde lo básico: manejar su fusil AR-10 (que, con munición, le pesa más de cinco kilos). Pero, además, a resistir como cualquiera de sus compañeros varones: al sol, al agua, al frío, a los zancudos, a aguantar hambre, “porque hay zonas en donde no hay cómo probar bocado en todo el día”. Aprendió a camuflarse (si está en una misión en medio de la arena vestirse de café; o a lucir de negro, verde según el caso); a lanzarse de un helicóptero con ayuda de una soga; a resistir muchos minutos en el agua; a permanecer, con su rifle en mano, inmóvil durante largo tiempo y a saber trabajar con él bajo el viento o la humedad, porque estos fenómenos, al igual que el control de su propia respiración, influyen en el disparo.Incluso tuvo que aprender a manejar “los hostigamientos de los instructores que lo patean a uno, le echan tierra, humo, tratan de desesperarlo como lo harían los delincuentes, para que uno viva el momento como si lo estuviéramos padeciendo realmente”. En seis años de experiencia ha participado en por lo menos quince operativos de rescate a secuestrados, “todos positivos y sin sufrir ninguna herida, gracias a Dios”. El más complicado de estos operativos, recuerda, fue uno cerca a Medellín, en una finca, en un lugar muy poco poblado. “Tocó llegar en helicóptero, inmediatamente que empezamos a descender los delincuentes comenzaron a disparar. Bombardeamos para tener la posibilidad de bajarnos de la aeronave, sabíamos, por inteligencia previa, que el objetivo (secuestrado) no corría peligro. Íbamos 40 o 50 agentes, entre ellos, cuatro francotiradores, cada uno con su respectivo observador (que es el compañero que está muy pegado a ella y carga el visor de distancia y le va indicando a cuántos metros se encuentra el objetivo, para que ella haga un disparo certero)”.Cada uno sabe lo que tiene que hacer y ocupa su lugar. *Jackeline, como francotirador, es una de las encargadas de resguardar la seguridad de los compañeros que entran a rescatar al secuestrado, por ejemplo, y también al momento de salir. “El secuestrado estaba en una cueva, era un hueco tapado con tablas y un trapo viejo, donde le tiraban la comida. El señor, que había sido raptado por las Farc hacía cuatro meses, estaba en los huesos, barbado, olía horrible, aunque era joven se veía viejo, todo por el estado infrahumano en el que se encontraba”.Mirar la cara de alegría de los plagiados, especialmente cuando son niños, y de sus familias, es la gratificación más grande para *Jackeline, la recompensa a sus sacrificios.No es disparar a la locaJackeline* en seis años de experiencia como francotirador ha dado de baja a dos delincuentes. Parecería un número ínfimo, comparado con las misiones en las que ha participado.Pero es que el objetivo, como lo explica la joven policía, no es necesariamente dar de baja al criminal, sino reducirlo. Si el delincuente está corriendo porque le disparó a alguien, le apunta a las piernas y si sostiene un arma, le dispara a las manos. Eso sí, si el bandido, por ejemplo, tiene como rehén a otra persona y está amenazando con matarla, le apunta en la frente, pues en ese punto sabe con certeza que va a caer. Todo, bajo la orden del superior que esté al mando, porque como aduce esta esposa de un agente de policía, “uno no se puede poner a disparar a la loca, porque no sabe si le puede pasar algo a la víctima. Ya después de que se coordina y a mí me dicen ‘halcón, efectuar el disparo’ ahí es cuando entro a disparar. Por eso, uno tiene que ser muy preciso”.Otros rolesSi no está en operativos, esta policía de ademanes suaves y muy femeninos, que luce sus uñas decoradas y en orden su cabellera recogida con una moña, permanece en las oficinas del Gaula adelantando labores investigativas de secuestro y extorsión. Va a la Fiscalía, diligencia órdenes de captura, atiende a personas que tienen un familiar secuestrado o están siendo víctimas de alguna amenaza o ‘vacuna’. Durante la semana se mantiene en operativos por delitos de extorsión en Cali o en los municipios aledaños, pero ya no como francotirador. Lleva al cinto una pistola con la que también es muy hábil. Pero por su efectividad como ‘francotiro’ la rotan constantemente. Es así como ha sido llamada a colaborar en los Gaulas de Medellín, Bogotá, Pereira y últimamente en Cali. Ama su oficio, de ahí que gustosa se capacita constantemente. No niega que llega a sentir miedo en los primeros minutos de cada misión, pero su sentido del deber se antepone al temor. “Uno no mide riesgos, solo tiene ganas de ir por ese secuestrado como si fuera un familiar, porque todo lo hacemos con mucha entrega y pasión”. *Nombre cambiado por petición de la fuente

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