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La cultura y el deporte, otra ofensiva contra la violencia en Cali

No sólo con policías se intenta plantarle cara a la violencia en Cali. En zonas tildadas como ‘rojas’ hay muchachos que gambetean a las pandillas con el fútbol, niños que silencian balas con un tambor, desplazadas que con el teatro curan las heridas de la guerra. ¿La utopía de la cultura y el deporte como transformadores de una sociedad se está haciendo realidad?

10 de julio de 2011 Por: Elpais.com.co I Santiago Cruz Hoyos

No sólo con policías se intenta plantarle cara a la violencia en Cali. En zonas tildadas como ‘rojas’ hay muchachos que gambetean a las pandillas con el fútbol, niños que silencian balas con un tambor, desplazadas que con el teatro curan las heridas de la guerra. ¿La utopía de la cultura y el deporte como transformadores de una sociedad se está haciendo realidad?

El canto de YolandaLa mujer, sentada en una silla de madera del teatro La Máscara, empieza a cantar: Soy una mujer de buen corazón/ la suerte me ha azotado, no puedo superar/ siguiendo la historia del desplazamiento, Dios mío, Dios mío, no voy a aguantar./ Es jueves en la tarde y afuera del teatro, ubicado en el barrio San Antonio, hay barullo: perros que ladran, alarmas de carros que se disparan, gente que habla.La voz de la mujer, sin embargo, se impone a ese caos urbano, lo deja en segundo plano. Lo que se escucha en realidad es su canto. Sigue, a capela. No sé por qué en la vida no existe la igualdad/ los grandes doctores no hacen más que humillar/ a los pobres campesinos que llegan a la ciudad, huyendo de la violencia en busca de la paz/...La canción, informa, se llama ‘El dolor del desplazamiento’ y la compuso ella, Yolanda, a secas, sin apellidos para evitarse líos. Yolanda es cantadora. Así les dicen a las mujeres que interpretan la música tradicional de su tierra. Ella es del municipio de Santa Bárbara de Iscuandé, departamento de Nariño. De allá se vino para Cali con sus cinco hijos. La historia de ese desplazamiento es repetida en este país: le mataron al esposo. ¿Quién lo hizo? “Los grupos armados”. Es mejor dejarlo así. Yolanda habla del dolor que deja la guerra muy adentro del cuerpo. Dice que está comprobado que de eso nadie se muere. Pero enflaquece, eso sí. Ahora levanta su meñique y explica que así, tan delgada como ese dedo, se puso cuando se encontró en esta ciudad despojada de tajo de su marido, sus paisanos, su parcela, sus cultivos, su forma de vida. Tan flaca, agrega, que ella que es una afro robusta, hasta los huesos le llegaron a tallar. Enseguida narra historias de días de hambre. De caminatas de más de cuatro horas por Cali buscando cómo conseguir comida para sus niños. De llantos. De canciones que ella compone para narrar todo ese drama. Esas historias, sin embargo, cambiaron en parte gracias al teatro y a un movimiento artístico y deportivo silencioso que intenta contrarrestar la violencia que se padece en Cali. Es el otro Plan Choque del que pocos hablan. Yolanda, por ejemplo, es integrante del grupo Aves del Paraíso, del teatro La Máscara. Se trata de un proyecto artístico en el que se intenta mitigar el dolor que genera la guerra en las mujeres desplazadas.Esa reducción del dolor se logra representando en las tablas esas historias de violencia que padecieron. El teatro – habla ahora la dramaturga de La Máscara Pilar Restrepo Mejía – permite identificarse con una realidad, y, a la vez, permite un alejamiento de la misma. “Contar historias es una manera de reconstruir la propia realidad actual, y, a veces, de sanar dolores profundos. Las mujeres desplazadas arrastran un pasado traumático del cual a menudo no se atreven a hablar. El teatro les permite aflorar estas historias, para transformarlas creativamente a través de un acompañamiento pedagógico que facilita el distanciamiento de las experiencias más dolorosas, e incluso, de las más inconscientes”.El teatro, agrega Pilar, es un instrumento privilegiado de reparación. Hace pensar sobre lo que nos pasó, por un lado, y también es una fuente de placer, de juego, de diversión. Además, ofrece una oportunidad espléndida para cambiar el imaginario de esta ciudad. Allá afuera, en la calle, explica Yolanda, el desplazado es sinónimo de delincuente y eso duele y cierra puertas. Que un grupo de desplazadas hagan teatro cambia la mirada de la sociedad. Siguen con el rótulo de desterrados, sí, pero son respetados gracias al arte. Yolanda quiere consolidarse como artista. Sospecha que no le alcanzará el tiempo, que empezó a aprender muy tarde los secretos de la actuación. Pero cuatro de sus hijos le están siguiendo los pasos, son actores en potencia. Si ellos cumplen su sueño de llegar a las tablas como profesionales, dice, será como si ella misma lo hubiera logrado. Es el teatro funcionando como proyecto de vida para las víctimas del conflicto. II El otro Plan ChoqueLa noticia se leyó hace casi un mes: 1.400 efectivos de la policía llegaron a Cali para contrarrestar la violencia. La misión principal de los agentes es una sola: reducir los índices de homicidios en una ciudad en la que en los primeros cinco meses de 2011 mataron a 772 personas, casi cinco asesinatos cada día.Los Coroneles hablaban por radio, prensa y televisión de un Plan Choque: retenes en las principales vías de la ciudad, redadas en calles consideradas como ‘ollas’, operativos de inteligencia para cazar a bandidos y sicarios. En Cali, sin embargo, se ha venido desarrollando otro Plan Choque que intenta frenar la violencia no desde la fuerza, sino desde la cultura y el deporte. Es un plan puesto en marcha desde zonas tildadas como 'rojas', liderado por héroes callados que creen en la utopía del arte y el deporte como transformadores de una sociedad.Entonces, le apuestan al teatro para sanar las heridas de la guerra, salvar vidas como la de Yolanda; o a la música y los tambores, para que en Siloé se formen ciudadanos disciplinados; o al fútbol, para generar convivencia en el que dicen, es uno de los barrios más violentos de Cali, y tal vez de Colombia: El Retiro. III El golazoEl profe Geovanny Celorio cuenta que en El Retiro, Comuna 18 de Cali, detectó que habían muchachos que no se podían ver.El problema, a veces, era de territorio. Si por ejemplo uno de los jugadores vivía en la calle dominada por la pandilla Los Paperos, eso lo convertía en rival de otro que vivía, supongamos, en la calle dominada por la pandilla La Ocho. A esos muchachos, entonces, el profe los juntó en un mismo equipo, los puso a jugar fútbol. Cada pase entre el uno y el otro, acortaba las diferencias. Cada gol que celebraban juntos les mostraba lo estúpido de ser enemigos sin motivo. Después de muchos minutos de fútbol, apareció, en varios casos, la amistad.Es miércoles en la tarde, ya hay gallos que cantan en el barrio y el profe Celorio está en la única cancha de fútbol de El Retiro. En el campo hay varios grupos de niños, niñas y jóvenes que hacen parte de Golazo, un proyecto de la Fundación Carvajal que inició en el 2009 y que tiene dos propósitos: mejorar la convivencia en El Retiro y la zona de ladera, y que los muchachos ocupen su tiempo libre en el deporte y no en las esquinas en donde los seducen los vicios y las pandillas. Jairo Ramírez es asesor social y psicólogo de Golazo. Explica que este barrio es estrato 1, los hogares son sostenidos por madres solteras con ingresos mensuales promedio de $300.000, y los jóvenes han crecido relacionándose de una manera violenta. Golazo llegó para apostarle, justamente, a construir lazos pacíficos a través del deporte. Son, en total, 500 muchachos los que hacen parte del proyecto. Jairo dice que faltaría a la verdad si asegura que con la idea de involucrarlos en el fútbol se ha reducido la violencia en el barrio. Hace unos días, cuenta, hubo una balacera en la cancha que no tenía nada que ver con los integrantes de Golazo, pero que demuestra lo que sospecha desde hace tiempo: el conflicto entre pandillas se ha enardecido en los últimos dos meses; quien sabe por qué.De lo que sí está seguro Jairo es que los muchachos que hacen parte del proyecto están concentrados en el fútbol y eso permite que se blinden de alguna forma ante esa violencia que a veces se desata en El Retiro. “Ninguno de los jóvenes que integran Golazo han desertado para irse a una pandilla”, cuenta.Enseguida agrega: “Hay que entender, sin embargo, que los proyectos sociales por sí solos no van a acabar con un fenómeno como el de la violencia de esta ciudad”. Mariluz Zuluaga, secretaria de Bienestar Social de Cali, asegura que desde su dependencia se invierten al año unos $650 millones en programas dirigidos a prevenir conflictos en las comunas de alto riesgo de Cali. Pero esos recursos, dice, siempre serán escasos. “Hay que advertir en todo caso que lo que hacemos genera un impacto muy positivo dentro de los territorios. Los ejemplos se han visto a través de ejemplos de vida particulares”.Carlos Rojas, secretario de cultura de Cali, explica que cada iniciativa de su oficina, desde el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, hasta el plan de lectura en la escuela más alejada de la ciudad, tienen un objetivo orientado a fortalecer vínculos en el tejido social comunitario, promover la sana convivencia de una ciudad. ¿Por qué, entonces, si desde su Secretaría se invierten aproximadamente $25.0000 millones en estas iniciativas, la ciudad sigue cercada por la violencia?Rojas sabe que el problema de la violencia no es nuevo en Cali, es histórico. Y hay factores determinantes que lo agravan: un imaginario en la ciudadanía que la empuja a tramitar conflictos por la vía de la fuerza; el consumo de drogas y la gran cantidad de armas que están circulando en el mercado de manera ilegal. Y por último, que los programas enfocados en prevenir la violencia, por lo menos desde el Estado, son de corto plazo. “Llevo 20 años metido en esto y aquí se inventan un programa, otro programa, otro programa, mientras que el problema de la violencia es generacional. Yo no veo con claridad, exceptuando los realizados con las pandillas y con las barras bravas, programas debidamente estructurados que intervengan el problema de las violencias manifiestas en Cali”, dice. Lo que sí es cierto es que esos proyectos tanto privados como estatales están salvando vidas como las de estos muchachos que patean una y otra vez al arco en El Retiro. David Montaño, 15 años, dice que Golazo lo disciplinó, lo sacó “de andar la calle”, y hasta le abrió un nuevo sueño: ser delantero del Cali: Diego Fernando Mosquera, piensa que, por qué no, un día podría llegar a jugar en el Chelsea. “Sabe qué: yo con el fútbol voy a llegar a ser alguien en la vida”. El poder del tamborLa historia se repite en Siloé. La Fundación Sidoc financia la Orquesta de Tambores y Marimbas, integrada por casi cien niños de la montaña que tocan cada semana con instrumentos reciclables. La idea con la Orquesta, explica Héctor Tascón, uno de los profesores de música, es aprovechar en la zona una tradición: la percusión. De Siloé, desde hace décadas, han bajado muchachos disfrazados de ‘diablitos’ tocando el tambor y la marimba, enseñándole música tradicional a la ciudad. Esa pasión por ese tipo de sonoridad es lo que se quiere fomentar con la Orquesta, para, además, desarrollar en los niños competencias sociales, disciplinarlos para la vida, fortalecerles la autoestima a través del elogio, abrirles una visión diferente del mundo. Y, quizá, que se generen oportunidades de trabajo en un futuro para los que se decidan por la música. Los niños, por ahora, dicen que no se ven de grandes con un instrumento. Nicolás Cataño Sinisterra, 12 años, quiere ser futbolistal; Sebastián García Pineda, 10 años, quiere ser astronauta para conocer la luna; Juan Sebastián Micolta sueña con ser profesor. Lo que sí aseguran es que la música les gusta, los entretiene en su tiempo libre, llenó de orgullo a sus familias y esos sueños que cuentan han aparecido ahí, en medio del toque del tambor. La música les ha abierto el panorama del futuro, y además ha fortalecido entre ellos amistades. Ahora, en el Nuevo Mirador de Siloé, tocan. Se preparan porque el Alcalde de la ciudad, Jorge Iván Ospina, les prometió que se presentarán en la próxima edición del Festival Petronio Álvaréz. Ellos, los niños, no se dan por enterados mientras golpean una y otra vez el tambor, pero aquí ese instrumento, así sea reciclado, suena más duro que las balas, las silencian.

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