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Jenny, la campeona que rehabilita su corazón a pedazos

Jenny Lorena Gantiva quedó en discapacidad tras una cirugía. Hoy busca recuperar a sus hijas, a las que perdió contra su voluntad.

12 de enero de 2017 Por: Alda Mera | Reportera de El País

Jenny Lorena Gantiva quedó en discapacidad tras una cirugía. Hoy busca recuperar a sus hijas, a las que perdió contra su voluntad.

Jenny Lorena Gantiva Castaño es una campeona. Mas que  por las medallas ganadas en lanzamiento de jabalina, bala y disco en campeonatos para personas en condición de discapacidad, ella es   una triunfadora salvando obstáculos de la vida.

Su vida era normal, hasta el 13 de octubre de 2010 que ingresó por un intenso dolor a su EPS, Comfenalco.  Luego de dos días en urgencias, perdió el conocimiento y le hicieron una cirugía “exploratoria”, pero cayó en coma y  salió entubada a la UCI. Allí    adquirió una bacteria con un poder tan  destructivo, que la sangre dejó de circular por sus extremidades y   empezó a necropsar (descomponer) los dedos.  Para evitar el avance a otros  tejidos,  los médicos decidieron amputar una  pierna, luego,  la otra. Todo sin que ella estuviera consciente.

Le iban a amputar las manos, cuando  el médico Lucio Guzmán, de la Fundación Ideal Julio H. Calonje,   sugirió hacerle incisiones para drenar la sangre dañada. Así le salvó las manos, aunque perdió algunos dedos. 

Su familia  vivió una odisea autorizando las amputaciones “para salvarle la vida”, sin saber cómo reaccionaría al despertar. Una médica de la EPS le aconsejó a Adiela Castaño, su mamá: “mejor déjela morir, para qué lucha por su vida,  ella solo  va a ser una carga para usted”.

Cuando volvió en sí, era otra persona. La Fundación Ideal, donde realizó su proceso de rehabilitación,  se volvió su segundo hogar. Allí recuperó la memoria porque olvidó hasta su nombre. En la terapia física, con el especialista Julio Zapata, Jenny   debió empezar por  gatear,   pasar a  silla de ruedas, luego, con sus prótesis, al caminador, luego a andar con  dos bastones, después con uno y un día le dijo:“Vaya, déle la vuelta a la manzana”. La fisioterapeuta Jazmín Jiménez, le enseñó a vestirse, peinarse, escribir y hasta a coger la cuchara.

Jenny volvió a ser una persona funcional como antes,   autosuficiente y deportista consagrada. Demandó a la EPS por daños y perjuicios, pero denuncia que esta no le facilita la historia clínica completa:  seis veces se la ha entregado sin los días del 15 al 25 de octubre de 2010, lapso en  el cual estuvo en coma y sufrió  las amputaciones. El País contactó a Comfenalco hace una semana a través de la Oficina de Comunicaciones, pero la entidad no dio respuesta.  

A sus  38 años, esta caleña sonríe feliz, en su rostro no hay expresión  de amargura. No era la primera vez que sufría una pérdida. Ya alguien le había arrancado dos pedazos de su corazón.

Cuando Jenny se enamoró de Pedro Mojarrango,  cabo primero del Ejército, ella estaba en bachillerato. Se fueron a vivir en unión libre, nació Valeria Alejandra, y  dos años despupés, Camila. 

Todo parecía normal hasta que Pedro la convenció de irse a  Estados Unidos, donde vivía la mamá de él, Baldemira Cortés. “El 23 de diciembre del año 2000,  él llegó,  fue a la tienda. Habíamos  discutido porque lo había visto con otra mujer.  Incluso, sin que él supiera, fui al DAS e hice revocar los permisos de salida de las niñas, que él me hizo firmar porque supuestamente era necesario para tramitar las visas.  Esa noche nos trajo  Alpinet,  no le recibí, pero luego me antojé y fui a traer  el mío, pero él se adelantó: ‘No, yo se lo traigo’. Me lo dio    mezclado, me lo comí  y luego sentí náuseas, las piernas me flaqueaban. Él me decía que me relajara y me llevó cargada a la cama, pero como él no se acostaba, fui  teniéndome de las paredes y lo vi  haciendo maletas. Le pregunté qué hacía, me dijo que solo miraba los regalos de las niñas. Me llevó de nuevo a la cama, me hizo un masaje y me dio una pastilla”, recuerda Jenny.

Un timbre que parecía  reventar la despertó. Era casi la 1:00 p.m. Era su  mamá que preguntaba qué pasaba, porqué no contestaba el teléfono –que Pedro  dejó  descolgado– y dónde estaban las niñas. Jenny intentó bajar a abrirle la puerta, pero se mareó al ver las escaleras. La dueña de casa le abrió. Su mamá subió, no entendía nada, abrió el clóset y soltó la frase de lo que ya presentía:

 –“Ese hp. se robó las niñas”–vociferó.  Jenny se desmayó.

Despertó a las 5:00 p.m. en el centro de salud de El Rodeo. Allí  le prestaron los primeros auxilios, pero como  era 24 de diciembre y  había  huelga, no le hicieron exámenes para saber qué tenía. Su mamá había llamado al Gaula, y un capitán Zapata les colaboró  buscando a las niñas, sin resultados.  

[[nid:608937;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2017/01/jenny-lorena-gantiva--1.jpg;left;{Algunas de las medallas que Jenny Gantiva ha ganado como deportista en discapacidad.Foto: Oswaldo Páez | El País}]]

Corrieron al Bonilla Aragón, pero en Inmigración no les daban razón. “Había dos funcionarios ya  tomaditos; le insistí  al principal: ¿No recuerda viajeros de apellidos tan poco comunes como Mojarrango Gantiva?”.  ‘No, esos apellidos no los he escuchado por acᒠdecía”, recuerda Jenny. 

El capitán  Zapata le pidió el libro de registro de salidas. Aparecían   Valeria Alejandra  y Camila Mojarrango Gantiva, Pedro Mojarrango Cortés  y su hermano Jimmy Mojarrango Cortés.

El funcionario recuperó la memoria: “Ahhh sí,  ellos  salieron hacia Estados Unidos” y contó que intentaron  confirmar con la mamá de las niñas, pero Pedro los disuadió: “No, no la llamen que ella vive en Aguablanca y no tiene  teléfono”.

Jenny  quiso denunciar que había sido engañada y drogada por él, pero por ser  Navidad  no había atención. El 26 la Fiscalía le dio la orden para ir a Medicina Legal para examinar el empaque del Alpinet, el vaso de agua con el que le dio la pastilla y un   examen de sangre, que le practicaron el 27, cuatro días después, por lo que los resultados no arrojaron evidencia.

Entre la  desilusión, la impotencia y  ese mar de emociones, quiso recuperar al menos contacto con sus hijas. Acudió a  Bienestar Familiar, que no podía actuar por fuera de su jurisdicción (Estados Unidos). Demandó a Pedro por secuestro simple, pero perdió porque firmó los permisos de salida. Demandó al DAS por no hacer efectiva la revocatoria de los permisos de salida, pero tampoco prosperó. 

Su angustia crecía, al punto  que un allegado a  los Mojarrango le facilitó el teléfono de ellos en Miami y pudo  hablar con  sus hijas. Pero eran muy pequeñas para explicarles hechos tan inexplicables como esa abrupta separación  en su  más tierna  infancia.

Escribió a la primera dama del país, Nohra de Pastrana,  pero no respondió. Una abogada la contactó con  una agente de policía   dispuesta  a colaborar en Miami, pero pedía una orden de detención de la Fiscalía de Colombia, pero esta no la expidió. “La agente Sandra –parecía latina porque hablaba bien español–se metió tanto en la película que cada que la llamaba, lloraba conmigo”, cuenta Jenny.

Los Mojarrango cambiaron de casa y  volvió a perder el rastro de sus hijas, que crecían lejos de ella. “Un día Baldemira me  llamó  y ya quedé a merced de cuando ellos quisieran o les provocara llamar, pero sentía siempre a alguien al lado de las niñas  vigilando la conversación. Si preguntaban: ‘¿Mamá, por qué no estás aquí?’’, ‘¿Por qué no vienes?’, se caía la llamada.

Cada año, Baldemira venía a  visitar a otros familiares en Cali. Siempre negó saber algo del viaje: “Pedro  cayó de sorpresa allá con las niñas”, decía. Pese a todo, ella era su único enlace para tener razón de sus hijas,  una foto, un detalle. Y enviarles su regalito. 

Fueron años difíciles, hasta que la mayor, Valeria Alejandra, comenzó a hacerle preguntas. La joven, hoy de 19 años, dice que  un primo le contó que oyó que su abuela Baldemira le decía a alguien que había venido a Cali por una semana a tramitar unos papeles.

Valeria, de 15 años entonces,  quiso saber más de su salida de Colombia, qué hacía su mamá esa Navidad. Jenny le decía: “pregúntale a tu papá, por teléfono no te lo puedo decir, el día que nos encontremos te cuento la verdad”.

Pero en 2010 la familia de Jenny llamó a los Mojarrango para contarles que  ella estaba  desahuciada y dejar venir a las niñas a ver a su mamá  en su lecho de muerte. “Nunca llegaron, ni eso les conmovió el corazón, pensé que con mi discapacidad este hombre iba a cambiar, pero tampoco”, dice Jenny, que se quiebra ante tanta indolencia.

Valeria tuvo que esperar a cumplir 18 años para  reencontrarse con su madre. Pero su padre le escondió  la residencia –documento que constata que vive en Estados Unidos– para impedirle el viaje. Entonces madre e hija debieron esperar hasta que Jenny ahorró US$500  para que pudiera tramitar la nueva residencia y  pudiera viajar a Cali. “Él no quería que ella viniera y conociera la verdad”, comenta Jenny.

En mayo de 2015 se dio el anhelado reencuentro de madre e hija y esperan que Camila cumpla 18 años en marzo, para repetir el proceso de  reencuentro.

Valeria  nunca le preguntó a su papá el porqué las separó de su madre. “Sé que me va a ignorar, va a cambiar de tema y se va a ir sin decir nada. No me voy a desgastar en eso”, dice, y confiesa que ella y su hermana no son apegadas a su padre, que no las deja salir ni tener celular ni computador: “La relación con él no es ni cariñosa ni amorosa, es porque toca”, comenta.

“¿Por qué lo hiciste?”  le pregunta Jenny a Pedro aún. Y él responde: ‘Por el bien de las tres (ella y las  niñas)’. “No, pues, muchas gracias. Sigo en el limbo sin entender qué significa eso”, dice esta triunfadora que recuperó su movilidad física y se hizo campeona y lleva en alto el nombre del Valle del Cauca en competencias de atletismo para personas con discapacidad, como sino le hubiese ocurrido la tragedia de las amputaciones de sus extremidades. Incluso, participó en la pasarela de inclusión que organizó el diseñador Guío Domínguez. Ahora lucha por rescatar los dos pedazos de su corazón que le fueron ‘amputados’ hace 17 años, intentando ganarle a la otra tragedia de su vida.

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