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Janer Tafur, el caleño que se convirtió en lazarillo de 'runners'

El ‘profe’ Janer tiene a cargo 150 niños del Instituto de Niños Ciegos y Sordos. Esta es su historia.

21 de julio de 2016 Por: Isabel Peláez | Reportera de El País

El ‘profe’ Janer tiene a cargo 150 niños del Instituto de Niños Ciegos y Sordos. Esta es su historia.

Nelson Emanuel  Caicedo Villegas es un caleño de  9 años. Al nacer fue diagnosticado como “completamente ciego”.  Acaba de competir en la carrera 5kHíbrida de Juancho Correlón. Aferrado al brazo musculoso de su lazarillo, su profesor de deportes del Instituto de Niños Ciegos y Sordos, Janer Tafur Pérez, subió y bajó el cerro cercano al centro comercial Chipichape en una hora y media. El ‘profe’ Janer,  quien  tiene a cargo 150 niños del Instituto de Niños Ciegos y Sordos, a quienes les da, a diario,  clases de deportes,  en grupos de 5 hasta 18 integrantes, dice que  en la carrera  Emanuel le dio una lección de  perseverancia. “Antes de empezar la falda pensé en devolverme. Más  por su mamá:  no quería meterme en problemas con ella. Yo decía, Dios mío, ¿Me devuelvo? y le preguntaba al niño ¿Quieres agua? Te cargo a tun tun? Y él que no. Cuando los coordinadores  le preguntaron  si quería seguir cuesta arriba, porque otros participantes (con todas sus capacidades) se vieron en dificultades para continuar, él gritó: ¡Vamos para arriba!”. “El año pasado era una carrera  en plano. Yo creí que esta iba a ser  así y cuando menos pienso sentí que empezamos a subir y a subir. Pero nunca  pensé en devolverme”, cuenta el pequeño que usó gafas oscuras para suavizar el impacto de la luz en sus ojos.  “Me prendí de la mano de Janer. Me sentí valiente al subir la montaña. Vi a una señora que casi se ahoga, se caía mucho”, dice Nelson Emanuel, que hace poco  empezó  a percibir formas y  colores difusos.  “Cuando bajaba  pensaba que era un tobogán, quería sentarme, tomar impulso y tirarme de allí para abajo, volando ¡En serio!”, detalla, como si repitiéndolo se viera a sí mismo cumpliendo su hazaña. De varias formas lo hace.  

‘Ema’, como le llaman  de cariño,   dice que Janer “es un buen profesor, lo quiero mucho, me ha enseñado a nadar, a correr, a jugar fútbol, igual que mi papá”. 

En la carrera tambiuén compitieron otros pupilos de Janer; un niño con síndrome de down leve,  otro pequeño  invidente y una niña sorda: Santiago Taborda, Nef y  Stephany. Esta última fue una de las primeras en llegar, entre los niños que participaron  en la 5K;  tardó 1 hora y 15 minutos.   A Janer lo contrataron, hace dos años,  de la  Secretaría de Deportes para  este proyecto que administra el Centro de Recreación Popular. “Entreno a  niños con cáncer, ciegos, sordos, con   hemiparesia  (consecuencia de una lesión cerebral, producida por  falta de oxígeno en el cerebro), pero nunca me imaginé encontrarme  un niño ciego y sordo al tiempo como  Brayan Steven Tenorio Rodríguez,  que además es   desplazado por la violencia y su padre  fue asesinado. Su familia vino  de Tumaco,  la Eps los trajo con engaños y cuando llegaron les quitaron el albergue, el transporte y han vivido en casas de amigos”. Brayan ha participado  con Emanuel en varias maratones y el pasado domingo iba a acompañarlo, pero no llegó porque se le complicó un tumor cancerígeno que tiene en la cabeza. “Estaba en el HUV en Oncología y lo sacaron por no tener $6 millones para los exámenes. La Eps  está demandada, pero no quiere cubrir eso”, dice Janer. El otro ídolo de Emanuel  Además de Janer, ‘Ema’ tiene otro ídolo, su papá. Ese del que ha heredado su independencia y realismo descarnado. Ese que le dice a su esposa: “Deje al niño solo, suéltelo Mayerly que él puede”.  “Con él mantengo jugando, se llama Nelson Caicedo Manrique y mi mamá Mayerly Villegas Ramírez. Mi papá es el que hace oficio, él trabaja, mi mamá no, pero me cuida”, dice el chico. A su mamá  no la imagina físicamente, mas bien  la describe en una palabra: “Temerosa”. Ella asiente con la cabeza: “’Ema’ es muy arriesgado, yo lo freno mucho, porque si por él  fuera andaría solo en la calle. Cuando me di cuenta de que iba a correr en una  loma, dije ‘yo no subo al niño’, no soy capaz de tomar esos riesgos,  pero le agradezco   a Janer que haya subido con él al cerro.  Que  ‘Ema’ le insistiera ¡Subamos!, me llena de orgullo. La  limitación la pone  uno”. La madre  se apresta a contar la historia clínica de su hijo: “Todo el embarazo fue  normal hasta que Emanuel  nació”... y el niño la interrumpe: “¡Yo sé bien esa historia! Lo malo es que uno no se acuerda de cuando es bebé, mi mamá  me ha contado que  nací con los ojos cerrados, y que me llevaron para el Valle del Lilí y allá me dieron el  diagnóstico que soy ‘ciego, ciego’. Mi mamá  se asustó porque yo miraba mucho para el techo y cuando  tenía  seis meses  salí viendo dizque luz y cuando  tenía  2 años vi colores”. Su mamá explica que en el primer diagnóstico “Emanuel resultó con un glaucoma:  la anomalía de Peters  (un error congénito en el desarrollo del globo ocular que ocurre entre las semanas 10 a 16 de gestación); la presión del ojo fue tan alta  desde el segundo mes de gestación  que la parte de adelante se   quedó adherida”. Ahora, cuenta ella, “alcanza a ver sombras, objetos, distingue colores”. “Pero muy, muy de cerca”, advierte él, mientras se pega al celular para “ver” una selfie que se tomó. “Lo último que nos dijo la oftalmóloga que lo ha visto desde bebé es que está leyendo algunas cosas, a través de  aplicaciones en la  tablet. Ella no se explica cómo está haciendo para leer algunas letras, si el ojito en toda la parte de adelante está mal formado”. Por lo pronto, ‘Ema’ saldrá del Instituto de Niños Ciegos y Sordos para entrar a tercero de primaria a un colegio inclusivo. Ya tuvo su primer encuentro con sus compañeros y les demostró que, contrario a lo que  creen,  camina,  corre, lee,  juega y escribe, “puedo hacer todo eso”, dice y suelta su risa contagiosa.  Y así, de la risa de repente pasa a la seriedad y solemnidad absolutas para decir: “¿Sabe una cosa? Yo me voy de la casa  apenas cumpla los 20, el 27 de abril de 2027, digo ‘chao’. Me  olvido de todo el mundo, pienso  irme pa’ Bogotá a trabajar en el canal Caracol, mi sueño es ser periodista. Yo no veo muñecos, solo noticieros”, dice muy serio, refiriéndose a lo que oye en el televisor. El angelito   Pero mientras eso sucede, Janer seguirá siendo su “angelito”, como le dice la mamá de Emanuel al lazarillo de este y otros ‘runners’. Él empezó hace 15 años como profesor de  educación física con normaoyentes (personas con todas sus capacidades). Y desde hace un par de años que entró al Instituto, donde se ha encontrado con historias desgarradoras de niños con discapacidades que han sido abandonados por sus padres y adoptados por gente de buen corazón. “Me ha tocado volverme sordo, ciego, para  saber  por qué sienten miedo, y para ayudarles a que pierdan  sus  temores; los abrazo y me tiro con ellos a la piscina, a la cancha”,  confiesa Janer. Héctor, otro niño ciego, no tocaba texturas: el pasto sintético de la cancha del Estadio Pascual Guerrero, donde  entrenan en las mañanas, le daba terror; el mismo que le produce a Emanuel acariciar a un perro.  Ahora Héctor se tira a la cancha, toca hasta  las paredes, que eran su “coco”. Otro niño siempre tiene temor de meterse a la piscina porque el papá solía castigarlo sumergiéndolo a la fuerza a  un tanque con agua. Valery  no  corría, ahora hay que detenerla. Suami, que  tiene las articulaciones del cuerpo muy pegadas, es invidente y  padece de una  dificultad motriz, caminaba despacio; ahora, cuenta Emanuel,  ya lo hace más rápido. O sino él mismo la motiva  con “regañitos”. Con estos niños Janer ha hecho un curso intensivo de paciencia. “Soy muy acelerado, pero cuando llego al Instituto cambio el chip”. Su sueño es que el estado se fije en los  niños con discapacidad. “Solo mostramos a los deportistas élite, de alto rendimiento, no a los semilleros. Sueño con que personas, fundaciones y empresas  apoyen  a los deportistas de alto rendimiento con discapacidad porque  cuando ellos alcanzan un logro, los niños se esmeran por seguirlos. Quiero verlos en un podium”, dice Janer, padre de una joven de 15 años.  Justamente esa edad, 15 años, deberá tener  Emanuel, su pupilo, para  que se le  haga un trasplante de córnea. “Vamos a esperar que esté más consciente y maduro, para operarlo a ver si su calidad de visión mejora”, dice la madre. “¿Y veré más?”, pregunta Emanuel. “Será  lo que Dios quiera, hijo”. “Y si veo más?”, insiste él. “Vas a cumplir tu sueño”, le dice Janer. Pero ‘Ema’ refuta: “Nunca he soñado eso, ni con mi discapacidad”.    

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