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Informe exclusivo: anorexia, una enfermedad que aniquila lentamente

Dos de cada diez caleños sufren trastornos alimentarios, un mal que sigue extendiéndose y que puede ser mortal. Buscar ayuda profesional a tiempo, clave para evitar tragedias.

10 de febrero de 2013 Por: Redacción de El País

Dos de cada diez caleños sufren trastornos alimentarios, un mal que sigue extendiéndose y que puede ser mortal. Buscar ayuda profesional a tiempo, clave para evitar tragedias.

La anorexia, escribió Diana Marcela Rincón Urrutia en su diario, es un silencioso acercamiento a la muerte. La anorexia, esa pérdida decidida del peso del cuerpo, añadió, es un monstruo que si se menosprecia mata lentamente, como el cáncer. A ella, justamente, le sucedió. Diana escribió ese diario como terapia. Lo tituló Saliendo del Infierno. Seis meses después de haberlo terminado, murió. La editorial Planeta decidió publicarlo. Diana tenía la aspiración de vivir y que su historia y su lucha fueran una lección al mundo para no caer en ese trastorno alimenticio tan común en los jóvenes y adultos de nuestros tiempos. Conocer cómo funciona la mente de quien lo padece es entender el poder de la enfermedad.Diana era hija única, el centro de atención de su familia y eso, sospechaba, la convirtió en una mujer perfeccionista. Le daba miedo desilusionar a los demás. No se permitía un error, un fracaso, sentía vergüenza si se equivocaba. Una vez, recordó, perdió un examen de matemáticas. Esperó a su mamá con los pantalones abajo, esperando un castigo. Su madre, por supuesto, no la sancionó, pero Diana se sentía culpable. Para evitarlo terminaba siendo la mejor del colegio, la de los diplomas y mejores notas, la mejor en la iglesia cristiana a la que asistía, la líder, la hija perfecta. En una ocasión, incluso, escuchó a su papá decir que hubiera querido tener más hijos. Eso la hizo pensar que tenía que esforzarse aún más de lo que lo hacía para no decepcionarlo, que ella no era suficiente para su padre. Fue, reconoció, otro de sus errores. Diana pensaba que el amor había que ganarlo. Que había que ser digno de él, con acciones. Que por sí misma, no era valiosa. Era, por un lado, además de perfeccionista, extremista. Era, por otro, rígida mentalmente. Le costaba considerar pensamientos distintos a los suyos. Los psiquiatras lo afirman, Diana lo escribió como advertencia: las personas que sienten la obligación de ser perfectas para agradar a los otros, las personas extremistas, rígidas y con falta de amor propio están en riesgo de padecer un trastorno alimenticio, sobre todo en estos días en los que la delgadez del cuerpo es sinónimo de belleza, de éxito, de popularidad y te lo repiten en televisión una y otra vez. Porque Diana, en ese diario, se recuerda como una gordita feliz. Pero todo cambió cuando iba a entrar a la universidad y el grupo al que pertenecía en la iglesia se acabó. Ella, sobre todo, agradaba a los otros a través de su trabajo en la iglesia: lideraba vigilias, grupos de oración. Como eso se terminó, buscó otra forma de agradar. Se enfocó en su cuerpo. No podía seguir siendo gordita. Era, pensaba, su único defecto. Y un perfeccionista no admite ningún defecto. Entró a un centro comercial, se vio obesa en un almacén atestado de espejos, rechazó el helado que le ofrecieron sus padres y se impuso una dieta peligrosa: tres días sin comer y uno sí. Al principio le dolía la cabeza, perdía el conocimiento, se desmayaba. No le importó. Pasó que sus amigos de la universidad la empezaron a elogiar por su pérdida de peso. Diana aumentó el ritmo, había que seguir agradando a los otros. El extremismo la empujaba. Comer media pera, por ejemplo, la hacía sentir culpable. Vomitaba, usaba laxantes. Vomitar, escribió, se convierte en una forma de expulsar la culpa, una manera de liberar la ansiedad, un camino para reconciliarse consigo mismo, una suerte de bienestar por el deber cumplido: bajar de peso. Después de los desmayos sufrió arritmias cardiácas. La falta de alimentos hace que se bajen los niveles de potasio, sodio, magnesio. Una y otra vez fue llevada de urgencias a los hospitales. En todo caso la obsesión por bajar de peso es tan poderosa, que ni el miedo a la muerte hace que la víctima decida comer. Diana, 21 años, llegó a pesar 37 kilos, lo que pesa un niño de 12. En el espejo, sin embargo, se veía gorda. Y ser gorda, tenía esa idea anclada, es fallarle a los otros, había que seguir bajando. La anorexia genera un trastorno de la imagen, de la mirada ante el espejo. Diana lo repite una y otra vez en su diario: para vencer, para superar la enfermedad, se requiere ayuda profesional. Es imposible estando solos. No es un asunto de comer simplemente. Es un estado mental, una obsesión que domina, que quiere quitar la vida, que te quiere hacer quitar la vida.

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