El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

Historia de una panadería que 'regala' lecciones de vida en Cali

Además de panes y deliciosas tortas, la panadería del Instituto Tobías Emanuel sirve para dar otras lecciones que no se aprenden en la escuela: autoestima, amor propio y confianza. Historia de unos panaderos muy especiales.

31 de agosto de 2015 Por: Lina Uribe | Especial para El País

Además de panes y deliciosas tortas, la panadería del Instituto Tobías Emanuel sirve para dar otras lecciones que no se aprenden en la escuela: autoestima, amor propio y confianza. Historia de unos panaderos muy especiales.

La mezcla está casi lista. Luis Arbey y Jessica revuelven con una energía desbordante, no pueden permitir que se formen grumos. A simple vista, estos jóvenes no parecen tener ninguna discapacidad, pero tienen una condición especial: ambos tienen retrasos mentales leves y hacen parte de las 148.800 personas discapacitadas que viven en Santiago de Cali. Agregan un poco de harina y muchos huevos. Deben seguir revolviendo juntos hasta lograr la consistencia deseada. Cerca de ellos hay otros jóvenes con discapacidad cognitiva que se enfocan en distintas tareas culinarias: unos engrasan los moldes en los que se hará la torta, otros terminan de armar la pizza que pronto entrará al horno y unos cuantos más se encargan de lavar los utensilios usados. El escenario es la panadería del Instituto Tobías Emanuel, un lugar que desde hace medio siglo atiende a personas con distintos tipos de discapacidad intelectual. Desde hace cuatro adelanta un programa de formación llamado ‘Panadero-pastelero’, dirigido a jóvenes mayores de 14 años a los que se les han diagnosticado problemas de aprendizaje en varios niveles. En este momento hay 24 inscritos. Luis Arbey, por ejemplo, está ahí de milagro. La fuerza con la que ahora agarra la masa de la torta se asemeja quizás a esa fuerza con la que se mantuvo atado a la vida hace 18 años, cuando estuvo a punto de morir tan solo unos días después de haber nacido. Su madre, Gloria Lizeth, recuerda que la hiperactividad de Luis se sintió desde el vientre, pues el parto se adelantó y nació a los siete meses. En el Hospital Departamental, mientras recibía algunos tratamientos por su nacimiento prematuro, adquirió una bacteria que casi deja su nombre solo en el recuerdo. De tres niños infectados, él fue el único que sobrevivió. Pero el drama no terminó allí. Después de la bacteria le dio reflujo, y cuando al fin superó estos impasses y pudo irse a casa, una meningitis bacteriana le obligó a regresar al hospital. Esta última infección le causó un daño cerebral. Y entonces unos años más tarde, cuando ingresó al colegio, el pequeño Luis Arbey empezó a perder materias y a repetir los cursos. Su mamá se dio cuenta de que tenía algo distinto. Ahora, aunque no le va muy bien con la matemática y hay que repetirle las cosas varias veces, está cursando bachillerato acelerado y próximamente se graduará del programa ‘Panadero – pastelero’, al que asiste todos los días en bicicleta desde hace un   año y medio. El caso de Jessica también es de admirar. Su memoria funciona a corto plazo, así que con el paso del tiempo va olvidando la mayoría de las cosas que ha aprendido. Con el delantal y el tapabocas repletos de mezcla para torta cuenta que su interés por la panadería se despertó al ver a un amigo preparando panes y galletas.  “Él me enseñó a batir y a hacer toda la preparación. En mis ratos libres le ayudo a mi mamá a cocinar, sé hacer arroz y sudado de carne. Lo que me queda más rico es el café”, cuenta la mujer de 23 años. Una escuela para la vida Los aprendices deben pesar cada molde para que quede con la misma cantidad de masa que los otros. Anotan los valores en el tablero y luego se reúnen para hacer una cuidadosa suma en la calculadora. Aunque han presentado algunos avances, ninguno tiene destreza con el manejo de los números. No puede haber errores. Esas mantecadas que pronto entrarán al horno van a ser el refrigerio de los más de 100 niños que viven en la institución, la mayoría con discapacidades y retrasos severos. Esa fue una de las ideas más importantes cuando se remodeló la panadería a principios de este año gracias a las donaciones de empresas privadas: que los aprendices pudieran cocinar lo que sus compañeros comerían al día siguiente. Tampoco puede haber errores porque estos chicos están próximos a recibir una certificación que les permitirá ser contratados como aprendices en panaderías y pastelerías o, por qué no, montar sus propios negocios.  Una apuesta a la  inclusión  El programa ‘Panadero - pastelero’ que ofrece el Tobías Emanuel se sostiene gracias a al apoyo económico de la Secretaría de Educación y de algunas empresas que se solidarizan con la causa.   

57 jóvenes de los que han tomado alguno de los  programas de formación para el trabajo del Instituto Tobías Emanuel están vinculados a empresas de la ciudad.
 Sus 24 estudiantes hacen parte de los 140 niños, jóvenes y adultos discapacitados que se benefician de dicha institución, que a su vez engrosan la lista de los 2.624.898 discapacitados que tiene censados el  Dane en todo el país. Gracias a la Ley 789 de 2002, las empresas están obligadas a contratar mínimo un aprendiz por cada 15 trabajadores. Así, si una empresa tiene 450 empleados, debe incluir en su nómina a 30 aprendices y remunerar su trabajo con el salario mínimo.   Y existe un beneficio adicional: cada persona discapacitada que sea contratada como aprendiz cuenta por dos. Es decir, si una empresa tiene 450 empleados y contrata 15 aprendices en situación de discapacidad, está cumpliendo con la cuota exigida legalmente. Además del programa de panadería, la Institución Tobías Emanuel tiene otros cuatro programas de formación laboral: jardinería, auxiliar de almacén, auxiliar de oficina y joyería artesanal. Antes de decidirse por alguno, los jóvenes pueden rotar por todos durante un periodo de dos meses para elegir el que más les llame la atención y en el que, según cada docente, tengan más habilidades. El reto de aprender Las tortas están listas para entrar al horno. De la mano del profesor Rodrigo López Cruz, quien desde el 2008 está vinculado a la institución, los estudiantes han aprendido a hacer otros productos de panadería como pan integral, pandebono, donas, arepas y pizzas. Panadero de profesión, Rodrigo trabaja desde hace 15 años con niños y jóvenes con discapacidad cognitiva. Incluso, en algún momento les enseñó a niños sordos. Su gran reto, dice, es encontrar las estrategias para que ellos puedan entender los conceptos que les comparte. A veces funcionan, a veces no tanto. El profe se ha convertido en un innovador constante.  Recuerda entonces el proceso que ha tenido con sus estudiantes del Tobías. En ocasiones le resulta frustrante enterarse de que ya nadie tiene presentes los conceptos que acabó de explicar, que no saben cuánto son dos mil gramos divididos en cuatro porciones y que no recuerdan que Saccharomyces cerevisiae es el nombre científico de la levadura así se los haya repetido durante todo el curso. Sin embargo, otras veces le es muy satisfactorio verlos a todos ocupados, trabajando en equipo y hablando entre ellos mismos sobre los pasos a seguir en cada preparación. Sarai, por ejemplo, es una de las estudiantes más pilosas. Además de estar siempre atenta en las clases, se dedica a estudiar los conceptos de panadería en sus ratos libres. A sus 16 años ya tiene claro lo que quiere hacer en su vida: montar un restaurante de comida internacional. Por eso ha experimentado ya con la preparación de platos como camarones al estilo vietnamita, algo que recuerda que le salió muy bien. Para el ‘profe’ Rodrigo, la ecuación está clara: en el colegio, con bastante dificultad, ellos aprenden las materias tradicionales, pero hace falta algo para lograr una formación integral: las artes. En el programa de panadería y pastelería pueden explorar sabores, texturas y olores, y crear nuevos platos para poner a prueba su creatividad. “Aquí hacemos un trabajo en equipo, colaborativo. Los que más saben les ayudan a los que están confundidos, entonces gran cantidad de los muchachos aprenden fácilmente de los demás. Yo utilizo el mismo uniforme que ellos porque en realidad todos somos compañeros, no hay nadie superior. Se siente un ambiente de amistad, todos al mismo nivel”, afirma el docente. Además de compartir recetas, estos jóvenes reciben un acompañamiento psicológico que involucra a sus familias para mejorar y fortalecer las relaciones. “Para una familia siempre es muy duro tener un miembro con discapacidades, por eso hay que iniciar un proceso en el que se brinda orientación y apoyo. La mayoría de jóvenes discapacitados tienen destrozada la autoestima, hay que trabajarles en el amor propio”, dice Stella Rubiano, directora del instituto. De eso ha sido testigo Andrés Felipe, quien empezó a aprender panadería desde el 2009 y también está próximo a recibir su certificación. Con sus frases entrecortadas cuenta que estar inactivo le produce aburrimiento y sueño, por eso espera ansioso la clase con el profesor Rodrigo todos los días a la 1:00 p. m.  En el caso particular de estos chicos, mantenerse ocupados funciona. No hay duda. La depresión se va, la tristeza se espanta y la sonrisa regresa. Se sienten útiles y capaces de crear algo en lo que primero debieron creer. Confirman que su condición especial es precisamente eso: algo especial. El pito del horno suena. Las tortas están listas para ser probadas. 

 

AHORA EN Cali