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Historia de médicos que luchan por la vida en Cali

En un quirófano se salvan vidas o se presencia el milagro del nacimiento.

3 de marzo de 2012 Por: Aura Lucía Mera, especial para El País

En un quirófano se salvan vidas o se presencia el milagro del nacimiento.

Me atraen las salas de cirugía. Hace muchos años, como voluntaria, ayudaba a pasar instrumentos en el Club Noel, donde se operaban hernias a los bebés más vulnerables. Recién casada, ya mamá de mellizos, logré que me invitaran a presenciar una cesárea. Asistí al parto de mi sobrino y creí que mi hermana estaba trayendo al mundo un marciano. Nunca me imaginé que los bebés salían azules y babosos. Fue un alivio ver cómo le cortaban el cordón, le daban palmaditas, lo removían, y de pronto empezaba a gritar y se convertía en un bebé rosado.La vida sigue. Hace pocos meses ingresaba a cirugía como paciente. La oportuna intervención de Diana Currea, oncóloga de la Valle del Lili, me situó de nuevo en el andén de los sanos. Ingresé a la sala ya medio turulata, y sólo recuerdo las luces, antes de perderlas. Desde entonces le pedí a Diana que me invitara un día a una cirugía. Y ese día llegó.Desde la otra orillaQuería conocer la otra cara de la moneda. Ese microcosmos al cual generalmente sólo tenemos acceso dormidos, mientras la familia se angustia, especula, camina por los corredores, mira el reloj y siente el corazón galopar de incertidumbre. Los separa una puerta infranqueable. Son dos universos unidos que jamás se tocan. El paciente ingresa, la familia espera. La puerta se cierra. La suerte está echada. El ser querido queda en manos de profesionales. Entregado. Dormido. Indefenso. Confiado.Llego con Diana. Traspaso la puerta. En un apartado con casilleros me pongo la bata esterilizada, el gorro, los zapatones, el tapabocas. Ya ‘investida’ de azul puedo deambular a mi antojo. “No tocar nada verde”. “Manos siempre atrás”. Esa es la orden que hay que cumplir a rajatabla. De resto se puede preguntar, mirar, admirar.Diana me presenta al doctor Tintinago, el pionero en el mundo en transplantes de traquea. Cada día se enfrenta a retos inverosímiles. Su obsesión es lograr que sus pacientes recuperen el habla, puedan volver a respirar normalmente. Él mismo hace años se ‘ahogó’ en el Pacífico. Cuando lo rescataron, estaba inconsciente, había broncoaspirado y le diagnosticaron muerte cerebral. Ya iban a firmar la orden de donar sus órganos, cuando observaron que movía un dedo. Logró la recuperación total y se entregó de lleno a la especialización de cirugías de cabeza y cuello. Me invita a pasar y mirar. Un reto absoluto. Algo casi imposible. Lleva horas en la cirugía y le quedan muchas más. Es un caso extraño, complicado. Su equipo humano funciona como un reloj. Instrumentos, cauterizadores, compresas, transfusiones. Los anestesiólogos no separan la mirada de los monitores. Una cirugía tan larga puede tener riesgos. Apreto las manos en la espalda. Esta operación es palabras mayores. Respiro profundo.El milagro de la vidaEstoy de suerte. El ginecólogo de mi hija, Alejandro Victoria, también me invita. Ayuda con una cesárea a traer un par de mellizos a este mundo. Con una precisión milimétrica, mientras el papá filma la escena, se da el milagro del nacimiento. Dos niños. Lloran. Se vuelven rosados. La pediatra los manipula, limpia y arregla. Cada uno a su incubadora. La mamá espera, consciente, a que la suturen. Alejandro tiene por delante una ligadura de trompas por laparoscopia, y una operación de útero. Me invita y acepto, como hipnotizada. Quiero conocer, enterarme y ver esta labor de vida, de sanación, de esperanza, donde el quipo médico trabajan segundo a segundo para que todo salga bien, para que los pacientes que les han confiado sus vidas puedan continuar su camino muchos años más.Tengo que confesar que quedé enamorada del útero. Me lo imaginaba como un pedazo de lomo viche y resulta que es una esfera compacta, fuerte, limpia y roja como una pera importada. Increíble interiorizar que dentro de ese músculo terso se esconde el secreto de la vida. Que en su interior se gesta el palpitar de un nuevo ser. Después, en la pantalla gigante, mirar cómo se ligan unas trompas, precisamente para no volver a concebir. La laparoscopia es algo mágico. Ver, cortar, limpiar, mirando la pantalla.Devolver la vidaDiana Currea tiene programadas cuatro cirugías. Su especialidad, el cáncer de seno. Cientos de mujeres en Cali siguen adelante gracias a sus diagnósticos oportunos y a unas manos mágicas que remueven el daño causando la menor lesión. Sus cirugías son como si un orfebre estuviera cincelando una piedra preciosa. La observo mientras se concentra en cada paciente, como si nada más existiera en el mundo. Un ganglio centinela, una tiroides lesionada. Limpiar esas células traicioneras para garantizar una vida plena. Devolver esperanza y vida. La observo, parece un junco frágil, pero que jamás se rompe, reclinada ante cada una de sus pacientes. Hasta que todo no está perfecto no se separa de la camilla. Pasan las horas. No se las siente pasar. Tampoco el hambre toca la puerta. Es tal el recogimiento mezclado con adrenalina y desafío, que el tiempo se detiene. Sólo existen la vida y el movimiento. Cada segundo cuenta, porque un hombre, un niño, una mujer están dormidos, a su cuidado, dependiendo de ellos para poder seguir.En una de las salas diviso a Susana Santamaría, otorrinolaringóloga. Me sonríe y me invita. Ayuda a un cirujano plástico a reconstruir una nariz. En la pared están las fotos del ‘antes’. Veo el ‘después’, una obra de arte. El doctor De La Vega quita la falange de un índice. Un melanoma debajo de la uña. Mucha gente lo confunde con un hongo, pero es un cáncer agresivo. Actúa en forma radical y lo hace con una delicadeza que conmueve. Quita todo lo malo, pero el índice volverá a tener movilidad.Mientras observo las cirugías, manos en la espalda y dientes apretados, reflexiono y pienso en lo ‘espiritual’ de cada paciente, que es precisamente lo no tangible, inoperable, ese hálito vital, ese misterio que no tiene respuesta, el universo de las emociones, la alegría, la ternura, la ira, la tristeza, la nostalgia, los recuerdos, el amor. El soplo de vida que, yo sí lo creo, nos otorgó un Ser Superior. El ropaje que es el cuerpo, músculos, venas y arterias, todo se puede arreglar para que la armazón corporal pueda seguir un tiempo más. Pero la esencia sigue siendo intangible. Eterna. No sé hacia dónde vamos cuando nos desprendemos del cuerpo, pero sí estoy convencida que seguimos. Dejo de reflexionar. Bajo a tierra.Pasan las horas. Empieza a oscurecer. Las salas quedan vacías. El equipo de limpieza desinfecta hasta el último rincón. Todo queda impoluto. Los pacientes retornan, algunos a sus casas, unos a unidades de cuidados intermedios o intensivos.Entramos de nuevo al ‘apartado’. Nos vestimos de civil. Salgo alucinada. Una experiencia espiritual. Salas llenas de luz, médicos-apóstoles que consagran sus días, incansables, salvando otras vidas, trayendo vidas, devolviendo salud. A los pacientes jamás los vi. Estaban dormidos, arropados, cuidados. Bajo esas sábanas estériles palpitan sus vidas. Cuando despierten las podrán retomar.Un mundo aparte. Un microcosmos, donde curiosamente lo que menos se ve es sangre. Donde no se escuchan llantos ni dolor. Un universo totalmente silencioso, a no ser que alrededor de las mesas de cirugía se compartan opiniones. Un mundo que funciona con la precisión de un reloj donde los segundos son vitales, pero las horas transcurren sin dejarse sentir. Una experiencia de vida y esperanza. Una experiencia espiritual.

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