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Hasta pronto, Helenita

Ha sido una lucha de más de año y medio lidiando un hígado que no era el suyo. Sin embargo, lo acogió en su corazón segura que iba a acoplarse con su cuerpo. Y así lo dijo en la última entrevista que concedió y que me correspondió el honor de hacérsela.

8 de febrero de 2011 Por: Mario Fernando Prado I Especial para Elpais.com.co

Ha sido una lucha de más de año y medio lidiando un hígado que no era el suyo. Sin embargo, lo acogió en su corazón segura que iba a acoplarse con su cuerpo. Y así lo dijo en la última entrevista que concedió y que me correspondió el honor de hacérsela.

Ha sido una lucha de más de año y medio lidiando un hígado que no era el suyo. Sin embargo, lo acogió en su corazón segura que iba a acoplarse con su cuerpo. Y así lo dijo en la última entrevista que concedió y que me correspondió el honor de hacérsela. Y es que no era difícil congeniar con esta mujer francamente irrepetible. Su forma de ver la vida, su sentido del humor que empezaba burlándose de ella misma, su anecdotario y por encima de todo su carácter, le dieron un talante maravilloso. No recuerdo a alguien así.Compartimos decenas de veladas, no todas musicales. Era alucinante escucharla hablar de cualquier tema y de ahí y de manera improvisada, salía alguna canción, sobre todo tangos o boleros viejos, de esos que ya nadie se sabe, porque lo de sus corridos y rancheras fueron lo comercial, lo que atiborraba escenarios, lo que ponía histérico a ese pueblo que la veneró y al que quiso con todo su ser.Había dos Helenas: la del canutillo, la candileja, la ‘Ronca de Oro’ que destellaba en los escenarios, la que más se oía y más discos vendía, la coqueta picarona con cara de mala que hablaba por quienes se sacaban el clavo de las infidelidades de los hombres.Y la otra Helenita, la esposa y madre amantísima, la abuela inmejorable, la hermana como pocas, la parienta excepcional y la amiga compañera, consejera, cómplice y confidente como ninguna.El privilegio de estar en su llavero más que un honor fue un compromiso de lealtad, de transparencia, de amor y de saber entender su temperamento fuerte a veces, pero entrañable siempre.Bautizaba a sus amigos con originales sobrenombres : “El negro que no es tan negro”, solía decirle al Negro Luis Fernando Velásquez, o “Mi Raúl” para referirse a Raúl Fernández de Soto. A mi, por ejemplo, me llamó “El Poseso”, pues afirmaba que Lucifer, el diablo y el demonio se me metían a veces y le decía a “La Monja” (su hermana Alicia), queme rociara con agua bendita.Creo que sin saberlo fue una socióloga del más alto coturno que comprendió tanto a los colombianos que los reflejó en las canciones que cantaba a todo pulmón, a punto del sollozo, o que a ratos medio susurraba. De allí su sintonía con todos los sectores de la sociedad. Para todos había una melodía. Con ella se me irá un pedazo de vida. No sé como terminar esta nota y lo único que me viene a la mente es un viejo bolero que le acompañé algunas veces: “Espérame en el cielo corazón, si es que te vas primero”.

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