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Estos cinco guías caleños lo llevan a conocer las mejores aves del mundo

Los jóvenes se preparan para atender a más de 450 avistadores de aves en la Feria Internacional de Aves, Colombia BirdFair 2016.

24 de febrero de 2016 Por: Alda Mera | Reportera de El País

Los jóvenes se preparan para atender a más de 450 avistadores de aves en la Feria Internacional de Aves, Colombia BirdFair 2016.

[[nid:511243;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/02/pajaros-3.jpg;full;{Un grupo de jóvenes se dedica al avistamiento de aves en La Leonera, zona rural de Cali. Extranjeros y locales llegan a esta zona de la ciudad para ver todo tipo de pájaros, incluido diversas especies de colibríes.Fotografías: Bernardo Peña|El País}]]Su entrenamiento fue natural. Crecieron a la par con los árboles, rodeados del bosque y el  río, de aves y  mariposas.  Solo que no sabían que desde niños se habían estado preparando para ser guías de avistamiento de pájaros. Hasta que coincidencias de personas, circunstancias e instituciones, hicieron que un día les dijeran: “hay unos turistas de aves –ingleses,  estadounidenses, chinos, etc –   ¿los acompaña?” Así se graduaron de guianzas en observación de aves John Restrepo, Jenny Jordán y Anderson Muñoz,  jóvenes del corregimiento de La Leonera, zona rural de Cali. Y ahora  se preparan para atender a  más de 450 avistadores de aves provenientes de muchos países, que vienen a darse el gran banquete del 11 al 13 de marzo en Cali, en la Feria Internacional de Aves, Colombia BirdFair 2016. Ahora John, Jenny y Anderson son conscientes de que si tanto avistador llega a estas tierras  es porque Colombia es el primer país del planeta con mayor diversidad de aves. Y Cali posee el mayor número de ellas en la geografía nacional. Y que el piedemonte de Los Farallones es el mayor nido de pájaros.  Es decir, que  convivían en   una mina de aves y no lo sabían, comentan en medio de trinos de pájaros multicolores en la finca Alejandría o  Palacio de los Colibríes, 4 kilómetros arriba del Kilómetro 18, en la vía al mar.   Anderson  y Jenny abandonaron su territorio y salieron a  probar suerte en la ciudad. Ella como mercaderista de una empresa de galletas en almacenes de cadena durante cuatro años.  Anderson en las bodegas de uno de esos almacenes, por tres años. Lo que él califica ahora como “el peor error” de su vida.    Hasta que no resistieron el trajín citadino, la dureza del cemento y el calor sofocante,  cuando en su entorno natural  gozan del aire fresco del campo, oyen el canto de los pájaros, huelen el verde de la montaña. En cambio, John nunca tuvo  el sueño caleño. A pesar de su juventud, solo baja a Cali para ir a cine, a comprar ropa y a mercar. Como bien dice, “a mí me  gusta el monte”. Aun cuando Jenny y Jhon terminaron su bachillerato en  colegios de Cali,  nunca olvidaron  el bosque ni  se desconectaron de su interés por actividades  ambientales. Los tres terminaron por  conocerse y a otros soñadores del lugar que pregonaban la conservación del medio ambiente. Y crearon el grupo Tierra Vital para hacer salidas ecológicas: explorar bosques, escalar peñas, largas caminatas, pero con ánimo recreativo.  Fue Jenny quien tuvo la visión de negocio, al querer compartir esas experiencias con más personas. Y justo se encontraron con la CVC, el Ministerio del Medio  Ambiente y la Fundación Cipav, que los capacitó y empezaron a ofrecer paquetes de turismo rural con lemas vendedores: Vuelve a tus raíces, Río extremo, Siente tus sentidos... En esas andaban y rodaban, cuando se cruzaron con Carlos Mario Wagner, un zootecnista caleño que subía a observar   aves y  los puso a volar con el cuento de avistar especies, identificarlas por su canto, apreciar su belleza de plumaje y de trino y espantar el fantasma del riesgo de extinción. Fue cuando Jenny renunció a  las galletas y Anderson a las bodegas para quedarse en su tierra  y aprender más de pájaros. “Cuando volví, sentí  como si me hubieran liberado, como si me hubiesen tenido enjaulada”, dice a tono con el aire de libertad del que disfrutan las aves en esta finca de Raúl Nieto y Elsa Ruiz, la que  frecuentan para guiar a turistas de aves.  Anderson dice que aplicó el lema Volví a mis raíces. “Vi que eso no era lo mío, que mi hábitat era el bosque”, confiesa este hombre que acaba de llegar de guiar una visita a Amazonas. Y ahí estaba John, como esperándolos, quien trabajaba en construcción o en el campo. Y los tres fueron tomando vuelo escuchando a Carlos Mario, que les decía que ya  estaba en trámite que  San Antonio, en la vía al mar, fuera declarada Área  Importante para la Conservación de Aves, Aica. Entonces  crearon la Asociación Río Cali, un emprendimiento para la conservación de la cuenca hidrográfica del río tutelar de la ciudad. Y comenzaron a llegar más turistas, en especial de  Inglaterra, el país donde más aficionados al avistamiento de aves hay en el mundo, incluso más que al fútbol. Y a la vez, es el país donde menos especies habitan. Entonces, Colombia se les vuelve un destino ‘impajaritable’ a ellos. Pero también vienen de otros países, atraídos por las especies nativas (endémicas) como la guacharaca, ave insignia del bosque del Km. 18, y la tángara multicolor, una miniatura policromática que solo anida entre las cordilleras Occidental y Central. 

Destino Leonera es la iniciativa ecoturística comunitaria de los  habitantes de este corregimiento. Caminatas, fincas de hospedaje y que ofrecen servicio de restaurante, entre las actividades. Informes: 3122891652; 3174977191
Para ser  guías consumados deben  estudiar mucho los cantos, distinguir las especies,  aprenderse sus nombres científicos  en inglés, defenderse en ese idioma y tener paciencia para atender a estos  gomosos de las aves. Los más difíciles son los  turistas ‘hardcore’ (duros) que llegan  con lista en mano. “Ellos vienen en busca de   una especie que no han visto y entonces presionan para verla  rápido y así uno les muestre  otras aves vistosas, que canten bonito,  no les prestan atención, porque solo vienen a chulear la que les falta”, cuenta Jenny,  directora de la Asociación Río Cali.   Como también hay los que vienen a observar aves, pero  se regodean con el vuelo de una mariposa, con la forma de una orquídea, con el plumaje de cualquier  especie. Es  el turista ideal.  Por eso, cuando llega uno de esos obsesionados por ver sólo la Chlorochrysa nitidissima (tángara multicolor), José Luna, otro guía nativo, les sensibiliza: “La tángara multicolor se deja ver solo de quien la merece”, para inducirlos a la paciencia que se necesita para este pasatiempo, cuenta John. Mientras tanto, Elsa señala  un ejemplar de la cotizada tángara que baja a picar banano en los alimentadores que Raúl y Elsa cambian hasta dos y tres veces al día. “Tiene bebé, porque está llevando comida, esta es la temporada de nacimiento de nuevos ejemplares”, dice ella, quien de tanto escuchar a los guías, dice que ha aprendido con ellos. Giancarlo Ventolini  es un caleño que estudió publicidad, pero hace dos años y medio abandonó la jaula (oficina), para volar  por todo Colombia haciendo guianzas. Él  colaboraba con  la Fundación Amatea en la restauración ambiental de la parte alta del río Cali, de los daños por incendios, ganadería y agricultura.  Ganaron  un proyecto de educación ambiental en la vereda El Faro, que implicaba hacer un inventario de aves. Así aprendió de especies, conoció  la iniciativa Mapalina y a su gestor,   Carlos Mario, comenzó a ofrecerles el servicio de transporte a los turistas de aves que éste llevaba, hasta que un día lo retó: “Hay un turista y no hay guía: le tocó guiarlo a usted”.  Desde entonces no sale de hacer guianzas en San Antonio, Laguna de Sonso, Anchicayá,  Eje Cafetero, Nevado del Ruiz y hasta límites con Chocó. En cada salida, dice, identifica un promedio de 80 especies distintas.  Su labor se facilita ya que estudió en un colegio bilingüe y vivió un tiempo en Estados Unidos. A él, como a sus colegas,  le sorprende los equipos tan sofisticados y  grandísimos que traen los  turistas: lentes, cámaras, binóculos de alta tecnología.  “Hace  poco vinieron unos chinos con un lente 800. Cuando ellos van desempacando sus equipos, uno va guardando su camarita o sus binóculos”, comenta Anderson, quien  goza de  un talento especial: puede imitar el canto de los pájaros para llamarlos y avistarlos más fácil. Él no necesita usar  ‘play back’ (grabaciones del canto de la especie buscada). El protocolo, dice John,  aconseja no abusar de este recurso ni señalar con la luz láser directo al animal, porque los molesta, los espanta o les puede dañar la visión. Pero no pocas veces deben pedir a  los turistas  moderar su uso. Y el maestro formador de guías y codirector de la Feria Internacional de Aves que se aproxima, Carlos Mario, tiene sus experiencias.  Una vez guió a un turista en Anchicayá y se pincharon de regreso, anocheció y tuvieron que dormir en el carro. A la medianoche, escucharon cantar el guardacaminos, un pájaro que solo se avista en Chocó. “Nos bajamos, lo buscamos, lo vimos y hasta le tomamos fotos. Fue una grata sorpresa para el señor porque era su nuevo ‘lifer’, o  primera vez que avista una especie nueva”, relata él. Más gratificante aún fue guiar hace dos años a Stuart Pimm, el experto mundial en extinción de aves de la Universidad de Duke, Estados Unidos. Lo llevó a Anchicayá y  Pimm, de unos 60 años, comenzó a brincar y a gritar superemocionado como un niño, cuando pudo avistar el ‘gallito de roca’, ese pájaro rojo de gran copete. Estas y muchas historias más unen a la comunidad de los guías, cuyas vidas son como la de El Principito: felizmente atados a un vuelo de pájaros. Su causa  El compromiso  yprofesionalismo con la causa  ambiental de Jenny, John y Anderson es tal  que la CVC hizo convenios con la Asociación Río Cali para administrar dos centros de educación ambiental: La Teresita, en La Leonera, a cargo de Jenny y John, y Topacio, en Pance, a cargo de Ánderson.  Los une una amistad entrañable,  un amor por la defensa de la naturaleza y en especial, por las aves. Jenny y John  son tecnólogos en agroecología del Sena. Protocolo Para avistar aves  se debe vestir tonos neutros  para mimetizarse (los  colores llamativos les resultan agresivos), hablar suave, hacer movimientos suaves, llevar el celular en silencio y no ir en grupos mayores a ocho personas.

 

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