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Este exvocalista del Grupo Niche aleja a los jóvenes de las drogas en Cali

Tuto Jiménez, uno de los primeros cantantes que pasó por Grupo Niche, se dedica hoy a arrebatarles jóvenes a las drogas a través de su propio testimonio de vida.

13 de junio de 2016 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de El País

Tuto Jiménez, uno de los primeros cantantes que pasó por Grupo Niche, se dedica hoy a arrebatarles jóvenes a las drogas a través de su propio testimonio de vida.

Mucho, mucho antes de caer al abismo de las drogas, Tuto Jiménez reconoce haber conocido la felicidad. 

Para entonces tendría unos 28 años. Era enero de 1981 y había salido desde su natal Puerto Tejada, al norte del Cauca, rumbo a Bogotá,  para convertirse en una de las voces del  Grupo Niche, el sueño  que ese chocoano de palabras recias llamado Jairo Varela había parido hacía muy poco junto al bajista Aléxis Lozano.   

La  invitación le llegó de labios de su amigo y paisano Álvaro del Castillo, a la postre el intérprete de ‘Buenaventura y caney’. Que Varela andaba buscando una voz que le sirviera de complemento a su orquesta, escuchó decir Tuto. Un vocalista que cantara  como Pete El Conde Rodríguez. “Y yo cantaba  justamente como él”, recuerda ahora el músico... No había mucho qué pensar.

Para esa época, el joven trabajaba en La Revolución —“la orquesta de salsa más importante de Cali”—. Pero Niche prometía otra cosa. “Un proyecto en grande”, repetía Varela todo el tiempo.

Y ya sabemos que el tiempo le dio la razón. No lo intuía en ese momento Tuto que recuerda que la primera canción que memorizó para la novel agrupación fue ‘Consejo de madre’.

Haría parte del Lp ‘Querer es poder’, donde vendría  el tema que le daría a Niche un lugar en la salsa y el mundo: ‘Buenaventura y caney’. Para ese mismo trabajo discográfico, grabaría la primera versión de  ‘Digo yo’ (que   Tito Gómez convertiría en clásico años más tarde),  ‘Homenaje de corazón’ y ‘Corazón sin corazón’. 

Pronto, tras el éxito de ese himno  que le cantaba al Puerto, que celebraba un pargo rojo con bastante salsa lo mismo que un sancocho de ñato, que les enseñaba a los colombianos qué era eso de “nos tapiamos, nos emborrachamos”, llegaría la fama. En un mismo concierto, Niche era obligado a tocar ‘Buenaventura y caney’ hasta tres veces.

Fue cuando la gente comenzó a preguntarse quiénes eran acaso esos negros que cantaban tan sabroso, que sonaban tan diferente a la salsa que se escuchaba por entonces, dominada por el sonido de Fruko y sus Tesos y su sonido paisa.

“Algunos creían que éramos puertorriqueños, otros que veníamos de Nueva York, otros de más allá juraban que éramos dominicanos y no unos negros de origen humilde que estábamos apostando por la buena salsa”.  

Tuto se había convertido, pues, en un tipo célebre. Y su voz quedaría prensada también en el álbum  ‘Directo desde Nueva York’, donde dejaría temas como  ‘Lamento guajiro’, ‘La negra y la calentura’ y ‘Atrateño’.

Quiso seguir  pero se sintió llamado a emprender una carrera como solista. Al dejar  Niche, trabajó con Alfredo de la Fe, hizo música un tiempo en Europa y otro más en Estados Unidos. 

Pero entonces se atravesó la droga y se esfumó la felicidad de otros tiempos. “Fue un revés  de mi vida del que casi no salgo. Yo pienso que cuando la fama te llega tan joven, no sabes bien qué hacer con ella y pierdes el norte. Mis líos con las drogas habían comenzado en Niche; en esos años pude manejarlo sin que me trajera problemas a mi carrera. Comencé, como muchos, fumando marihuana, pensando que no pasaba nada. Luego probé coca y otras cosas y sentía que ya no podía parar”, relata Tuto. 

Fue un extenso capítulo que escribió durante 17 años. Y del que pudo salir hace apenas unos 8, después de un largo proceso de desintoxicación y de transformación espiritual. Hoy, convertido en pastor de una iglesia cristiana, trabaja para alejar a los jóvenes de la drogadicción. 

Lo hace en las calles del Ulpiano Lloreda, al nororiente de Cali. Allí, todos los días, se reúne con los ‘pelados’  en Luz del Guetto, una de las peluquerías del barrio y en medio de un partido de fútbol o una charla espontánea sobre música, les cuenta su experiencia. La fama, los  años pedregosos que trajo la drogadicción, la luz al final del túnel.

Otras veces lo hace en la Fundación para el Desarrollo Integral del Ser, en el Cabuyal, un corregimiento de Candelaria, hasta donde llegan jóvenes de todo el país que buscan emprender el camino de regreso a sus vidas. “Con ellos trabajo en tratamientos de desintoxicación, en actividades de regeneración y en cómo pueden retomar un proyecto de vida productivo”, explica Tuto. 

“Yo les digo siempre  que salir de ese mundo no es fácil, pero les digo también que si yo pude hacerlo después de tantos años, no hay quién no pueda lograrlo. Que soy la mejor demostración de que cuando se tiene la firme convicción de dejar ese mundo no quién pueda detenerte”.    

Y no se va con falsas lisonjas: porque el camino es largo. En su caso, aún trabaja por reconstruir su familia, que vive en Bogotá, y por recuperar los años que perdió junto a Sandra Liliana, Gabriela y Floraine, sus hijas. Pero se puede, les repite una y otra vez. A veces incluso cantando. La otrora voz de Niche hoy es la voz de la esperanza.

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