El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

Keiner Aldaír Chará Moreno, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali, emigró hace cuatro años de Venezuela a Cali. | Foto: Bernardo Peña / El País

VENEZUELA

Así es la vida de los venezolanos que llegan a Cali huyendo de la revolución chavista

Ante la crisis de los últimos años en el vecino país, cruzan la frontera en busca de empleo y dinero para enviar a sus familias.

2 de mayo de 2017 Por: Alda Mera - Reportera de El País

Con trasteos a cuentagotas, abandonando sus propiedades o vendiéndolas a ‘precio de gallina’ y dejando a sus seres queridos a la deriva, decenas de venezolanos han encontrado en Cali una alternativa para vivir tranquilos, hallar un empleo, ganarse la vida.

Los caleños se los topan en todas partes: señoras que venden arepas venezolanas –rellena de carne y aguacate–, hombres que atienden en estaciones de gasolina o lavan carros en lavaderos especializados, operarios de metalurgia, secretarias, profesionales que abrieron un restaurante, profesores de idiomas y hasta periodistas.

Keiner Aldaír Chará es uno de ellos. Hace cuatro años apenas terminó el bachillerato en Caracas. Este hijo de colombianos radicados en Venezuela hace más de 30 años sintió que su país no tenía futuro. El día que murió Hugo Chávez le robaron su moto y un mes después, sus padres aceptaron desprenderse de su único hijo.

Cansado de extremos como que el gobierno no deje tomar fotos de los supermercados vacíos para que no se divulgue la realidad o de que la gente que lograba hacer un mercado lo tenía que esconder para no ser asaltados, con solo 20 años Keiner dejó Petare, su barrio de infancia, uno de los más peligros de Caracas. Cruzó la frontera hasta Villavicencio. Pero lo azotó el calor y decidió venir a casa de unos familiares en Cali.

Hoy Keiner es estudiante destacado de cuarto semestre de Comunicación Social en la Universidad Santiago de Cali, donde se vinculó a la emisora Viva la Noticia y aprendió a diseñar páginas web y a prestar asesorías en marketing digital, para pagar sus estudios y enviarles dinero a sus padres.

Hasta hace quince días, que ellos decidieron emigrar con él. Tras cinco años de separación, ya alquilaron una casa para los tres, con los enseres que lograron pasar uno a uno, antes del cierre de la frontera. Luego, les tocó ahorrar $3.500.000 para trastear el resto. “Mis padres ya son mayores, allá mi papá era litógrafo, mi mamá aseaba casas, pero ya estamos juntos, que es lo más importante”, dice.

Carlos Alberto Guaranga, 32 años, estudió Economía en la Universidad Católica Andrés Bello y trabajó en un banco. Y aunque vivió todo el auge del chavismo y no conoció otro presidente que Chávez, hace diez años vislumbró lo que venía y salió de Venezuela a trabajar en Suiza.

Regresó a Panamá, Costa Rica y finalmente a Colombia, para estar más cerca a su familia. “Para nada fui chavista, siempre fui opositor y ahora con Maduro, soy más opositor”, declara en El Rincón Venezolano, el pequeño restaurante que abrió al sur de Cali con un socio. También presta asesorías en mercadeo digital y redes sociales. Sus padres emigraron hace tres años a Estados Unidos, pero le preocupan sus hermanos, uno en Caracas y otro en Barquisimeto.

El temor a las represalias que pueda tomar el Gobierno de Nicolás Maduro contra sus familiares solo por dar declaraciones en su contra, así estén en Colombia, los tensiona. Es el pensamiento de venezolanos como Gonzalo*, que emigró a Cali hace año y medio, pero pide reservar su identidad para evitar problemas. A sus 38 años decidió reiniciar su vida en Cali, donde sus padres, colombianos que emigraron a Venezuela hace 30 años, con el boom petrolero, conservaron una casa en el norte de la capital vallecaucana.

Profesional en Educación Integral con especialización en bilingüismo, se ubicó como docente de inglés en un colegio público y hace un año en uno privado en Pance. Lo mismo que hacía en Caracas, donde ganaba un ‘buen’ sueldo, pero no le alcanzaba “ni para un par de zapatos”. En Cali el dinero le da para vivir en un barrio estrato 5 y enviarle dinero a sus padres para las medicinas, alimentos y artículos de primera necesidad que no se consiguen fácil o muy caros en Venezuela.

Con él vino su hermano Luis* y la esposa de éste con sus dos niñas, presionados porque no conseguían las leches de fórmula ni pañales. Menos la insulina para la esposa de Luis, que es diabética. Tuvieron que vender lo que se pudo “a precio de gallina” y traer lo poco que les dejaron pasar en la frontera yendo y viniendo para pasar una a una las 14 maletas que lograron traer.

Por ejemplo, de los dos coches de bebé, tuvieron que dejar uno. En ese ir y venir, Luis casi se queda del otro lado, porque ya iban a cerrar la frontera. Ella también es licenciada en Idiomas, ya trabaja de docente universitaria. Pero Luis está desempleado en Cali, porque en Caracas tenía una empresa de construcción, pero se vino a pique: los materiales escaseaban cada vez más, había que pedirle permiso al Gobierno para adquirirlos y si hoy tramitaba la solicitud por un monto, a los dos días ya el presupuesto era cuatro veces más alto, así que era imposible comprarlos. “Allá tú tienes que consumir lo que el Gobierno te dice”, afirma.

La dicha no es completa, sus padres, dos hermanos y seis sobrinos quedan en Caracas. Su papá quiere volver para quedarse en Cali, pues aún conserva la nacionalidad colombiana, pero su mamá lo duda: es venezolana y toda su familia está allá.

Dos jóvenes barberos también forman parte de las huestes venezolanas en Cali. Confiesan que alguna vez fueron chavistas, pero ya no. Wilder Vergara, 25 años, llegó hace seis meses a Vijes, allí trabajó un mes en una peluquería. Julio Pino, igual edad, llegó en enero. Ahora laboran en La Mansión, una barbería al norte de Cali, pagan un apartaestudio y ahorran para mandar a sus familias. Sobre todo Wilder, que vendió su moto en 400.000 bolívares y compró US$100 para el pasaje y dejarle algo a su mamá, que le cuida a su niña de 6 años.

La motivación fue “salir de allá por la delincuencia”, dice Wilder. Desde que subió al poder Maduro, “nunca lo he apoyado, me gustaría que le diera la oportunidad a la oposición, pero él no quiere elecciones porque sabe que va para afuera, es su miedo”, dice y cuenta que un colega no alcanzó a llegar: vendió todo para comprar el pasaje a Cúcuta y en la vía Valencia- San Cristóbal atracaron el bus, le robaron hasta el pasaporte y se tuvo que devolver.

Su colega, Julio Pino, confiesa que sus padres lo apoyaran en que emigrara a Colombia. En Venezuela la comida es carísima y no se consiguen los insumos para peluquería. O si, pero muy caras, por el bachaqueo, es decir, los productos con precio regulado por el Estado, la gente las revende a sumas imposibles de pagar. “Por ejemplo, una libra de arroz que en Colombia vale $1800, es como si se la revendieran en $10.000, ¿entiende?”, dice.

Hijo de una costurera y de un comerciante informal de frutas y verduras y con una hermana maestra, indica “que los adultos resolvemos con papa y vegetales, pero los niños están muy mal alimentados por falta de lácteos y de medicamentos para ellos”.

Pide que ojalá se pongan de acuerdo porque el pueblo es el que sufre. No es un partido ni un presidente ni un orgullo de no dar el brazo a torcer. “Los venezolanos hemos tenido que venir a Colombia no por capricho ni por moda, que más quisiéramos que estar en nuestro país, con nuestras familias, pero la situación no está nada fácil allá”, explica Julio, cuyos amigos de infancia se han ido a México, Chile, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Perú y obvio, a Colombia.

Sin fecha de retorno

¿Regresar? “Mis padres nunca fueron chavistas. Ellos me decían que cómo iba a votar uno por un tipo que en uno de sus motines entró a un canal de televisión y acabó con Reymundo y todo el mundo, ya se le veía el garbo que tenía. Hizo cosas buenas, pero lo que hizo con las manos lo desbarataba con los pies. Y Maduro es peor, que están enseñados a hacer las cosas a su manera”, comenta Keiner. Si Maduro se cayera hoy, volvería en unos diez años para ayudar a la reconstrucción del país, que en su opinión, tardaría unos 25 años, dado el daño tan grave que ha causado este gobierno.

¿Volver? Es un verbo que no conjuga ni en inglés ni en español el profesor de idiomas. “En Venezuela están jugando a ver quién se cansa primero, si el Gobierno o el pueblo”, sentencia. “Con Chávez al menos uno sabía para dónde iba, con este (Maduro) no se sabe, un día dice una cosa, otro día dice otra y se la pasa montando videos, un día columpiándose, al otro día bailando, en fin”, cuestiona.

Declara que nunca votó por Chávez. “Tengo la conciencia tranquila de que por mí, no subió al poder”, dice y añade: “No tengo fecha de retorno, porque “lo que está sucediendo allá es más grave de lo se ve en televisión, porque siempre hay un filtro, hay noticias que no salen ni en redes sociales. Aquí se quejan de que Cali es la ciudad más peligrosa de Colombia, pero vaya a Venezuela y verán. También se quejan del MÍO, pero el Metrobús de Caracas, ese sí que está acabado”, explica este docente que solo extraña el queso venezolano y el resto de su familia. Y hasta refiere un chiste para hablar de las carencias de sus compatriotas: “allá no se dice que se va la luz, sino que llega. Igual el agua llega una sola vez a la semana y ese día hay que bañarse por los otros días que no te has podido bañar. Eso sí, admite que la educación es gratis hasta la universidad. “Es lo único bueno que han hecho”.

Carlos Alberto tampoco avizora volver a su país. “No basta que se caiga Maduro, sino que salga toda esa gente de ese movimiento mal llamado chavismo o socialismo del siglo XXI, porque el problema de Venezuela no es tanto económico sino social. Somos un país millonario, pero con hambre y todos los altos militares están involucrados en narcotráfico y lavado de activos”, comenta y añade que todo se dio porque “Chávez nació de un descontento, salió hablador y bien asesorado, dijo lo que la gente quería escuchar”.

En lo que sí coinciden todos es en que lamentablemente habrá más víctimas, incluso creen que los muertos son más de los que dice el Gobierno.

Unidos

Armando Prado, 26 años, emigró a Cali hace cuatro años. Estudió Educación, Lenguas y Literatura, pero como firmó para pedir el referendo por la revocatoria de Chávez en 2003, supo que no tendría trabajo. El oficialismo obtuvo la base de datos de los que firmaron esa petición –llamada la Lista Tascón– y no les dan empleo. Como la educación es gratuita, Prado no tenía opción de recibir una vacante de maestro.

En Cali lidera el movimiento Venezolanos en Cali, que él estima pueden ser unos 400.000 o más. Ahora estudia Comunicación Social en la UAO.
“Desde 2014, que murieron muchos estudiantes en manifestaciones, administro la fanpage Venezolanos en Cali (Facebook), para visibilizar lo que ocurre en nuestro país, porque como hay censura, no se sabe todo”, dice Prado.

“Luchamos por la democracia, la libertad de expresión y los derechos humanos, bajo el lema “No más dictadura, no más censura, no más represión”.

AHORA EN Cali