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En el día de la Tierra, tres inspiradoras historias de caleños que salvan al planeta

Los defensores de la Tierra trabajan a largo plazo. Piensan en el bienestar de gente que tal vez nunca conozcan. Quizá la gente tampoco los recuerde, pero eso les tiene sin cuidado.

22 de abril de 2015 Por: Santiago Cruz Hoyos | El País.

Los defensores de la Tierra trabajan a largo plazo. Piensan en el bienestar de gente que tal vez nunca conozcan. Quizá la gente tampoco los recuerde, pero eso les tiene sin cuidado.

 Los defensores de la Tierra en Cali se podrían contar por decenas. Lo que hacen  hoy de manera silenciosa no se nota mucho, pero definitivamente en 20, 30 años, quienes pueblen la ciudad serán los beneficiados de su trabajo. Los defensores de la Tierra trabajan a largo plazo. Piensan en el bienestar de gente que tal vez nunca conozcan. Quizá la gente tampoco los recuerde, pero eso les tiene sin cuidado. Uno de ellos es Juan David Levy. Tiene 26 años y es empresario a pesar de no haber pisado nunca una universidad como  estudiante. Actualmente, en todo caso, está dedicado a la finca raíz. Y en su ejercicio como empresario ha considerado una obligación la responsabilidad social empresarial. Al principio donaba regalos y juguetes, pero cayó en la cuenta de que el asistencialismo no ayudaba a cambiar nada. Entonces empezó a preguntarse de qué otra manera podría ayudar para que el mundo fuera un mejor lugar.  [[nid:414611;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/04/ep00951109.jpg;full;{José David Levy durante la siembra de árboles en Cristo Rey.Especial para El País.}]] La respuesta la encontró hace unos meses leyendo este diario. Un informe aseguraba que Cali registraba un preocupante déficit de árboles. Actualmente hay 350 mil en una ciudad de más de dos millones de personas. Lo ideal en las grandes capitales  es que existan mínimo tres árboles por cada habitante. El informe agregaba que el 70% de los árboles de la ciudad están enfermos. Juan David se inquietó con la noticia. Investigó enseguida en  Internet si existía una organización que se dedicara a sembrar árboles. No la halló. Él decidió entonces crear una. Se llama ‘Siembra un árbol’  y el fin de semana pasado  hizo su primera plantación. En la montaña de Cristo Rey, a unos tres kilómetros del Cristo, sembraron 170 especies entre gualanday, jagua, guayacán rosado, guayacán de Manizales, aceituno amargo, chiminangos. Participaron  200 personas –la convocatoria se hizo por Facebook -  además  de una escuadra del Ejército Nacional. Los once primeros árboles fueron tributo a los soldados muertos en el Cauca la semana pasada tras un ataque de las Farc. Hubo un minuto de silencio.   Antes se organizó una cadena humana para llevar los árboles desde la carretera en la que se apreciaba una fila de carros parqueados como una gran culebra,  hasta la montaña.  Los cientos de personas pasándose los árboles unos a otros se vieron por un momento como un cinturón de amor por  la Tierra, con Cali como telón de fondo. Esos árboles- dice Juan David -  servirán para conservar la memoria de los soldados caídos y también para proteger las fuentes hídricas de la montaña. Una fuente hídrica sin la sombra de un árbol tarde o temprano se seca y eso está ocurriendo en Cristo Rey. Por eso lo que él quería en realidad era sembrar 2000 árboles, pero los ambientalistas que se unieron a su idea le advirtieron que era imposible. Sembrar un árbol no es simplemente abrir un hueco. Se debe comprar la tierra, contratar las volquetas que la transporten, abrir ahí sí los huecos (los soldados que los abrieron en ese terreno rocoso, arcilloso,  se demoraron una hora por cada uno) y en todo ese proceso -  la siembra de los 170 árboles -  se invirtieron   diez millones de pesos. Juan David pagó  la mitad y el resto fueron donaciones.   Por ello él  anhela que su organización siga sembrando árboles, pero  no sin ánimo de lucro. Su idea para financiarse es definir terrenos en Cali para que los ciudadanos compremos el derecho a sembrar un árbol – en honor a un hijo o porque nos vamos a casar o porque se nos murió un familiar- y así ir subsanando el déficit de  verde en la ciudad mientras conservamos la memoria de algo importante para nuestra vida. “Lo que hagamos ahora por la Tierra lo van a disfrutar las próximas generaciones”, insiste Juan David. Hernando Diez, otro defensor de la Tierra, pregona lo mismo. Hernando es educador, politólogo y desde hace 15 años trabaja por el agua. Desde hace 7 de hecho se fue de Cali al corregimiento de la Leonera. Sucedió después de que leyera una cita del sociólogo Orlando Fals Borda que dice algo así como que para investigar, hacer un buen trabajo con las comunidades, el investigador debe ser uno más, vivir en medio de la gente. Hernando administra el acueducto de la Leonera y además ha venido liderando un proyecto que se llama Maestros del Agua. Se trata de 28 voluntarios de corregimientos como Pichindé, Andes, Leonera, Felidia y El Saladito, que están siendo formados para que se conviertan en los defensores del Parque Natural Los Farallones y su recurso más importante, el agua. Justamente Hernando viene haciendo una advertencia: la gran mega obra de Cali debería ser el agua. Una ciudad sin agua es una ciudad muerta y ya nos hemos llevado varios sustos ante los constantes cortes del servicio. Y sin embargo no se está invirtiendo en proteger el líquido que nos queda, y en cambio sí se piensa en autopistas, túneles, puentes. “En vez de gastarse 17 mil millones de pesos en un reservorio artificial que solo garantiza cuatro horas de agua, se debería invertir en los Farallones, que es algo así como la gran alcancía de agua de Cali.  Con  $ 1000 millones se harían maravillas”. Proteger los Farallones – debajo de sus bosques se conserva gran parte del agua de la ciudad-  implica conjurar la minería ilegal y la tala de árboles, así como las malas prácticas de la agricultura, dice Hernando, que además quisiera organizar un debate con los candidatos a la Alcaldía. Ninguno de ellos está hablando del agua. [[nid:414608;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/04/ep00950951.jpg;full;{Carlos González completa 19 años protegiendo humedales y las fuentes hídricas de Jamundí. Hoy, en el Día de la Tierra, hará una siembra de árboles.Oswaldo Páez | El País.}]] Al otro extremo de la ciudad, en Jamundí exactamente,  Carlos González, otro defensor de la Tierra, también se dedica a proteger el agua, específicamente los humedales La Fortuna, La Guinea, Guarino, Avispal, Cucho  Yegua, el Cabezón y Cauquita, además de la microcuenca de la quebrada Robles. “Trabajo en asocio con otras organizaciones como Corporación Palenque Cinco, Funfocob, y las  asociaciones de pescadores. La mayoría de las acciones que hemos adelantado han sido apoyadas por la CVC”. Carlos se hizo ambientalista de alguna manera por una discapacidad física. A los tres años le diagnosticaron el síndrome de  Guillain-Barré, lo que le afectó su movilidad. Él entonces  se dedicó a leer, a ver televisión y el programa Naturalia le despertó el  interés por conservar la naturaleza. Con el tiempo creó junto con unos amigos la Fundación Funecorobles y cada 2 de febrero, por ejemplo, Carlos celebra el Día Mundial de los Humedales haciendo ciclopaseos por ellos en los que además se siembran árboles y se introducen peces. “Los humedales son los riñones de la naturaleza: regulan, depuran, controlan las inundaciones, son la base del sustento de las comunidades negras de esta zona pues conservan la estabilidad y productividad  de las fincas”. Justamente hoy, en el Día de la Tierra, Carlos hará un gran plantón de árboles en la microcuenca de la quebrada Robles en otro pequeño gran esfuerzo  por salvar el Planeta. Tal vez nadie  lo recuerde en unos días, pero  a Carlos definitivamente le tiene sin cuidado, se encoge de hombros. 

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