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El vasco Iván Fandiño mostró sus cualidades en la Plaza de Cañaveralejo, de Cali

El torero vasco demostró por qué fue todo un suceso en la temporada 2011 en España. El encierro de Ambaló se desfondó y aburrió a Cañaveralejo.

30 de diciembre de 2011 Por: Víctor Diusabá Rojas, especial para El País

El torero vasco demostró por qué fue todo un suceso en la temporada 2011 en España. El encierro de Ambaló se desfondó y aburrió a Cañaveralejo.

A pesar de todo, Iván Fandiño. Sí, a pesar de todo. A pesar de este encierro infumable de Ambaló con el que poco y nada se podía hacer. Porque no hubo ni fondo, ni forma. Faltaron, por igual, el trapío y la casta. Abundaron en cambio los pasos cansinos, las miradas torvas, las coces y las estampidas. Y, cómo no iba a ser, la alegría que sirve para subir la emoción a los tendidos.Los dos primeros toros se fueron en silencio luego de pasar en puntillas. El de Pepe Manrique siempre buscando por abajo algo que se le había perdido. En cada recorte de viaje, más que anunciar percance, daba cuenta de lo poco que tenía por dentro. Y el que le sucedió, viajó siempre con la cara arriba, como si no fuera con él, mientras Ramsés hacía lo imposible por convencerlo. Luego, se rajó, como para redondear el fracaso.Y los otros dos de ellos, peor aún. Del cuarto nunca se supo si era que tenía un defecto en la vista o que le importaban un pito los capotes. Porque anduvo errante de tercio a tercio. En el único momento en que pareció ser consciente fue cuando le echó mano a Pepe Manrique, para mandarlo a la enfermería. El manso debió ser despachado por Ramsés, no sin antes convertir ese episodio en eterno, por la poca ayuda que prestó a la hora de la suerte suprema.Y el quinto colmó la paciencia de los tendidos. No se prestó para nada y se aferró a su falta de raza para escudarse de cuanto le propuso el torero de Bogotá.Lo de Fandiño no se diferenció en mucho de eso. Quizás si el tercero de la tarde que fue a más, para permitir que Cali descubriera e este torero vasco que ya se abrió camino en España, pero que mira mucho más allá de donde algunos creen.Fueron cuatro series en las que la progresión le permitió a Iván Fandiño construir una curva ascendente hecha con calidad y, ante todo, con verdad. En principio, el toro quiso decir no, pero la fuerza de los cites y el acompañamiento en el recorrido, aunado al temple, hicieron el milagro de embarcar ese cabeza, hasta ese momento disoluta, y hacerla testigo fiel de la muleta. Al final, cuando abrochó la faena con las manoletinas, el público era testigo de que sí era posible cambiar el destino de la tarde, así fuera por un momento. Oreja a ley.Y en el sexto, que prometió muy poco desde su salida, halló en el largo brazo del diestro español la receta para sus males. Antes que manojos de muletazos, hubo allí piezas de colección. Fueron cuatro o cinco pases de factura, con la mano baja y la humanidad a merced del enemigo. Los olés, atragantados a lo largo de la tarde en Cañaveralejo, reventaron para decir con ellos gracias a un hombre que vino a decir presente en la feria y que deja inmenso cartel para lo que resta de la temporada colombiana. Sí, a pesar de todo, Fandiño estuvo allí para echarle un capote a la gente que tragó sol y aburrimiento.

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