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El último adiós a la maestra Lucy Tejada

Una de las más grandes artistas que ha vivido en Cali murió ayer sin ver concretado el más grande de sus sueños: que la ciudad salvaguardara su obra.

2 de noviembre de 2011 Por: Redacción de El País

Una de las más grandes artistas que ha vivido en Cali murió ayer sin ver concretado el más grande de sus sueños: que la ciudad salvaguardara su obra.

En La Catleya, esa acuarela verde enclavada en las laderas del cerro de Cristo Rey sólo se percibe el aroma a orquídeas y el ruido que hacen las ramas de los árboles cuando los sopla el viento. Su gato aún la espera, como hace 17 días. Ya no se dibuja en el umbral de la puerta la diminuta figura de una de las grandes pioneras del arte contemporáneo nacional, Lucy Tejada, la maestra de muchas generaciones de artistas a los que recibió siempre en casa, envuelta en su velo de inocencia, como una niña fugada de sus cuadros.Se fue ayer, a causa de una falla cardíaca, tras haber celebrado el 9 de octubre sus 91 años, ‘La pintora de la ternura’, como le llamaba Alejandro Obregón. Junto a él, a Enrique Grau, Eduardo Ramírez, Édgar Negret y Hermando Tejada, su hermano, Lucy Tejada perteneció a la generación que pintó en los años 40 el comienzo del arte contemporáneo nacional. Y fue Obregón quien, al ver a esa joven que curioseaba todos los días su obra, el que le propuso salirse de la Javeriana, de la carrera de arte y decoración a la que había entrado, por la presión de su padre, para pasarse a la de bellas artes en la Nacional.Tras la muerte de su madre y residenciada en Bogotá, desafió a su propio padre, quien según ella la inscribía siempre en colegios de monjas en Cartago, a las que no podía ver ni en pintura. “Yo salí casi atea por toda esa religiosidad. En vez de dejarme al lado de mamá que era la sabia, la mujer increíblemente ilustrada y creativa, que hacía de todo, hasta zapatos”. Si algo lamentaba Lucy era no haber podido estar más al lado de su mamá. La libertad para Lucy llegó cuando entró al Liceo Benalcázar: “Antes hacía mis cositas, mi papá me ponía a pintar lámparas, y quería que yo le ayudara en la registradora, pero María Perlaza se impuso. Me puso a enseñarle a las niñas pequeñas y así pagué mis clases y se salvó la patria”.También fue una de las primeras mujeres bachilleres del Valle del Cauca, junto a Ana Julia Vega y Esperanza Bonilla. Fue precisamente en el Benalcázar donde una travesura de amor la llevó a descubrir su vocación. Enamorada como estaba de su profesor de química Hernando López, un día inventó un dolor de cabeza para no hacer una tarea, y la directora del Benalcázar de castigo le dio unos libros de pintura. A la pintora pereirana nacida en 1920 y afincada en Cali desde 1936, no la detuvo ni la acobardó siquiera la desilusión de amor que le causó su esposo, el pintor Antonio Valencia. Mezcló pinceles y pañales mientras se ganaba la vida pintando y recibiendo premios por doquier.Fue amiga de los nadaístas, especialmente de Jotamario Arbeláez y de Gonzalo Arango. Una vez la maestra le confesó a El País que este último le “picaba el ojito”. “Fuimos como medio novios luego de que me separé. Siempre he sido bastante de izquierda”.Junto a Emilia Pardo fue la única mujer con acceso al Café Automático, sitio de reunión de intelectuales, Otro desafío, porque las mujeres no entraban en esa época a los cafés, eso era una verguenza. Pero Emilia era escritora, y Lucy iba con Antonio y era muy amiga de León de Greiff. Allí tertuliaba con Álvaro Mutis, Jorge Zalamea, Jaime Ibañez, entre otros. Su matrimonio con el pintor Antonio Valencia terminó en España, donde vivieron cuatro años desde 1942, hasta que él se enamoró de una “argentina peliteñida y hasta ahí llegó mi amor”, contaba con sorna Lucy, quien tuvo que devolverse sola para Colombia con sus dos hijos: Claudia y Alejandro.Vivió de la venta de sus obras, pues no solo fue pintora, también dibujante, muralista, grabadora e investigadora de variadas técnicas. Expuso sus obras en América y Europa y ella misma se preguntaba “¿dónde estarían esos cuadros tan grandes?”.En sus últimos años, aún cuando sus ojos se habían ido apagando y sus manos se negaban a tejer figuras que antes se deslizaban volátiles de su inspiración al lienzo, la maestra se fugaba en las noches, en medio de sus sueños, a cometer un cuadro. Una vez confesó que pintó dormida uno de Lucho Herrera. “Va en la bicicleta, en un campo enooorme, con una carita así”, contó frunciendo los labios y el ceño. “Va atravesando una cantidad de campos floridos de Colombia. El primer plano es más grande, más detallado, como esos cuadros que tenía Durero (el artista más famoso del renacimiento alemán), pero que después se va perdiendo como en el espacio”, describió lúcida.Porque ella nunca perdió la lucidez ni el ser contestaria. Alguna vez, cuando se le preguntamos si Cali había sido ingrata con ella y con su hermano Hernando Tejada, dijo: “La ciudad ha sido ingrata con los Tejada. Pero seguro que si les ofrecieran cuadritos con pinturas de salsa, sí aceptaban”. Otra vez dijo: “Pido un poco de respeto, porque no ha sido posible encontrar un lugar en donde ubicar la obra de Hernando. Tener un Museo Tejada no solo atrae turismo, sino que generaría renombre a Cali nacional e internacionalmente”.Hoy, en el Liceo Benalcázar, estará el cuerpo sin vida de Lucy Tejada, a la que muchos discípulos artistas recuerdan como su maestra. Quizá ahora los caleños valoren más su obra y contemplen la idea de hacerle un museo a los Tejada.

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