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El español Perera, el triunfador de la tarde en Cañaveralejo

Exhibición de temple y poder del extremeño, que cortó tres orejas y se fue por la Puerta Grande. Soso encierro de Ernesto González. Castrillón, un apéndice en su alternativa.

31 de diciembre de 2013 Por:

Exhibición de temple y poder del extremeño, que cortó tres orejas y se fue por la Puerta Grande. Soso encierro de Ernesto González. Castrillón, un apéndice en su alternativa.

Sí, ese es Miguel Ángel Perera, un torero poderoso, capaz de convertir incluso el agua en aceite para darle lumbre a un toro como este cuarto de la tarde, todo bondad, pero, eso sí, con muy poca emoción, como lo fue casi toda la corrida de Ernesto González Caicedo, un mar de sosería.Aunque sería injusto con ello opacar las virtudes del torero de Extremadura, que corrió esos brazos largos para hacer del temple y del mando los fundamentos de una obra que sobresale dentro de lo poco que hasta ahora deja la Feria.La faena se edificó sobre cimientos que bien conoce Miguel Ángel. Uno, esa quietud del inicio con la muleta, que, para comenzar, demarcó los terrenos. El toro supo que en frente no encontraría titubeos y, más allá de que nunca iba a tener malas ideas, debía elegir los trazos de la muleta.Segundo, está dicho, la capacidad del diestro español para reducir al mínimo las distancias entre el trapo y los pitones del ejemplar, hasta hacerlas milímetros. Con ello logró llevar hasta al final del viaje al toro, sin que este se molestara. Así, templando, Perera pudo alargar la extensión de las suertes mientras los oles se dilataban.Y de la larga exposición de recursos brotaron entonces los derechazos, largos y encadenados, pero, sobre todo, los naturales. Fueron dos tandas de mano izquierda baja, en que la muleta abrió surcos por la arena de Cañaveralejo para mostrar por qué fue este 2013 que se marcha uno de sus mejores temporadas. El toro tuvo fijeza y metió la cara con calidad, mientras la lentitud ponía el resto.Tras el paréntesis de infundadas y aisladas peticiones de indulto, que se apagaron cuando el ejemplar decidió ir a las tablas, la espada de Perera no cumplió en el primer intento, pero en la rectificación encontró el cometido. Dos orejas y vuelta al ruedo al toro —exagerada— cerraron un capítulo interesante que desembocó en una nueva Puerta Grande.En el segundo de la corrida, Perera estuvo cumplidor y, antes que disfrutar, administró las idas y venidas de un cárdeno claro al que no hizo mucho caso. Una oreja, tras una espada bastante desprendida, le permitió dar una vuelta al ruedo con trofeo en mano, de la que volvió a guardarse con cara de pocos amigos.El colombiano Luis Miguel Castrillón coleccionó un apéndice en el día de su alternativa. En el del doctorado, chico y pobre de presentación, estuvo más que aseado. Todo lo hizo con sumo cuidado, en procura quizás de no equivocarse. Mató, como lidió, con absoluta corrección. Saludo.En el del cierre de la corrida se encontró con el más serio del encierro, un toro que se movió, aunque siempre con la tendencia a salir con la cara alta y distraído. Luis Miguel puso, una y otra vez, el trapo adelante para buscar las embestidas y sacó lo que pudo de esa caja que tenía poco por dentro. Espadazo y oreja.A Iván Fandiño le tocó parte y parte. Su primero correspondió a las mayorías, fue soso, “dormidito” dijo alguien. Mientras el otro sacó la guasa y lo prendió, por fortuna, sin graves consecuencias.

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