El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cali

Artículo

Crónica: El puente de Juanchito se está 'muriendo'

El puente de Juanchito es un anciano enfermo que ya cumplió su ciclo de vida. Cada vez es más difícil el tráfico por ese sector.

4 de mayo de 2012 Por: Luiyith Melo García Reportero de El País

El puente de Juanchito es un anciano enfermo que ya cumplió su ciclo de vida. Cada vez es más difícil el tráfico por ese sector.

Quince minutos después de clarear, una tenue nube de smog vuelve a empañar a intervalos el espejo visual del puente. Un vetusto camión casi forrado en pacas de fibra sintética llenas de reciclaje deja su marca de diesel en el aire. Más atrás, una tractomula de 30 toneladas ronca como un despertador matinal y hace cimbrar todas las entrañas de la plataforma. Veinte metros por debajo del puente, la corriente del río Cauca arrastra un tronco de árbol y sobre él va una garza blanca que hunde su pico en el agua para desayunar.Es Juanchito que se despierta ese miércoles 25 de abril rayando las 6:00 de la mañana. Detrás de los camiones, llegan los buses de Palmira, Candelaria, Florida y Pradera hacia Cali y viceversa. También las bicicletas, las motos y los autos particulares. En pocos minutos el puente está encendido de motores.A las 6:30 a.m. ya hay una fila de casi 300 metros de carros para entrar a Cali que se mueve tan lenta como un peatón. El puente es estrecho, apenas caben dos carros a la vez, uno entrando y otro saliendo de Cali. Y se debe tener precaución al pasar porque hay huecos en la plataforma y, en su centro, donde se juntan los bloques de la estructura, hay una grieta peligrosa en donde brincan los carros y tan dilatada que dentro de ella cabe un vaso desechable.Yulder García enjuga el sudor que ya asoma en sus sienes. Está pegado al timón de su carro y mira el reloj. Viene de Candelaria y trabaja en Cali, pero el lento paso por el puente poco antes de la 7:00 de la mañana, lo pone tenso, sobre todo cuando tiene pico y placa. Algunas veces le ha tocado dejar el auto en una estación de servicio de Juanchito y seguir en bus porque no alcanza a entrar a tiempo a la ciudad.Además de la estrechez del puente, está el nudo que se forma cien metros antes de él, a la entrada de un poblado (Ciudad del Campo) por donde se cruzan camiones, camperos, autos y motos hacia una reciente urbanización de más de cinco mil habitantes; de moteles, restaurantes, bailaderos y otros negocios que han surgido en la zona.En mitad de la vía, el Tránsito de Candelaria ha dispuesto una fila de 30 metros con maletines fluorescentes (esos muros de plástico que se usan en construcción), para regular el giro a la izquierda, “pero eso no hace más que aumentar la congestión”, según David Arroyo, un vecino del sector.Al final de la tarde, la congestión es peor. Y los domingos y retornos de puentes festivos las filas llegan a Agapito, casi dos kilómetros abajo. Autos y buses se abren paso por las bermas de la estrecha vía para pasar primero o, incluso, invaden el carril en sentido contrario así venga otro carro por su vía, en su afán de pasar.Desde abajoDebajo del puente hay otro mundo. Uno de miedo y de miseria, semioscuro, oculto por la misma estructura de acero y concreto. En realidad allá abajo, el puente es una cueva humana que parece descansar sobre una cantidad de ranchos recostados en sus columnas y zapatas. Un laberinto de casas de esterilla y de ladrillo con las marcas de lodo reseco en sus paredes que dejó la última inundación. El agua subió a 1.80 metros de alto. La humedad aún huele y se ve en el piso de tierra desnuda, en los recovecos del subterráneo de donde, curiosamente, sale Amador Yusty con su moto azul a trabajar. Son las 6:20 de la mañana.Al final de ese laberinto, en la orilla del Cauca, hay un improvisado dique de casi dos metros de alto hecho con bultos de tierra para contener el agua. En la otra orilla empieza a trabajar una draga a motor que extrae arena. En ese lado está la Playita y enseguida Puerto Nuevo, dos invasiones de miedo que esconden delincuentes, seguramente en medio de gente buena, areneros y pescadores sin más alternativa. De allí suben al puente, asaltan a sus víctimas y bajan a refugiarse en sus guaridas.Amador ha sido una de sus víctimas, pese a ser un vecino del frente, de Juanchito, desde hace 47 años. Una vez le quitaron una bicicleta y otra vez el pago de su trabajo. Por eso compró la moto, para pasar raudo por el ‘retén delincuencial’ que arman en una de las cabeceras del puente, allí mismo donde hay un CAI móvil de la Policía. “El que anda a pie por ahí lo cuelgan”, afirma.Desde la casucha de Amador, en la orilla del río, las ruinas del puente se ven al desnudo. En su techo, hay un travesaño reventado en un extremo de la estructura metálica que sirve de cama a la plataforma exterior de concreto por donde pasan más de tres mil carros por hora. “Ese brazo está pa’ caerse, vea como el puente se maquea”, advierte Estelia Zamora, otra de las habitantes del refugio.En su cara interna las losas están carcomidas, descascaradas por la humedad. Parte de la estructura metálica está corroida por el óxido. Algunos desagües que la atraviesan se ven rotos, destrozados.Desde allá abajo, la mole parece cansada. Cae pesadamente sobre unos muros aprovechados por los cambuches, y no alcanzan a amortiguar los golpes frecuentes que estremecen la estructura cuando pasan por encima los vehículos. “Aquí no se puede ver televisión ni dormir, el estruendo es horrible cuando pasa un bus o una tractomula”, se queja Amador. Pero él sabe que no debería estar ahí. “A este puente ya no le hacen mantenimiento”, sentencia Henry Palermo, cruzado de brazos y con la mirada elevada hacia el techo de la estructura. Evoca que “hace como 40 años lo lavaban cada ocho días los lunes y lo pintaban cada año, pero hace 15 años que ni lo lavan ni lo pintan”.“Este puente se está muriendo solo y nadie hace nada por él -añade Estelia-, algún día de estos se nos va a caer encima, es una bomba de tiempo, porque se ha bajado a ese muro (señala la base oriental de la obra), y no era así”.Un viejo enfermo de 70 añosEl puente de Juanchito no se ha muerto pero está enfermo. Tiene los años de un anciano y ya no aguanta tanto trabajo. Fue construido hace casi 70 años y sólo en noviembre de 2001 se le hizo mantenimiento técnico. Para entonces, el lado que da a Candelaria se había caído nueve centímetros y el que da a Cali, siete. Se le habían hundido los apoyos y el pasador estaba semidoblado.En otras palabras, el mecanismo que da firmeza y flexibilidad a la vez a los bloques de la plataforma que se encogen y dilatan al paso de los carros, no estaba funcionando.Cualquier parecido entre el deterioro de entonces y el de ahora no es pura coincidencia. El enfermo recayó. Hace una década las juntas estaban oxidadas, pero hoy ni siquiera hay juntas. La placa metálica que une los bloques de la mole se la robaron los viciosos, dicen los vecinos de Juanchito. Y el temor es que ahora esté repitiendo la historia de hace once años, cuando los apoyos de hierro se habían desplazado 20 centímetros del eje de la viga transversal y buena parte de una viga de almallena ya carecía de material. El diagnóstico técnico está por hacerse.

AHORA EN Cali