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Conozca a las 'samaritanas' del San Juan de Dios

Sara, Soledad, Omaira y Ayda hacen parte del grupo de voluntarias que lleva, además de ropa e implementos de aseo, amor a los enfermos más necesitados del hospital.

17 de junio de 2016 Por: Leidy Tatiana Oliveros | Especial para El País

Sara, Soledad, Omaira y Ayda hacen parte del grupo de voluntarias que lleva, además de ropa e implementos de aseo, amor a los enfermos más necesitados del hospital.

Antes de que el reloj marque las 6:00 de la mañana, Sara Micolta llega al hospital San Juan de Dios a ‘trabajar’ en lo que más le gusta: ayudar de forma voluntaria en lo que necesiten los pacientes de este centro de salud.

Sarita, como le dicen sus compañeras, tiene 88 años y “no me duelen ni las muelas, yo creo que el Señor me ha premiado con la labor que hago aquí”, dice ella con una sonrisa de satisfacción.

El brillo que destellan sus ojos claros cuando se refiere a su labor dejan ver que realmente ama su trabajo, ser voluntaria del Hospital San Juan de Dios. Aquel oficio la ha formado en carácter. Las finas arrugas que adornan su rostro son la muestra palpable de que a través de 50 años ella ha luchado sin cansancio por el bienestar de sus queridos enfermos.

Al igual que Sarita, cada mañana, pero desde  las 8:30 a.m., Soledad Acevedo toma una libreta y un bolígrafo y junto con una compañera recorren cada sala del Hospital San Juan de Dios para conocer las necesidades de algunos pacientes y así tomar la lista de pedidos.

Luego bajan hasta el segundo piso y entran a un reducido cuarto (que antes era un baño)  para seleccionar el material que les han solicitado: ropa, pañales, utensilios de aseo y hacia las 9:45 los están entregando a la gente que los necesita.

Sarita y Soledad hacen parte del Grupo de Apoyo de Voluntarios del Hospital San Juan de Dios, donde su labor principal es servir a los enfermos. Son en total 11 mujeres, casi todas mayores de 50 años, cuyo único anhelo es ayudar al paciente, ya sea guiándolo dentro del hospital hacia los lugares a donde se deben dirigir o facilitándoles, a quienes realmente lo necesiten, elementos como camisetas, pantalones, sábanas, jabón, desodorante, cepillo dental, etc.

“Este es un grupo en el que nos comprometemos con el paciente, vamos a las salas, les damos lo que necesitan de materiales físicos, pero también hablamos con ellos, nos cuentan sus problemas porque a veces no tienen con quién conversar”, dice Soledad Acevedo, presidenta del voluntariado.

Y es que precisamente, por eso, los pacientes ya las reconocen. Al verlas en la mañana ingresar a las salas, bien maquilladas, peinadas como todas unas damas y con el uniforme que las identifica: vestido rosado acompañado de un delantal blanco y un botón dorado en el que se lee ‘Voluntaria del Hospital San Juan de Dios’, hacen esbozar en medio del dolor una sonrisa en los enfermos.

“Ellos son felices, lo ven llegando a uno a la sala y dicen: ¡ay, qué bueno, llegó el ángel de la guarda!”. Eso era lo que yo quería, ayudar a las personas que lo necesitaran”, cuenta Soledad.

Estas mujeres tienen tatuados en sus corazones el don de servir y aunque desde hace dos meses el grupo apenas se está volviendo a consolidar, pues el anterior que existió dejó de funcionar realmente, para Omaira Solano este es su trabajo desde hace 32 años.

Actualmente es voluntaria en la sala de obstetricia, su servicio es con las pacientes que están en trabajo de parto, es la intermediadora para que los alimentos o artículos que les llevan los familiares a las pacientes, puedan llegar a sus manos. A veces, también se encarga de dar buenas noticias, como informarle a un padre si su hijo es niña o niño.

Por servicios como estos, las once voluntarias tienen el compromiso de ir al menos un día a la semana para poder cumplir con sus labores.

Para Ayda María López este es un servicio que hacen con el corazón. “Trabajamos de manera voluntaria. Yo lo hago porque tengo la motivación de colaborar con el paciente. Es regalarle parte de mi tiempo a ellos, a quienes nos necesitan”.

A Sarita este trabajo no remunerado le ha traído alegrías y tristezas. “El día en que ya no esté más en el hospital creo que ese día estaré para morirme. Quiero mucho la gente que viene aquí”, dice con contundencia la octogenaria.

Pero así como se alegra el corazón de las voluntarias cuando reciben una sonrisa como agradecimiento por su labor, también hay situaciones que las entristecen, como aquella ocasión cuando a Sarita una paciente la esperó a que saliera del hospital para intentar pegarle, “porque en horas de la mañana le había pedido el favor que respetara la fila.

Por fortuna, ese día salí del ‘San Juan de Dios’ en compañía de otra voluntaria, yo me fui y mi amiga se quedó esperando el bus, cuando de pronto  recibió un fuerte jalón que la tiró al piso, y de inmediato escuchó una voz que le dijo: qué pena no era para usted, era para su compañera'”, recuerda Sarita con sus ojos a punto de llorar.

Como voluntarias no recib en una retribución económica, pero ni siquiera pueden hacer uso de un servicio del hospital. “No nos pagan nada, todo lo hacemos por amor. Nosotros no tenemos derecho ni a un examen, ni a una consulta”, aseguran.

Y cada elemento que ellas logran obsequiarle al paciente es gracias a las donaciones que consiguen con amigos y familiares.

“Todo lo que nos dan es para entregarlo a los pacientes, a los necesitados, porque no son todos. La labor nuestra es con los pacientes, vienen muchos que no tienen con qué pagar, entonces abogamos por ellos. Si no tienen ropa para cambiarse o sábanas, se les da, pero estamos vigiladas por la jefe de la sala porque hay muchos pacientes que son muy ‘vivos’”, aclara Soledad.

Las once voluntarias aseguran que su corazón está en el hospital y continuarán con la labor así en algunos momentos, por falta de donaciones, tengan que sacar de su propio bolsillo dinero para comprar los utensilios que necesitan los pacientes o deban seguir cosiendo y confeccionar pantalonetas y camisetas para hombres de algunas sábanas.

A pesar de todo, ellas seguirán formando el Grupo de Voluntarias de este centro de salud, hasta cuando, como algunas dicen, “Dios nos permita respirar”.

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