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¿Cómo es vivir durante 20 años abriendo cadáveres?

Cada día, a la sede de Medicina Legal en Cali llegan en promedio 12 cuerpos para necropsia. Uno de los médicos forenses le reveló a El País los detalles de su trabajo.

17 de marzo de 2015 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

Cada día, a la sede de Medicina Legal en Cali llegan en promedio 12 cuerpos para necropsia. Uno de los médicos forenses le reveló a El País los detalles de su trabajo.

El hombre de las autopsias parece un científico en la trinchera contra el ébola. Está vestido con un traje de seguridad completamente blanco. El traje incluye un tapabocas con filtros especiales para disimular el olor de la muerte. Apenas se ven sus ojos. 

El vestido, desechable, dura lo que dura una vida: un instante. Cada que termina una jornada laboral en la morgue de Medicina Legal Cali, se debe botar. A veces ni siquiera aguanta un turno. Ha habido casos en los que el traje solo ha servido para una necropsia. Todo depende del nivel de descomposición del cadáver. Los cuerpos más descompuestos son los que tiran a los ríos. 

El hombre de las autopsias se dispone a bajar a la morgue. Para hacerlo se debe abrir una puerta en la que están pegadas calcomanías que advierten peligro biológico. Después hay unas gradas. En el ambiente hay un tenue olor a ratón en descomposición. También huele a alcohol. El hombre de las autopsias había dicho hace un rato, mientras se preparaba para  vestirse con el traje,  que no le olía a nada. Debe ser porque está a punto de completar 20 años haciendo necropsias.  Solamente  durante 2014 fueron 3187, aunque no todas las hizo él, por supuesto. El hombre de las autopsias baja lentamente las gradas.

II

Las neveras donde se conservan los muertos en Cali no son como las de las películas, esa pared con cajones para cada cuerpo. Jorge Paredes, el hombre de las autopsias, dice que más bien se parecen a cuartos grandes. El que les abra, verá a to dos los cadáveres debidamente identificados.  Nadie, excepto los forenses, sin embargo, puede bajar allí. Lo prohibieron desde que alguien grabó una necropsia y el video se empezó a vender en los semáforos. 

Hay dos neveras, cada una con capacidad para almacenar 50 cuerpos. Morir es convertirnos en un objeto para almacenar.  Cada  nevera tiene una función diferente. Hay una de preservación. Allí permanecen los cadáveres que no son reclamados. Tras seis meses en esa nevera,  a veces un poco más, son sepultados gracias a un convenio entre la Arquidiócesis y la Alcaldía.  La temperatura en ese caso se mantiene entre menos 8 y menos 12 grados centígrados. Para preservarlos el mayor tiempo posible, los cuerpos, casi, se congelan. 

La otra nevera es de conservación. Allí ubican los cadáveres a los que se les van a practicar necropsias u otros procedimientos para posteriormente ser entregados a sus familias. No se deben congelar, por supuesto. La temperatura ahí es de menos dos o cero grados centígrados. Morir debe ser algo muy frío. 

En esas neveras, al día, ingresan entre diez y doce cadáveres en promedio. Jorge Paredes, alguna vez hace muchos años, salía de casa con la esperanza de que no llegara ni uno solo. Ya se resignó. Ahora, antes de salir al trabajo, anhela que por lo menos sean pocos. La muerte nunca da tregua.

III

La grasa del cuerpo humano luce como mantequilla derretida. Las arterias del cadáver de un hombre obeso se ven calcificadas. El pulmón de un fumador siempre tendrá “pintas negras”. A Jorge Paredes el oficio de hacer autopsias le ha enseñado, sobre todo, a cuidarse. Conocer la muerte es una manera de aprender a vivir. Cuando abre el cuerpo de alguien  de su misma edad, 49 años, Jorge se pregunta por su propio cuerpo. ¿Cómo estarán mis arterias? ¿Cómo estará mi corazón? ¿Y qué tal la próstata? 

Jorge Paredes no exhibe grasa de más, no fuma, procura alimentarse saludablemente, prefiere quedarse en casa viendo programas de animales que ir a una discoteca o a un estadio, juega al golf a pesar de ser muy regular y su mejor amigo es un cardiólogo, el doctor Luis Fernando Pava. 

- En mi trabajo, uno de los órganos más involucrados para explicar la muerte es el corazón. Por eso me llama tanto la atención ese órgano. Con el doctor Pava intercambiamos experiencias. Él habla de sus pacientes, y yo de lo que veo en mis cadáveres.

Las enfermedades cardiovasculares producto del sedentarismo y el estrés de la vida moderna, junto  con el cáncer, es lo que más malogra un cuerpo por dentro, dice, sin ningún asomo de afán, el hombre de las autopsias.

IV

Jorge Paredes nació en Manizales. De niño le gustaba subirse a los palos de guayaba. Cada que ve uno se detiene a buscar la más pintona. El árbol es una manera de conectarse con su pasado. 

También le gustaba ver televisión. El hombre de las autopsias supo lo que quería ser de grande viendo una serie llamada Quincy que contaba las aventuras de un médico forense. Algo así como CSI.

Jorge estudió medicina en la Universidad de Caldas y al principio se inclinó por atender pacientes con cáncer. Le gustaba, también, la oncología. El problema era que sufría mucho. Sufría porque sus pacientes tuvieran dolor, porque no tuvieran plata para la droga, porque no tenían con qué comer. Jorge llegaba a casa con una carga demasiado pesada. Cuando alguien le habló de una opción laboral en la Fiscalía, no lo pensó mucho para aplicar. Dos años después se vinculó a Medicina Legal. Los muertos no lo hacen sufrir tanto como los problemas de los vivos. 

Mientras almuerza, sin embargo, jamás piensa en un cadáver. Tampoco cuando llega a casa después de una jornada agitada. No sueña con ellos. Tal vez, sospecha, eso lo ha logrado por una regla inquebrantable: nunca le ha hecho una necropsia a alguien conocido. En ese caso le pide a alguno de los otros 15 médicos forenses de Medicina Legal que lo cubran. 

- Yo pienso que el muerto es una persona que ya cumplió su ciclo y que simplemente, cuando uno se enfrenta a él para descubrir qué le pasó, está haciendo un ejercicio académico y científico muy importante para la sociedad y la administración de justicia. Mi trabajo consiste en eso: darle respuestas a la sociedad. Además, he hecho autopsias de personajes famosos y, pese a ello, o por ello, puedo decir que todos los muertos son iguales. 

Jorge mira un cadáver como una materia que hay que mirar, así no lo quisiera, para encontrar verdades que de otra manera no se podrían conocer. Los muertos, es cierto,  hablan. Un cadáver apuñalado en varias ocasiones indica que todo podría tratarse de un crimen pasional. Una bala en la cabeza o cerca de ella podría sugerir que quien apretó el gatillo quería saciar un deseo de venganza. Pero no a todos se les hacen necropsias. 

Existen tres razones para hacerlas. La primera es el interés clínico. Son los casos de gente que muere sin que se conozca una explicación. Como la muerte súbita. Jóvenes que van por un centro comercial y se desploman de un momento a otro, como si alguien hubiera bajado el interruptor de la vida. La sociedad y la familia de esa persona necesitan con urgencia saber qué pasó para evitar que se repita. Aún así, 71 muertes quedaron registradas en las estadísticas de 2014 en la casilla “por determinar o en estudio”.  

Otra razón para hacer una necropsia es por salud pública. Determinar si alguien murió por un virus de potencial transmisión como, por citar un ejemplo, el H1N1. Y, por último, se hacen necropsias por razones legales. Cuando hay una muerte violenta y se presume que una tercera persona causó el daño. Por más evidente que una persona haya muerto por heridas de bala, ha habido casos en los que en realidad ha muerto por otra causa. Las necropsias de este tipo son la mayoría. En 2014 se hicieron 1649 autopsias por “presuntos homicidios”. 

Jorge Paredes cree por cierto que el problema de la violencia de Cali obedece a la intolerancia. Pensar que todos tienen que pensar igual, ser del mismo partido político, el mismo equipo de fútbol, y así. 

-  Nos hace falta entender al prójimo. Aquí han llegado cadáveres de personas que fueron asesinadas simplemente por llevar una camiseta del América o del Deportivo Cali. 

V

- La necropsia consiste, primero, en revisar el acta del levantamiento del cuerpo, es decir la información que lograron obtener los investigadores de la escena, para tener una idea de lo que pudo haber pasado. Después se describe el cuerpo por fuera, el color de la piel, los tatuajes. Luego se abre para revisar las lesiones. Se utiliza un bisturí. Para abrir el cráneo a veces se utiliza una sierra eléctrica. Por último se hace el informe escrito. El proceso tarda entre tres y cuatro horas e interviene un asistente que nos ayuda a tomar medidas, mover el cuerpo, un dactiloscopista que toma las huellas para cotejarlas con la Registraduría y un fotógrafo. Las identificaciones de los cuerpos tampoco se hacen como en las películas,  mostrando la cara del cadáver a los familiares. Nosotros les mostramos las fotos.   

El hombre de las autopsias teme morir. Teme el dolor que pueda generar, la agonía, le teme también a lo que pasará después, la ultratumba. ¿Quedará uno dando vueltas por ahí, viendo a los seres queridos?, se pregunta. 

El miedo a desaparecer nos condiciona, nos empuja a actuar, hacer, vivir. Mientras vivimos, mientras se es joven, sin embargo, pareciera que la muerte no es un asunto propio, o por lo menos no es un problema cercano. Es extraño leer a un autor que escribió sobre la muerte de otros y que ya ha muerto. Cuestiona, hace pensar en cómo será el momento de desaparecer. El hombre de las autopsias dice que los muertos no asustan

- Nunca me ha pasado un cacharro, y eso que hecho autopsias en la noche. 

Una vez termina su jornada, Jorge Paredes bota el traje de seguridad, se ducha, aplica lociones en sus manos y se apresta a partir a las facultades de medicina y derecho, donde también trabaja como docente. Sus manos perfumadas son, de alguna manera, universales. Por manos así pasaremos algún día. Las manos del hombre de las autopsias exhiben un manicure impecable.

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