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En 1982 Churón se estableció en Cali con su esposa Judith. Para restaurar la casa que les había regalado su suegra el gitano vendió su reloj de oro. | Foto: Foto: Jairo Sánchez / El País

CULTURA

¿Cómo es la vida de un gitano en Cali?, esto dice el último de ellos

Fernando Churón a sus 70 años aún conserva la cultura milenaria de los gitanos, siendo el último de su comunidad en la capital del Valle. Semblanza del artesano.

19 de octubre de 2017 Por: Jaír Coll y Mateo Uribe, Semilero UAO - El País

Fernando Churón es el último gitano de Cali. Ya no vive en toldos desde hace 35 años. Ya no los levanta en zonas baldías o hace con sus telas insólitos nudos para evitar que se cuelen las manos de los ladrones. Ya no toca el acordeón con la misma asiduidad de su juventud. Ya no es el nómada que sobrelleva un agitado vaivén de rutas por toda Colombia y el mundo. Aun así, Fernando Churón, quien tiene 70 años, no deja morir el dialecto romanés, el oficio de los metales y los recuerdos pintorescos a los que siempre vuelve con diversión.

Desde Bogotá, llegó a la capital vallecaucana en 1982, junto con su esposa Judith. Tenían 50 centavos en el bolsillo y una casa que esperaba ser habitada en el barrio Alfonso López, un regalo de su suegra. Pese al mal estado de las paredes y el alcantarillado, Fernando Churón no tardó en restaurar la casa al vender su reloj de oro. ¡Ah, el oro! Por él, y por la persecución nazi a los gitanos en Europa, se debe la llegada del padre de Fernando a Colombia durante la Segunda Guerra Mundial. Su papá, cuyo nombre es igual al del protagonista de esta historia, era francés y se casó con Alicia del Carmen, boyacense. Tuvieron 15 hijos. Con tal cantidad de nacidos, más los parientes que habían emigrado de Europa, ¿qué tanto sería el brillo en las celebraciones familiares, producto de que todos lucieran prendas de oro?

“Antiguamente era costumbre lucir en las fiestas todo el oro que se tenía”, recuerda Fernando Churón. “Collares, aretes, anillos, brazaletes, lo que sea. Este metal era muy económico cuando yo era joven. Una moneda costaba alrededor de $20.000; hoy, dos millones. Por eso, y por el temor a los ladrones, es que no volvimos a tener la misma confianza de vestir el oro en los festejos”.

Entre todas las celebraciones de su vida, Fernando Churón selecciona un prodigio ocurrido hace 45 años: un jolgorio al que asistieron 3000 almas y seis orquestas contratadas por los Churón. Y rememorando, desde la sala de su casa, le llegan otros tiempos: las fiestas de ocho días de largo, en donde los huéspedes oscilaban entre el sueño y los aplausos; la música, que no solo era flamenco; la “abundante comida” de los gitanos; el movimiento acompasado de las faldas largas y multicolores; y de nuevo: la “abundante comida”. Pensar en banquetes hace que Fernando Churón se imagine su plato favorito: el Saag, una espesura hecha a base de cinco repollos, 35 libras de tomate milano y carne de cerdo o res.
Dado el precio que exige cocinarlo (casi $300.000), el Saag está destinado a ocasiones especiales.

Lo cierto es que la falta de dinero, sumada a la moderniza-
ción de su vida cotidiana, ha hecho que Fernando Churón no siga a
pie juntillas algunas de sus tradiciones.

Cuando aún era joven y “pobre”, le fue imposible casarse con una gitana, compromiso que exige una dote altísima: US$3000 en ese entonces. Algunas familias, las que son pudientes, juzgarían este “incumplimiento” como una “traición a la línea de sangre”, pero así no sucedió con los Churón, que admitieron con gusto el matrimonio entre Fernando y Judith, alianza que ha dado a luz a tres hijos.

“Al principio, los gitanos no me caían bien”, cuenta Judith. “Les tenía desconfianza. Pero luego me hice amigo de él, empezamos a salir, a bailar y henos aquí, 47 años de casados. He aprendido mucho de su cultura: a entender su dialecto -que no se escribe ni se lee- y a preparar sus comidas. Y en sus reuniones debo llevar la pañoleta alrededor de la cabeza y vestir faldas largas. Es por respeto, porque así se visten las casadas”.

Sin embargo, antes de los Churón estaban cientos de gitanos
más, gitanos que hoy son 4858 en Colombia, según el Dane, nóma-
das que se remontan a la época colonial.


De acuerdo con Ildebrando Arévalo, historiador del Valle
del Cauca, la historia de este antiguo pueblo se gesta -sin fecha conocida- en la región del Punjab, en la India, en donde fueron desplazados en el siglo IX por las embestidas religiosas y militares del islam.

En aquel momento empezó su tendencia andariega, continuando siglos más tarde con la llegada de cuatro gitanos al Nuevo Mundo en el tercer viaje que emprendió Cristóbal Colón en 1498. Pero no fue hasta 1998 que los gitanos, según Arévalo, inician su participación de la política cultural colombiana, haciendo parte del Congreso Nacional de Historia en el año 2000 y siendo reconocidos étnicamente por el Decreto 2956 del 2010.

Cobre, un antepasado férreo de los gitanos

“El gitano nació con el cobre en la cabeza”, dice con orgullo Fernando Churón, quien se dedica a fabricar y restaurar bombos, pailas, ollas batidoras, paelleras, artículos de panadería. Sus proezas con los metales, pues también es dado al hierro y al acero inoxidable, le ha hecho ganar la confianza de clientes como Colombina y Aldor, que le compran asiduamente.

Desde niño, su padre lo llevaba de la mano para que conociera el oficio, así como de la actitud que se debe tener ante los clientes. “No solo era mi padre: mi abuelo también trabajaba con cobre. Mejor dicho, antepasados míos hicieron lo mismo por mucho, mucho tiempo”, dice.

Sin embargo, según el Ministerio de Cultura, “ahora es más complicado” mantener aquella la tradición milenaria de trabajar el cobre, pues algunos hijos de gitanos prefieren estudiar una carrera universitaria a dedicarse a la artesanía, como sucede con los descendientes de Fernando Churón, quien en su juventud pretendía a Judith regalándole pailas y adornos hechos de cobre.

Pero cuando no es ella sino las veces en que la clientela es poca o inexistente, Fernando Churón, católico de nacimiento -como casi todos los gitanos-, se sienta en una banca del parque más cercano, alza la mirada hacia el cielo y dice:

–Tú ya almorzaste, yo no. Ayúdame, por favor.

En su rostro se dibuja una sonrisa triangular, tan habitual en él. Sigue mirando hacia el firmamento y luego se retira a su taller, cuya puerta suena por los golpes de un nuevo cliente.

Entretanto, quizá en este momento, Fernando Churón está moldeando el cobre con sus instrumentos, con su rostro reflejado en él, algo sucio y con arrugas. Le da la vuelta al metal y evoca otra presencia: un antepasado que lo saluda desde su toldo, levantado en cualquier parte del mundo.

Vive en el barrio Alfonso López, en el oriente de Cali, desde hace 35 años. Ya no es el gitano errante de su juventud, aquel viajaba por toda Colombia y el mundo.

Algunas leyes gitanas

-Estimar la familia como la institución suprema.
-Acatar las decisiones de los ancianos.
-No negar el recibimiento de otro gitano en el hogar.
-Ser virgen para contraer matrimonio.

¿Cuándo llegaron los gitanos a Colombia?

Hay tres grandes olas migratorias de gitanos a Colombia: durante la época colonial, la republicana y la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la persecución nazi en Europa. De acuerdo con el historiador Ildebrando Arévalo, los gitanos iniciaron su participación de la política cultural colombiana en 1998, permitiendo que participaran del Congreso Nacional de Historia en el año 2000 y siendo reconocidos étnicamente por el Decreto 2956 del 2010. Según el Dane, en Colombia hay 4858 gitanos.

Para las ceremonias con otros gitanos, Judith, la esposa de Fernando Churón luce pañoleta alrededor de la cabeza y viste faldas largas. “Es por respeto, porque así se visten las casadas”, comenta.

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