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Así es la vida de un bebé abandonado cuando su 'papá' es el Estado

En el último mes dos bebés fueron abandonados en las calles de Cali. ¿Qué implica ser hijo del Estado?

13 de marzo de 2016 Por: Redacción de El País

En el último mes dos bebés fueron abandonados en las calles de Cali. ¿Qué implica ser hijo del Estado?

Otros bebés no son como Diego,  el recién nacido que metido en un balde plástico hace un mes apareció por los lados del Palacio de Justicia. Ni como Milagros, la niña que el otro sábado fue dejada en medio de un basurero de Desepaz: ambos lloraron a todo pulmón y fue así que los descubrieron y rescataron.  La timidez prematura es el primer lujo al que un niño abandonado se ve obligado a renunciar. Hasta mucho después, hasta cuando aparezca  el otro milagro pendiente, el de la adopción y el abrazo de un segundo bautizo, ese bebé  crecerá llamándose como decida su padre tentativo, el Estado. Por Ley la elección deberá salir entre los nombres y apellidos más comunes de la región, en lo que sutilmente constituirá una de las primeras lecciones de ‘Papá’: desde el nombre, recordarles a sus hijos que antes de las diferencias están las similitudes. Aunque hay excepciones. No  para concederles la singularidad de un ‘sintocayo’, sino para permitir que de vez en cuando la historia de los hallazgos  influya  en los bautizos,  tal como con Diego y Milagros ocurriría en Cali: el niño se llamará así para hacerle honor al nombre que le dieron los policías que lo encontraron en un andén; lo de Milagros es obvio: sobrevivió entre la basura con  apenas horas de haber nacido. En cualquier caso  la escogencia que resulte sonará mucho mejor que el  nombre común, que ante la Ley llevan todos los recién nacidos desamparados en vía pública: bebés expósitos. Cuando como consecuencia del abandono un niño pasa a ser hijo del Estado, explica la defensora del Icbf, Claudia Patricia Zape, darle un nombre es uno de los  pasos fundamentales dentro del  restablecimiento de sus derechos. El camino es largo:   Mientras se determina y estabiliza su condición de salud (como en el HUV sucede con Diego y Milagros; Milagros tiene hepatitis B),  un Defensor de Familia abrirá una investigación tratando de establecer la existencia de alguien que tenga algún grado de cosanguinida con el chico.  Será un trabajo árido muchas veces: hasta el 31 de enero el Icbf tenía acumulados 13.842 procesos  de restablecimiento de derechos en el Valle del Cauca. En 1023 casos ya se trataba de hijos del  Estado. 1023 investigaciones, entonces,  no dieron con el paradero de nadie  apto para asumir el cuidado de esos menores. Porque a veces los investigadores dan con la madre o el padre, o con un tío, pero en condiciones en las que sería imposible que se responsabilizaran. Mientras se desarrolla la búsqueda, el trabajo del Defensor es apoyado por un equipo compuesto por un sicólogo, un trabajador social y un nutricionista que se encargarán de todas las urgencias del nene: desde hacerle seguimiento a sus comidas, a patinar todos los trámites engorrosos que implican vivir.  Una de las primeras diligencias en la historia de un niño abandonado será en Medicina Legal; como la mayoría aparece sin documentos, es necesaria una valoración para calcular su tiempo de nacido. En el registro civil, el día y mes que se consignarán para que en adelante ese niño celebre el cumpleaños, corresponderán al primer día del mes en que apareció. De ahora en adelante, así, Diego festejará cada primero de febrero. Milagros será Piscis. La primera foto no será un asunto íntimo y privado, sino lo más público que se pueda, de hecho. ¿Ha visto las cápsulas del Icbf que todos los días presentan en televisión, después del noticiero de la noche y antes de las novelas?   Esas imágenes son regularmente las primeras fotos de los bebés expósitos. A pesar de que en principio no hayan resultado familiares responsables, el Estado guarda la esperanza hasta último momento. Es también la obligación.  “La idea es que la familia aparezca y poder empezar  un proceso de intervención que lleve a cambiar las condiciones que hicieron que ese niño terminara en el Icbf”, dice la defensora Claudia Patricia Zape.  Contrario a  una exposición innecesaria del drama, la publicidad cumple su cometido: hace un año, un niño dejado en un pastal del barrio El Lido, pudo ser entregado en custodia a sus abuelos, que a través de esta vía se enteraron de lo que le había pasado. Después de una discusión, la mamá del chico les había jurado que no lo verían más. Después de la foto en televisión, más papeleo. Luego de que el equipo interdisciplinario que se hizo cargo del caso haya tratado de trepar en el árbol genealógico de la criatura buscando pruebas de un pasado, y después de que su estado de salud se estabilice, el Defensor lo decretará en situación de adoptabilidad. La resolución se suscribirá en el libro de Varios, en alguna Notaria, y con ese papel y un  informe de salud, su nombre irá a dar al Comité de Adopciones. Desde el día en que apareció  hasta aquí, pueden haber pasado entre cuatro y seis meses en la vida de un niño abandonado. En adelante nadie puede calcular los tiempos que se vienen. Nadie sabe cuándo aparecerá una familia. En el Valle hay 55 esperando en fila, pero hay familias que hacen solicitudes de niños como si los bebés fueran a llegar desde Londres y en cigüeña. Por eso hay bebés que se van adoptados en cuestión de meses y hay bebés que no se van nunca, como Javier, que llegó a los 2 años al Icbf y ya cumplió 40. Está en la Fundación Salud Mental del Valle, un hogar de cuidado especial acondicionado a las afueras de Jamundí para atender casos de discapacidad cognitiva como la que tiene el chico. Niños con condiciones así rara vez son adoptados.  Lesiones neurológicas, parálisis cerebral, epilepsia, síndromes convulsivos y trastornos severos de la deglución estaban hasta finales del año pasado entre el listado de padecimientos que la coordinadora de la Fundación, Natalia Arce, enumeraba al hablar de sus pacientes más regulares. El inventario del dolor lo completaban mangueras entrando y saliendo de los cuerpecitos, jeringas, sondas, pinchazos. Desde la psicogenealogía, que es el análisis de los vínculos inconscientes que pasan de generación en generación, la sicóloga Yadira García dice que el abandono puede llegar a marcar rasgos definitivos: “En el marco de las constelaciones familiares hay rasgos que los identifican: cuerpo alargado, delgado, con un tono muscular más bien bajo, un poco jorobados, las piernas débiles,  los brazos  muy largos con relación al cuerpo, o más pegados al cuerpo, y los ojos muy grandes: cuando hay heridas transgeneracionales de abandono, entre más grandes  mejor funcionan para poder vigilar el peligro”. A excepción de los ojos grandotes, todas las otras características se ajustan al cuerpo de 40 años del niño Javier. Con una salud diferente, la espera de una familia adoptiva puede transcurrir en una institución de protección, como las 32 que el Icbf tiene en todo el Valle del Cauca. Casas grandes, donde también funcionan el colegio, es algo más o menos así. En La Casita de Belén, por ejemplo, en el barrio Las Delicias de Cali, hoy hay cupo para 70 menores de cero a los cinco años; seis de ellos llegaron a vivir allí abandonados y desprovistos de red familiar.  En La Casita de Belén, explica su trabajadora social, Claudia Judith Sánchez, poco a poco esos niños se irán integrando con otros chicos que, desde pre-jardín hasta quinto de primaria, también pasarán por allí recibiendo clases. “Todo ser humano necesita unas redes vinculantes que lo hagan sentirse parte de un todo, necesita un círculo afectivo para poder crecer y construirse”. De una u otra forma, esos lugares -instituciones de protección- llegan a funcionar también como una suerte de simuladores del amor, que en el mismo ejercicio de la construcción personal es lo que más necesitan los pequeños. Al final de cuentas eso fue lo primero que les negaron al nacer.  Entonces, quizás en el intento de remediar sus disparates, la vida ha ido llevado hasta esos lugares gente muy buena, no solo profesores y sicólogos, y personas generosas que con recursos apoyan la causa, sino también generosos  de besos y abrazos, como Piedad González y Aleida Castro, que todos los martes desde hace dos años destinan sus mañanas para ir hasta ese lugar a cargar bebés, cantarles rondas, cambiar pañales, peinar trenzas y  sueños que otros no alcanzarán ni a imaginar. La señora Aleida es abuela. Doña piedad no tuvo hijos biológicos pero eso no quiere decir que no sea una madre en todo el sentido de la palabra. A la espera de una buena familia que los adopte, los niños que van creciendo en las instituciones de protección harán allí a sus primeros amigos, a sus hermanos y hermanas. Será con ellos con quienes compartan sus miedos, tantos miedos: ¿cómo será mi papá? ¿le habré sacado esta nariz a mamá?  Allí empiezan sus sueños. Desde allí empiezan a ver el mundo.  Ana Mercedes Mondragón, la directora, cuenta de los días que pasan fuera. Les llaman salidas pedagógicas pero en realidad no son otra cosa que un esfuerzo para poder enseñarles a esos niños  el espíritu de un día libre en la vida de un niño libre: tardes de cine, paseos al río, helado, el zoológico.   Pese a que no haya manera de cuantificarlos, los esfuerzos que ‘Papᒠhace a través de los simuladores del amor funcionan lentamente. Al menos eso parece: 660 niños criados por el Estado hoy están en la universidad. 89  son del Valle. Mucho más adelante, quién quita, entre los universitarios habrá un Diego. Y una Milagros.

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